Este blog tiene el propósito de contribuir a divulgar fundamentalmente en Cuba, América Latina y España la información disponible en Internet sobre el Nuevo Socialismo, Socialismo del Siglo o en el Siglo XXI, que necesariamente deberá tener carácter participativo, democrático, autogestionario, inclusivo e integracionista.
El mismo está siendo editado por Pedro Campos Santos. Mi dirección de correo electrónico es perucho1949@yahoo.es . Los criterios presentados en lo artículos y vínculos recomendados no necesariamente son compartidos por el editor. Igualmente se promoverán escritos de cubanos y extranjeros que sin estar precisamente en la línea del Nuevo Socialismo, motiven a su discusión.
La mayoría de mis artículos pueden encontrarse en Kaosenlared, una revista digital de la izquierda española que aborda temas tanto de la actualidad española como mundial. Para ubicar mi página en Kaosenlared, puede acceder a http://www.kaosenlared.net/kaos_colaboradores.php?id_autor=195.
En la actualidad Ediciones Rojas de España prepara la publicación de mi libro "La Autogestión Socialista, urgencia y garantía de la Revolución", el cual consta de tres partes. La primera, un análisis de los "tipos" de socialismo que se han intentado hasta el presente; la segunda, una consideración general sobre el Socialismo y sus relaciones de producción ,de acuerdo con la concepción cooperativa del mismo de Carlos Marx y la tercera, referida a Cuba con un análisis del comportamiento de las relaciones de producción en distintos períodos de la Revolución, una valoración de la situación económica-política y social actual y una propuesta concreta de implementar paulatinamente la Autogestión Socialista.
Estoy interesado en publicar este libro en otros países, especialmente en Venezuela, Argentina, Uruguay, México, Ecuador, Brasil, Nicaragua, El Salvador y República Dominicana. En Cuba tengo ya un precontrato con la Editorial Nuevo Milenio.
Lo que sigue es un resumen del libro:
“La Revolución podemos destruirla nosotros mismos.” Fidel Castro.
Para enfrentar esta complejidad planteada por Fidel y garantizar su continuidad histórica, la Revolución debe pasar a la fase de la Autogestión Empresarial Obrera y Social, la extensión del cooperativismo, nuevo régimen de producción socialista caracterizado porque los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, auto explotan su fuerza de trabajo; administran democráticamente su gestión productiva y; controlan y distribuyen el excedente, única forma de autentificar la responsabilidad de la clase trabajadora en la construcción Socialista.
La contradicción fundamental del capitalismo radica en que la producción es cada vez más social, mientras que la apropiación es cada vez más privada. El Socialismo, que debe resolver esta contradicción haciendo la apropiación más social, lo cual es hacer la propiedad más colectiva; hasta ahora en la práctica ha hecho todo lo contrario: hacer la propiedad más concentrada en el aparato estatal y por tanto más concentrada también la apropiación, provocando una agudización aún mayor de esa contradicción en lugar de resolverla.
En el seno del capitalismo surgieron las cooperativas, cuya forma de trabajo identificó Marx con el nuevo régimen de producción. Esta forma de trabajo, la autogestión, a la que tiende por propia naturaleza el capitalismo, es la llamada a resolver la contradicción del sistema de basado en la explotación del trabajo asalariado, en la medida en que se extienda no solo a la gestión administrativa sino también a la propiedad y el excedente, posibles con la Revolución Socialista.
El Socialismo de Estado en Europa fracaso por quedarse estancando en el trabajo asalariado controlado por el Estado, no avanzar a las nuevas formas de producción socialistas y no transferir la propiedad y con ella la responsabilidad por la construcción de la nueva sociedad a los trabajadores.
El poder descansa en la propiedad. La propiedad colectiva en el Socialismo debe irse perfeccionado y pasando de estadio, de acuerdo con el desarrollo de las fuerzas productivas, de las formas más simples a las más complejas, las cooperativas tradicionales, las cooperativas socialistas y la empresa cogestionada de propiedad estatal usufructuada por lo trabajadores, hasta llegar a la propiedad de todo el pueblo en el Comunismo, con la extinción del estado.
La propiedad del estado nunca podrá ser lo mismo que la propiedad de todo el pueblo, pues son conceptos excluyentes. Error grave fue instaurar en el Socialismo el tipo de propiedad del Comunismo.
China y Vietnam avanzan con fuerte componente capitalista, basado en el trabajo asalariado y la inversión extranjera, con énfasis en el mercado y la propiedad privada, y con mínimo control obrero directo sobre los medios de producción. Están por ver sus resultados. La continuación de esta tendencia augura en China el fortalecimiento de un nuevo polo de poder capitalista mundial con todas sus inherentes contradicciones.
Hoy en Cuba, Fidel nos llama al combate contra la corrupción y el despilfarro que se manifiestan junto a otros fenómenos negativos, que solo se irán resolviendo en la medida en que se vayan solventando sus causas económicas profundas relacionadas con nuestra incapacidad para hacer productivo ese gran potencial científico y cultural del pueblo, creado por la propia Revolución, cuyo freno principal se encuentra en una forma de dirección económica sin control directo de la clase trabajadora, basada en el trabajado asalariado, la centralización de las decisiones y en “esa propiedad estatal de todos” que en verdad es de nadie.
En lenguaje de Marx, las relaciones de producción, distribución y consumo basadas en esa concepción, están trabando el desarrollo de las fuerzas productivas y urge transformarlas, armonizarlas. Para lograrlo, los trabajadores deben sentirse dueños de los medios de producción, y como el ser social determina la conciencia social, para considerase dueños (conciencia social) realmente hay que serlos (ser social).
Al sentirse mal pagados y distantes de los medios de producción, los trabajadores hace ya tiempo vienen usando, en interés propio, los bienes y recursos del estado, en una casi corrupta, ilegal y desviada especie de autogestión, que sin embargo, está pautando el camino de la solución, su rasgo distintivo. Aunque de misma causa, esta apropiación indebida de los trabajadores para su subsistencia, no debe confundirse con la corrupción y el robo por nuevos ricos mafiosos al amparo del aparato estatal, deseosos del capitalismo que, en la Cuba de hoy, solo puede ser anexionista.
Los graves problemas se agudizarán si además de sus efectos, no combatimos también sus causas. El control obrero es la clave. La Revolución no necesita más enemigos y su defensa está en el apoyo de las masas trabajadoras. La URSS se derrumbó por falta de respaldo popular, a pesar de su poderío nuclear.
La solución es pasar del Socialismo de Estado al Autogestionado, avanzar en las nuevas formas de producción socialistas y hacer efectiva la propiedad colectiva, directa o en usufructo cogestionado con el Estado, de los trabajadores sobre los medios de producción. Esta es, además, la única alternativa para enfrentar con éxito la corrupción y el burocratismo.
Formas de autogestión se intentaron antes en Cuba. Bases del Partido la replantearon en el IV Congreso del PCC en 1990. El Perfeccionamiento Empresarial, originado en las FAR, en línea con la autogestión, ha sido obstaculizado por el aparato burocrático.
También se intentaron formas autogestionarias en la URSS, Hungría, Polonia y Checoslovaquia, fracasadas por la oposición del centralismo burocrático. Funcionaron un tiempo en Yugoslavia, donde naufragaron por desviaciones.
Por su honestidad, sagacidad, lealtad al pueblo y la confianza que éste le profesa, Fidel ya encabeza esta nueva fase con sus denuncias y acciones contra la corrupción. El Partido, la CTC y demás organizaciones políticas y de masas, deben secundar esta nueva etapa de profundización revolucionaria.
8 Puntos básicos para enfrentar la situación actual y realizar la Autogestión, a discutir por toda la sociedad.
1-Introducción de la Autogestión Empresarial Obrera y Social (AEOS), basada en 5 principios:
I) Compromiso directo de los trabajadores con los medios de producción ya sea por la propiedad directa del colectivo o su entrega en usufructo y cogestión con el estado, como forma de garantizar que los trabajadores se sientan verdaderos dueños de los medios de producción, cuiden y defiendan su propiedad y tengan plena soberanía sobre todos los aspectos de la empresa. La propiedad directa o usufructuaria pertenece al colectivo y es indivisible.
II) Armonización de los intereses nacionales, regionales, de los colectivos de trabajadores, los individuales y los de la naturaleza; de manera que queden excluidas tendencias regionalistas, sectoriales o individualistas, la subordinación de unos intereses a otros y se asegure la conciliación entre la acumulación socialista y la satisfacción de las necesidades crecientes.
III) Elecciones periódicas de la dirección administrativa de la Empresa por los trabajadores, como forma de garantizar que los directivos respondan al colectivo que los propuso y eligió y no a organismos burocráticos. Establecimiento de tres órganos en las Empresas: Parlamento de Trabajadores (PT), Junta de Administración Obrera (JAO) y Gerencia Ejecutiva (GE). El PT concentrará todo el poder sobre las decisiones importantes, aprobará todos los planes y elegirá a las JAO y las GE. Las JAO dirigirán colectivamente las entidades como representantes de todos los trabajadores, velarán por el cumplimiento de todas las decisiones tomadas y asesorarán a la GE. Las GE tendrán la función de ejecutar, hacer cumplir y buscar la mejor manera de que se realicen, los planes y decisiones tomadas por los PT y las JAO.
IV) La AEOS, debe funcionar como eje de un sistema en toda la sociedad que integre la planificación general a todos los niveles, con las relaciones monetario mercantiles, como forma de garantizar la verdadera igualdad, justicia y solidaridad social en la etapa de tránsito y mientras no sea posible aplicar la formula comunista de distribución según las necesidades. Esto sólo se logra con una contabilidad exacta bajo control obrero que permita autofinanciar la empresa, realizar la ley socialista de pago según trabajo, hacer la economía rentable, darle competitividad internacional a los productos nacionales, evitar los subsidios y aportar partes de sus ganancias a los presupuestos de la región y la nación.
V) Creación de un ambiente colectivista en la nueva moral, que posibilite la formación integral del hombre del futuro.
2-Pleno respeto económico, político, social, y jurídico del Socialismo como etapa de tránsito hacia el Comunismo. Esto es predominio de las formas socialistas genéricas de propiedad y producción como la estatal cogestionada en usufructo con los trabajadores, colectiva autogestionada de los trabajadores sobre empresas, y cooperativa agrícola industrial y de servicios; junto a formas de producción y propiedad pre socialistas, trabajo individual y la pequeña empresa privada.
3-Como Planificación y Mercado son necesarios en el Socialismo y se excluyen sólo si se les considera absolutos, establecer una Economía que los integre a ambos, con planes generales de desarrollo a todos los niveles, bajo determinante participación de las bases, producción contra contratos y flexibilidades para otras demandas, respete las leyes económicas y las relaciones monetario-mercantiles entre los eslabones, pero sin brindar posibilidad alguna a la corrupción y la expansión capitalista, y garantizando la solidaridad y seguridad social. Limitar la inversión extranjera a lo imprescindible, con menos del 50 %, y, bajo igual regulación y cogestión que las empresas nacionales.
4--Política financiera de interés social, que revise la valorización de la divisa cubana, la doble circulación, los actuales precios y salarios, la recaudación fiscal y los créditos a fin de que contribuya a un mejor desarrollo económico.
5-Continuación de la integración en el ALBA y a otros grupos regionales latinoamericanos y caribeños. Nada con el ALCA.
6-Mejorar los planes de Educación y Salud Pública, y desarrollar otros que garanticen, agua, alimentación, energía, vivienda y transporte a bajos precios.
7- Hacer real el poder de los Órganos del Poder Popular, con el control a su nivel sobre la formación y ejecución de los presupuestos a fin de que puedan realizar la autogestión social para la cual fueron creados.
8-Restablecimiento pleno de la dirección colectiva y del centralismo democrático, a todos los niveles de los Sindicatos, el Partido y los Poderes Populares y convocatoria a la celebración del VI Congreso del PCC sobre estas mismas bases.
Publicado en Rebelión el 13 de mayo del 2006
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31432
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Cuba. Dilema y Esperanza II
Si las políticas económicas aplicadas durante 13 años no nos han liberado del Período Especial, aún con los sostenidos crecimientos en el PIB, debemos analizar qué ha fallado y en qué debe rectificarse. El reafirmado excesivo control estatal de la economía aumentará el burocratismo, la corrupción y la insatisfacción popular que necesariamente catalizará por alguna coyuntura. El desenlace dependerá de las fuerzas que logren capitalizar el creciente descontento.
Los cubanos relacionamos el Período Especial con la peor época de crisis económica de la etapa revolucionaria: es sinónimo de escasez, alimentación deficitaria, apagones, bicicletas como transporte, casas en estado deplorable casi irreversible, poca transmisión televisiva, desaparición de numerosos órganos prensa, reducción de tiradas de los periódicos principales, reducción drástica de la mayoría de las opciones de ocio de la población, alertas de sirenas constantes ante la eventual agresión imperialista, movilizaciones masivas para cavar túneles, ejercicios de evacuación, entrenamientos de las Milicias de Tropas Territoriales, y otras acciones por el estilo.
Hay regiones del país donde la situación sigue siendo más complicada que en otras, sobre todo con las posibilidades de alimentación, el transporte y la vivienda; pero muchas de aquellas cosas han cambiado bastante -más para unos que para otros- y otras han mejorado, aunque en casi ninguna hay comparación con los peores momentos del Periodo Especial. De manera que es muy acertada la valoración que hizo recientemente el compañero Carlos Lage, cuando afirmó que todavía no hemos salido del Período Especial, a pesar de los cambios y algunas mejoras experimentados.
Nos toca valorar por qué trece años después de la aplicación de políticas económicas y sociales, en las que ha predominado el fortalecimiento del Socialismo neocapitalista de Estado, con varios años de altos y sostenidos crecimientos económicos, y cuando hace ya nueve años, en 1998, se dijo que empezábamos a salir del Periodo Especial, no hemos todavía logrado desprendernos de él, mientras se observa que persisten la insuficiencia alimentaria, los graves problemas en el transporte público y en el mantenimiento y construcción de viviendas, principales problemas que siguen afectando a la mayoría del pueblo.
Si Fidel dijo en la Universidad el 17 de noviembre del 2005 que los revolucionarios podríamos destruir la Revolución y nos llamó a todos a aportar discusiones y soluciones y Raúl nos llamó a discutir nuestros problemas a fines del año pasado en el 8vo período de sesiones de la Asamblea ¿Qué factores, qué aparato y quiénes impiden que se despliegue el debate necesario entre los revolucionarios que ellos están pidiendo, incuestionablemente relacionado con esta problemática?
Se impone la necesidad de analizar lo que hemos estado haciendo, valorar las limitaciones de las políticas aplicadas y redefinir los cambios necesarios. Si el ojo que predomina es el autocontemplativo, se concluye que, debemos seguir haciendo lo que hasta ahora, por haber mejorado algo. Si el que prevaleciera fuese el autocrítico, se pondrían en primer plano las deficiencias para buscar sus causas profundas, identificar la incompetencia del modelo de acumulación concebido para resolver esos problemas básicos y, en consecuencia, definir cambios en las políticas aplicadas.
Del estudio y análisis de todas las informaciones publicadas sobre el 9no Período de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder popular, puede concluirse que la dirección actual del Partido-Gobierno-Estado Cubano -a pesar del limitado avance y el amplio descontento popular- reafirma el actual rumbo estatocentrista de la economía, basado en neocapitalismo desde el Estado, que tiene sus ejes en el predominio de la propiedad estatal y el trabajo asalariado y persiste en su modelo de acumulación a partir del control centralizado del excedente social.
Esta posición no parece consecuente con aceptar que no hemos logrado salir del Período Especial y que seguimos con graves insuficiencias en los problemas principales que afectan a la mayoría de la población. ¿Necesitamos desastres como la zafra de los 10 millones o la caída del campo socialista, para aplicar importantes cambios que reafirmen el rumbo propiamente socialista de la economía?
En días previos el Ministro de Economía y Planificación, José Luís Rodríguez lo había expresado con toda claridad cuando señaló que el modelo cubano seguirá siendo estatista con los ajustes que fuesen necesarios. Para que no hubiese duda, el funcionario descalificó por “no gubernamental” una comisión de la Academia de Ciencias que estudiaría las formas de producción en el socialismo. ¿A quien responde la Academia de Ciencias? ¿Su Instituto de Filosofía es “no gubernamental”?
Ahora nos enteramos por un periódico de la izquierda internacional que el Comité Central había aprobado la investigación del Socialismo del Siglo XXI entre las prioridades de la Ciencias Sociales a partir del 2007. A los académicos corresponde racionalizar toda la experiencia y brindar opciones, pero en modo alguno confrontar y dar soluciones a los problemas del socialismo, que conciernen en primer lugar a los trabajadores, al Partido y a todo el pueblo.
El compañero Eliades Acosta, recién nombrado al frente del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido, demandó recientemente un diálogo entre los revolucionarios, para enfrentar la parte enferma de capitalismo en nuestra sociedad. ¿Cómo lograrlo sin una profunda discusión en el seno del pueblo sobre los problemas que afectan a nuestro socialismo?
Para continuar con ese desacertado rumbo estatista, no han importado las experiencias ampliamente valoradas y divulgadas por muchos académicos y políticos comunistas en todo el mundo sobre la relación del centralismo económico con las causas del derrumbe socialista, ni la propia práctica cubana que arroja datos tan sencillos para el entendimiento de cualquier trabajador, como que los cooperativistas y campesinos producen el 60 por ciento de la producción agrícola con sólo cerca del 30 % de la tierra, que los asediados pequeños negocios familiares autogestionarios producen con más calidad y reciben mayores beneficios que los de igual tamaño del Estado, y que los trabajadores, en prácticamente todos los centros de producción o servicios, están mayoritariamente insatisfechos con la forma en que es conducida la economía, porque, evidentemente sostiene el desvió de recursos, las sustracciones, la corrupción imperante, las “indisciplinas”, etc.
¿Cuantos años más de neocapitalismo de Estado tendríamos que seguir soportando para salir del Período Especial y volver a los años previos cuando la hipercentralización de la “política de rectificación de errores y tendencias negativas”, -esencia de la que actualmente se sigue- fue preámbulo y base del desastre que cristalizó con la caída de la URSS y el campo socialista? ¿No nos percatamos de que estamos en un círculo vicioso de “menos centralización / más centralización” desde hace años, sin avanzar realmente con cambios de fondo hacia las relaciones de producción socialistas?
Las medidas como el aumento del precio de acopio de la leche y el pago de las deudas a los campesinos, son pasos positivos para buscar aumentar la producción agrícola interna, pero no cambian en nada la esencia del esquema neocapitalista de Estado que ya hubo de demostrar su fracaso donde quiera que fue aplicado.
Nuevamente se proyectan centralizados y gigantócratas planes e inversiones millonarias en regadíos para la reactivación de grandes extensiones de tierras ociosas, la construcción de cientos de miles viviendas, el restablecimiento de las carreteras, etc. Dinero que será controlado por los mismos Ministerios que hasta ahora han sido incapaces de hacer productivos la mayoría de los recursos de los que han estado disponiendo durante decenios. Capital que, en buena parte, nuevamente será despilfarrado, desviado e improductivo; pero el gobierno central quedará “limpio de responsabilidad”: “hizo el plan, destinó el dinero y los recursos”.
Eso no resuelve los problemas. No se trata de simplemente destinar recursos, sino de la forma en que se organizan y en función de qué. No hay una sola palabra en dichos planes sobre nuevos sistemas de organización de la producción, impulso al cooperativismo, a convertir en verdaderas empresas productivas cooperativas o autogestionadas a las Unidades Básicas de Producción Cooperativa, o a estimular procesos de autogestión o cogestión obrero-estatal, sino sólo vagas referencias al “perfeccionamiento empresarial”; al contrario, el actual Secretario General de la CTC dijo que nada de cooperativas en la industria y los servicios.
Los trabajadores y el pueblo se enteran de estos planes -decididos por el aparato central- luego de aprobados sin cambios y con pocas discusiones por la Asamblea Nacional, donde los compañeros apenas tienen tiempo de estudiar los documentos por los que deben levantar su mano. Estas decisiones, que no se saben si son o no compartidas por el pueblo, son tomadas por los miembros de la Asamblea Nacional, la mayoría de los cuales son también ministros y dirigentes partidistas y estatales: juez y parte.
Un paso positivo ha sido el desarrollo de reuniones de las comisiones de la Asamblea Nacional, en las que tenemos la misma composición de funcionarios y el mismo poco tiempo necesario, donde priman las explicaciones de los Ministros sobre los resultados productivos y no las investigaciones independientes que debieran realizar los Poderes Populares por sus propios medios sobre la marcha de las inversiones y los planes de producción, el cumplimiento de los cronogramas, los costos y los gastos. El papel fiscalizador debería ser en el terreno.
La participación de las masas en las decisiones brilla por su ausencia: para nada se las consulta. Las estipulaciones actuales del Perfeccionamiento Empresarial, que solo se aplica en una parte de las empresas, suponen que los trabajadores “discutan” sobre un plan ya previamente aprobado. Los planes y presupuestos nacionales y regionales nunca son debatidos ni aprobados por el pueblo en diferendo alguno, pues el actual sistema representativo no permite una verdadera democracia participativa y directa de las masas, como correspondería a una sociedad que aspira a ser verdaderamente democrática y socialista. Debemos avanzar en esa dirección.
La culpa de los incumplimientos caerá luego, en parte, sobre los “incapaces” ministros, viceministros, directores y todos los demás nombrados –no elegidos- que dentro de tres o cinco años, cuando se vean los incumplimientos, tendrán que ser demovidos y transferidos de cargos, aunque muchos “se caigan para el lado y hasta para arriba”, pues van para otro ministerio o para la dirección del Poder Popular, del Partido o de alguna otra organización política, en un claro ejercicio de reciclamiento burocrático. La responsabilidad principal se hará recaer, como hasta ahora, sobre los trabajadores que “no tienen educación económica, son indisciplinados, se roban los materiales y usas los tractores para pasear”, pero a estos no pueden cambiarlos, ya no hay lugar más abajo.
El socialismo, para realmente serlo debe ser participativo, democrático, autogestionario, inclusivo e integracionista. Participativo, porque debe permitir la más amplia participación de todos los afectados en la elaboración y aprobación de todas las decisiones económicas, políticas y sociales importantes; democrático, porque los métodos que se utilicen para tomar las decisiones no pueden basarse en la política de “ordeno y mando”, en la imposición desde arriba, sino en las voluntades de las mayorías expresadas por métodos democráticos; autogestionario, porque solo la autogestión y el cooperativismo son capaces de crear condiciones colectivas para el desarrollo de una verdadera sociedad democrática, sin explotadores ni explotados, equitativa y con una nueva mentalidad colectivista; inclusivo, porque debe incluir y movilizar para el gran plan común socialista a todas las capas de la sociedad, incluidas las más rezagadas e integracionista, porque debe tender a la integración económica política y social con otros pueblos que se esfuerzas con construir el socialismo, privilegiando todo tipo de intercambio comercial o trueque e inversiones conjuntas con estos países por encima de las relaciones con el capitalismo internacional.
Más centralismo, más dinero para los planes estatales actuales, no habrían de llevarnos al socialismo; todo lo contrario, nos aleja de la socialización tanto de la propiedad, como de la apropiación del excedente. El “socialismo” no radica en la forma de distribución, sino en las relaciones que establecen los hombres para producir.
¿Por qué insistir en mantener un rumbo que la historia ha demostrado que fracasó en todas partes? ¿Por qué no se da participación directa a los trabajadores en todas las decisiones que deben ser tomadas en cada centro de producción o servicio, y parte de las ganancias no son repartidas equitativamente entre ellos? ¿Por qué se persiste en mantener el trabajo asalariado, que es la forma de la existencia del capitalismo? ¿Por qué se continúa con el capitalismo de Estado, que el Che criticó y que Stalin identificó como “socialismo” y condujo al fracaso de aquel proceso? ¿Por qué no se distribuyen esos grandes presupuestos por provincias, municipios, empresas y se les permite que los administren democráticamente y con criterio productivo económico y autogestionario? ¿Qué explica que no se quiera cambiar el modelo de acumulación centralizado, por otro más democrático y eficaz?
Estas preguntas probablemente no tendrán respuesta. Se ha hecho costumbre ignorar y desestimar las opiniones que se emiten desde el flanco izquierdo dentro de la Revolución: no reciben ninguna publicidad interna. Los partidarios del mercantilismo, el comercio con el enemigo y el capitalismo de Estado sí tienen voz y voto. Mal andamos. No importa que esa izquierda haya sido partícipe en todas las luchas revolucionarias e internacionalistas, que haya compartido todos los difíciles momentos que ha atravesado la Revolución, que no haya hecho la más mínima concesión a los enemigos de clase, haya estado en las primeras trincheras de combate y que, inconforme, haya callado sobre las muchas violaciones que se han hecho al centralismo democrático y otros excesos para evitar la magnificación de tales problemas por el enemigo, no crear divisiones internas y tratar de salvar la imagen de unidad que se ha demandando en nombre de la Revolución..
Una vez se dijo que la Revolución no devoraba a sus hijos como Saturno. Realmente no los ha devorado pero ha establecido sus diferencias entre ellos: los hijos “obedientes” y los “adulones” –no importan sus errores- se muestran intocables; los inconformes que aceptan callados, no son molestados; pero los protestativos, los que dicen lo que piensan sin cortapisas, los que han decidido -como el Che y Fidel nos enseñaron- criticar todo lo mal hecho, los “revoltosos de siempre” han sido removidos, sancionados, jubilados, “empiyamados” o simplemente apartados con cualquier pretexto o por mínimo error.
El burocratismo, fenómeno que tiende a la creación de una clase política que asume el control real de los medios de producción, se ha venido consolidando en Cuba desde las medidas tomadas en el Período Especial que fortalecieron el capitalismo de Estado, como las inversiones de ultramar, el turismo para extranjeros, el desarrollo de corporaciones que producen para un mercado foráneo, la doble moneda y otras de perfil similar. Cuando la Revolución está en peligro y la principal amenaza viene desde su propia burocracia, a los revolucionarios no nos queda otra opción que la de poner todo esto en blanco y negro, para intentar salvarla.
No es este un ataque personal a nadie: estos análisis, estas críticas y estas propuestas surgen ante la necesidad de rectificar este rumbo que genera el estatismo. Conocemos el trabajo abnegado y de entrega total de miles de compañeros en los aparatos del Partido y el Estado, que no lucran con sus posiciones y sufren por la imposibilidad de resolver los problemas a los que se enfrentan. No es de ellos la culpa, ni culpables hay que buscar en proceso tan arduo y complejo, con enemigo tal a pocas millas; solo hay que reencaminar la Revolución hacia la dignificación del hombre y el trabajo que brindaría la socialización.
El proceso de estancamiento estalinista en la URSS fue el verdadero responsable del desastre del socialismo en el siglo XX. El mismo tuvo su base económica en la centralización de la propiedad, los recursos, el excedente y en la planificación centralizada combinados con el capitalismo de Estado que explotaba trabajo asalariado. Su apoyo social fue la burocracia engendrada por todo aquel estatismo. Las experiencias deben ser útiles. ¿O acaso las leyes socioeconómicas, las de la lucha de clases, no son válidas para Cuba y nuestra Revolución? ¿Las buenas intenciones de la máxima dirección, su honestidad y entrega podrán salvarnos de esos factores objetivos condicionantes si no logramos modificarlos?
Si cayera Cuba, caería América en manos del imperialismo, como nos dijo Martí.
Es demasiado grande nuestra responsabilidad para permitir que el burocratismo siga avanzando y destruya la Revolución como anunció Fidel y también sean aniquiladas con ella las esperanzas del pueblo que la hizo y la ha defendido con su vida y las de millones de revolucionarios y comunistas en todo el mundo que confían en este bastión y ven como Cuba se mantiene en la batalla a pesar de todas las agresiones y bloqueos del imperialismo.
La defensa de la Revolución es necesaria hoy más que nunca, pero no desde su apología que no habría de ampararla, sino desde la crítica de sus errores y desviaciones, que es lo único que puede salvarla del abismo restaurador capitalista que la amenaza desde la inconciencia de su propia burocracia.
La concepción estato-centrista predominante nos está conduciendo al fracaso. Los que pensamos así vamos a continuar esclareciendo estas posiciones por todas las vías posibles, tratando de convencer a los que consideramos equivocados y de lograr que esa política cambie sin hacer la más mínima concesión al imperialismo y sus lacayos, sin admitir injerencia alguna en nuestros asuntos internos por parte de ningún gobierno foráneo y sin realizar acciones que puedan fracturar el frente revolucionario.
Lo que estamos planteando no le conviene para nada al enemigo pues no sirve a sus intereses. Ellos saben que nuestras propuestas fortalecen el socialismo que esperan destruir, precisamente con la colaboración de los métodos que estamos criticando. La cohesión -no la falsa unanimidad- es imprescindible.
En la antigua Europa ex socialista, estos tipos de análisis eran considerados desviaciones izquierdistas, diversionistas y revisionistas. Todas esas acusaciones fueron armas usadas por el estancamiento en otros tiempos contra los revolucionarios, pero hoy ya no es posible repetir aquellos desaciertos. Quienes lo intenten, quedarían claramente identificados como intolerantes, oportunistas, dogmáticos y estalinistas condenados por la historia, cartelitos que no conviene a nadie llevar al cuello ahora porque su peso cortante es demasiado grande.
Tampoco creemos que quienes defienden el rumbo actual sean pro-imperialistas, anexionistas, antipatriotas, ni anti partido aunque sabemos que el camino que impulsan actualmente, hacia el fortalecimiento del capitalismo de Estado, conduce a la consolidación del burocratismo, a la destrucción de la Revolución y la restauración capitalista anexionista. Se trata de un fenómeno de falta de claridad político-ideológica.
Es evidente que nuestros defensores del Socialismo neo-capitalista de Estado, no entienden o no se disponen a estudiar uno de los problemas teóricos fundamentales de la filosofía, la economía y la Política: no es posible construir la nueva sociedad con los métodos de la organización asalariada del trabajo que caracteriza al capitalismo. No comprenden que existe una flagrante contradicción entre medios capitalistas y fines socialistas. No es posible construir el feudalismo con esclavos, el capitalismo con siervos ni el socialismo con asalariados. Al socialismo corresponde otro tipo de trabajador, el cooperativista, el autogestionario, puesto que las nuevas relaciones de producción no van a ser las típicas del capitalismo sino las genéricas del socialismo, el cooperativismo, la autogestión y la cogestión (obrero-estatal). Tampoco comprenden que el socialismo de Estado no es viable desde el punto de vista de la Economía Política, porque su sistema distributivo igualitario contraviene su forma de producción asalariada y lleva inevitablemente a sistémicos y continuos déficit de producción y a la escasez. (1)
Se trata de una convicción errónea de lo que es el Socialismo, de un empecinamiento caprichoso basado en la buena voluntad de un grupo de revolucionarios que no se percatan de estar engendrando una burocracia que puede acabar con la obra de la Revolución y con ellos mismos si no se le pone coto, por la vía de la verdadera socialización de la apropiación de la propiedad y el excedente.
La dirección actual debe mostrar confianza en la clase trabajadora para que ella misma –directamente- maneje la economía como corresponde al socialismo; debe dar pasos firmes encaminados a hacer efectiva la administración de los medios de producción por los colectivos de trabajadores, apoyar con esos fondos la organización de las nuevas formas socializadas de producción (el cooperativismo, la autogestión y la cogestión) tanto en la agricultura como en la industria y los servicios, para integrar todo en un plan común de desarrollo nacional; potenciar aun más el trabajo por cuenta propia –que no es capitalista y tiene carácter autogestionario-; y consolidar el poder real de los órganos del poder Popular, desconcentrando partes de esos fondos de los ministerios -que deberían quedar para funciones metodológicas y de control general- y entregarlos a los órganos del Poder Popular a los distintos niveles.
Si el gobierno central no procede en dirección a socializar y democratizar la economía, y con ella la sociedad, el descontento de los trabajadores y del pueblo aumentará, y ellos mismos se encargarán de realizar los cambios cualitativos que inevitablemente sobrevendrán a la acumulación cuantitativa de insatisfacciones que se han venido sumando por años. La rebelión silenciosa, que hace rato se viene manifestando, no contra la Revolución sino contra sus desviaciones, imperceptible a los ojos de los obnubilados en su autocomplacencia, podrá tornarse en actuante con motivo de cualquier eventual condicionamiento.
Fidel en su “Autocrítica de Cuba” acaba de realizar una crítica mordaz a los burócratas que despilfarran recursos y no tienen en cuanta los peligros a los que nos enfrentamos. Acabemos de organizar la producción sobre la base del control obrero en todos los aspectos, de manera que ese desorden se haga imposible.
En la URSS, el golpe de Estado contra Gorbachov y su mal llevado -o como quiera llamársele- proceso de reformas, fue el detonante que catalizó el creciente descontento masivo con el sistema centrista y tiró el pueblo a las calles, situación que fue capitalizada por Boris Yeltsin y las fuerzas pro-capitalistas de la burocracia aliadas a las mafias que rápidamente encontraron reconocimiento y apoyo de todo tipo en el imperialismo. En el PCUS predominaban las corrientes estalinistas y neoestalinistas y las de izquierda habían sido aplastadas desde la época de Stalin y posteriormente estigmatizadas como “revisionismo” y otros “ismos” por los oportunistas, estatistas y conservadores.
Si en momentos anteriores la dirección de Fidel y la confianza del pueblo en él, fueron un freno ante posibles protestas populares, su actual convalecencia, que podría ser lamentablemente definitiva y su evidente y obligada ausencia de los escenarios políticos internos, puede favorecer circunstanciales demostraciones callejeras. Recuérdese que en 1994, solamente la presencia directa de Fidel en las calles de La Habana, evitó un amotinamiento mayor. La eventual represión de un hecho masivo podría marcar el inicio del fin de la Revolución. La contrarrevolución y el imperialismo podrían intentar este tipo de provocación.
“Este pueblo está cansado ya de justificaciones”, dijo Raúl Castro. ¡Cuanta verdad encierran esas palabras! Los cubanos, mayoritariamente, queremos la Revolución y el socialismo, pero estamos cansados de que todo se siga justificando con el bloque imperialista; no soportamos ya la libreta de racionamiento, los bajos salarios, los altos precios de las mercancías de primera necesidad, la falta de transporte público mientras casi toda la burocracia se pasea en autos, el hacinamiento de familias de tres y hasta cuatro generaciones en viviendas mal conservadas, la doble moneda que esconde la explotación y no llega a todos, la explotación asalariada de los trabajadores por el Estado neocapitalista, el desastre en nuestra agricultura y la destrucción prematura de nuestra industria azucarera, columna de nuestra nacionalidad, la dependencia alimentaria del enemigo histórico y sus negativas consecuencias para el campo cubano, la insalubridad de los barrios habaneros, la explotación de nuestros profesionales y obreros por las empresas extranjeras, el jineterismo en diverso grado al que se han plegado cientos de miles de jóvenes de ambos sexos para poder llevar de comer a su casa y poder vestirse decorosamente, la corrupción impuesta a la clase obrera que ha tenido que “inventar” desviando recursos para garantizar su auto-reproducción social, las largas colas y el tiempo perdido para resolver cualquier problema burocrático, los abusos de la burocracia, la extorsión a los cuentapropistas, los bajos precios del monopolio estatal de acopio de productos agrícolas, el abandono del campo, la discriminación del cubano en áreas turísticas en su propio país, la discriminación racial velada y otras muchas insoportables cuestiones y encima de la sociedad desastrada, el discurso triunfalista y autocomplaciente del oficialismo en la prensa y la televisión. No aceptamos nada de eso, porque nada de eso es socialismo.
Por estas razones, tantos desean irse del país a como dé lugar, ya sea a misiones internacionalistas, contratos de trabajos, visitas familiares o por cualquier motivo y cientos de miles llenan planillas del bombo norteamericano y arriesgan sus vidas en el Estrecho de la Florida atraídos por los cantos de sirena de la asesina Ley de Ajuste Cubano. Son esas las verdaderas causas, y no las “debilidades ideológicas consumistas” que se achacan a muchos de los que se van y quieren irse como motivos.
Si los revolucionarios y los comunistas no manifestamos más abiertamente nuestro descontento es porque confiamos en que se producirá un cambio de rumbo hacia más socialismo en cualquier momento, y porque no queremos propiciar un fraccionamiento del campo revolucionario que abra el camino a un eventual regreso al pasado capitalista -que necesariamente ahora sería anexionista- no deseado por la gran mayoría del pueblo. Por eso promovemos la cohesión desde la discusión intrarevolucionaria para el consenso.
El teórico italiano del socialismo moderno Antonio Gramsci escribió: "Si la clase dominante pierde el consenso deja de ser dirigente, se vuelve únicamente dominante, mantiene apenas la fuerza coercitiva, lo que comprueba que las grandes masas se alejaron de la ideología tradicional, no creyendo ya en lo que creían antes”. Y eso, ahora mismo, nos está pasando en Cuba. Entendamos que ya no hay consenso en la sociedad sobre la forma en que se está conduciendo el proyecto revolucionario; ya no hay dirección sino más bien imposición. Busquemos el consenso o terminaremos perdiendo la credibilidad de las masas, ya bastante afectada.
Esta situación que se complica cada vez más por el empecinamiento en un rumbo equivocado, y que anunciando avances lleva realmente al retraso en las relaciones socialistas de producción (el cooperativismo, la autogestión y la cogestión), puede terminar en un desastre para el socialismo en Cuba o en un renacer de la Revolución que tiene que alcanzar su fase raigalmente socialista: la socialización de los medios de producción. Descartada queda una tiranía de tipo estalinista que nadie quiere, cuya represión contra el pueblo y los comunistas sería la muerte del proceso.
Si no logramos resolver los problemas de corrupción y burocratismo, se agudizarán las contradicciones actuales que alguna situación coyuntural podrá catalizar y entonces todo dependerá de quien logre capitalizar el descontento de las masas: el enemigo imperialista, con sus aliados internos pro anexionistas, o las corrientes revolucionarias que laten con fuerza en el seno del pueblo, el Partido Comunista y su dirección.
Las fuerzas más revolucionarias y no contaminadas de burocratismo en la dirección de la Revolución, con Fidel y Raúl al frente no defraudarán la confianza que en ellos ha depositado el pueblo.
12 de Julio del 2007. perucho1949@yahoo.es
1-Ensayo del autor. ¿Qué es socialismo?, http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=24223.
Cuatro Tesis sobre el problema actual de Cuba, la reacción obrera, la politica del gobierno y la solución
Estas son las tesis centrales del ensayo "La Autogestión Socialista, urgencia y garantía de la Revolución".
1) El problema fundamental que enfrenta actualmente la Revolución radica en que la forma predominante de organización y control de la producción, la distribución y el consumo, sin control obrero alguno, basada en la propiedad estatal y la centralización de los recursos y las decisiones, establecida con la intención de facilitar el desenvolvimiento y expansión de la economía, no corresponde al nivel de desarrollo actual de las fuerzas productivas, y por el contrario está frenando su avance, creando dificultades sociales y políticas que comprometen el futuro del Socialismo en Cuba.
2) Ante este fenómeno, la clase trabajadora cubana hace tiempo viene reaccionando, mayoritariamente, poniendo en función de sus intereses particulares inmediatos, los medios y recursos económicos del Estado, generando una desviada, peligrosa, ilegal y cuasi corrupta especie de autogestión espontánea que, sin embargo, está marcando el rumbo a seguir. Esta apropiación indebida que hacen los trabajadores no debe confundirse con la corrupción y el robo de los grupos mafiosos creados al amparo y por el propio Estado, aunque las causas sean comunes.
3) Los intentos de resolver esta contradicción combatiendo sus efectos por vías extraeconómicas, con métodos administrativos, y aumentando aún más el control y la centralización de los recursos, sin ir a las raíces, en forma distinta al sentido que están pautando los trabajadores hacia una mayor participación obrera y popular en el control de la producción y sus resultados, puede conducir a un agravamiento y agudización de la contradicción de indefinidos plazos, con un eventual desenlace negativo para el futuro de la Revolución.
4) La solución de esta contradicción pasa por asumir, plenamente, el carácter actual de nuestra sociedad como período de tránsito Socialista hacia el Comunismo y establecer la Autogestión Empresarial Obrera y Social oAutogestión Socialista. A esta etapa corresponde una multiplicidad de formas de propiedad y organización de la producción; debiendo ser las fundamentales, determinantes y preponderantes las basadas en la propiedad y el usufructo de los colectivos de trabajadores sobre los medios de producción, y la Cooperativa de todo tipo. La transferencia de los medios de producción en propiedad o usufructo a los productores directos, es la única forma de autentificar la responsabilidad de la clase trabajadora en la construcción de la nueva sociedad.
Publicado en Rebelión el 11 de mayor del 2006
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31005
También en Analítica.com el 19 de mayo de 2006
http://www.analitica.com/va/sociedad/artículos/3497924.asp
A continuación, algunos de mis artículos más importantes sobre el Nuevo Socialismo:
¿Qué es el socialismo?
Por Pedro Campos Santos.
Si de Economía Política se trata y no de quimeras, el socialismo es el nuevo régimen económico-social de producción basado en nuevas relaciones de producción distintas y superiores a las existentes en el capitalismo: el cooperativismo y la autogestión. Las crisis económicas en el capitalismo y en el socialismo de Estado, causas, manifestaciones, consecuencias y soluciones. El socialismo.
A la debacle del “socialismo real”, a fines del siglo pasado, siguió una indudable crisis del pensamiento socialista y del movimiento obrero y revolucionario mundial. En la gran mayoría de los partidos comunistas y en la izquierda en general cundió la desesperanza. ¿Había sido aquello Socialismo? ¿Qué era entonces Socialismo? El neoliberalismo se aprovechó de la coyuntura para “decretar el fin de la historia” y arrancar a la clase trabajadora muchas de las concesiones que había logrado en más de un siglo de luchas por el derecho a huelga, el salario mínimo, la jornada de ocho horas, y otras. El imperialismo yanqui se creyó omnipotente.
La izquierda internacional no tardó en empezar a recuperarse de la sacudida y aparecieron los movimientos antiglobalización, alter mundistas, contra el ALCA, por el respeto a los derechos humanos de los pueblos y las minorías, las etnias, los ambientalistas, y otros muchos. Como siempre, la acción, la realidad del movimiento, se fue delante del pensamiento, como el hecho precede al derecho, la práctica a la teoría, y el ser a la conciencia social.
Los pensadores -la intelectualidad de la izquierda- luego de un impasse inicial, indagaron sobre las causas de la caída del socialismo, que otros anteriormente ya habían previsto, y comenzaron a proyectar nuevos “modelos” socialistas. Una buena parte de sus análisis sustenta el desastre en las fallas del sistema político, la mala dirección del Partido y otras por el estilo y, no pocas proyecciones, partiendo de tales evaluaciones, siguen, más de una década después, haciendo énfasis en la necesidad de luchar por un “socialismo más humano, más participativo, y más democrático”, sin abordar el meollo del problema.
Las contradicciones principales del “socialismo real” deben buscarse en las relaciones de producción
No parece todavía generalizado en la izquierda un consenso que identifique el derrumbe de aquel “socialismo” partiendo de un análisis de su Economía Política. Si para buscar las profundas causas de las crisis capitalistas, debemos remitirnos a las relaciones económico-sociales que contraen los hombres en el proceso de producción, lo mismo debemos hacer, si queremos encontrar las verdaderas razones sistémicas que condujeron al desmoronamiento del “socialismo real”.
Intentar pues, encontrar las causas principales de aquel desastre en el sistema político de “democracia socialista” con sus muchos defectos y violaciones, es tanto como pretender localizar las raíces de las crisis capitalistas en sus formas de gobierno y correspondientes desperfectos.
Cuando se instauró la NEP (Nueva Política Económica) en 1921 en Rusia, en el socialismo se introdujo el capitalismo de Estado, el cual traspasó luego al socialismo de Estado el trabajo asalariado y sus demás vicios naturales como el burocratismo y la corrupción. A partir de entonces, las relaciones de producción en el “socialismo real” se caracterizaban esencialmente por la propiedad del Estado sobre los medios de producción, la planificación centralizada y el trabajo asalariado, en forma parecida al capitalismo, con la diferencia de que en el capitalismo los medios de producción (capital constante) eran aportados por el dueño capitalista y acá eran proporcionados por el Estado. En ambos casos, los trabajadores tributaban la fuerza de trabajo, que era pagada y mal pagada como una mercancía más, destinada a producir la plusvalía en el capitalismo, plus trabajo en el “socialismo”: el excedente.
Si “la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado” como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista (1), la abolición del capital implica la eliminación de la condición de su existencia: el trabajo asalariado. Esta perogrullada fue livianamente borrada de la terminología y la ideología revolucionarias por los que luego pretendieron identificar el capitalismo de Estado con el socialismo.
En verdad, tal “socialismo” que siguió basándose en el trabajo asalariado no era más que una especie de capitalismo de Estado -sin dueños capitalistas particulares- pero abigarrado, toda vez que el capitalismo tiene como finalidad a la ganancia, mientras que esta versión “socialista” de capitalismo estatal se proponía la satisfacción de las necesidades crecientes de la población, a realizar en la esfera de la distribución, en forma similar al Estado de Bienestar, por medio de la buena y sabia voluntad del aparato estatal que “representaba los intereses de todo el pueblo”. Pero lo que califica a un sistema no son sus fines enunciados, sino sus formas y medios para conseguirlos.
Un problema histórico, antiguo de la filosofía, vuelve a la palestra: la correspondencia entre medios y fines. No es posible cualquier fin con cualquier medio. Los fines no justifican los medios, como afirmaba Maquiavelo, sino que los determinan. Consecuentemente la construcción de una nueva sociedad, tiene que ser realizada por nuevos medios, los que deben corresponder a sus fines. El trabajo asalariado que es el medio de la explotación capitalista, no puede ser, por tanto, el medio para conseguir la sociedad sin explotadores ni explotados.
Así, las raíces de las crisis del capitalismo, como las correspondientes al socialismo estatal yacen en el régimen de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y la forma de propiedad, que a su vez son las que determinan las maneras en que se distribuye el excedente, todo lo cual permite que unos se apropien y dispongan de la riqueza que otros producen.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista son las que se muestran entre el trabajo y el capital, y entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada, las contradicciones fundamentales del socialismo de Estado, por basarse en el mismo sistema de explotación asalariada de la fuerza de trabajo (esencia de las relaciones de producción capitalistas) tienen –pues- orígenes similares, solo que, ahora las contradicciones son entre el trabajo y el capital estatal, y entre la producción social y la apropiación cada vez más concentrada en manos del aparato del Estado, razones por las cuales, sus manifestaciones sí que no son iguales.
A las contradicciones clásicas del capitalismo, el socialismo de Estado, basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado, agregó otra crucial: la incompatibilidad entre los fines que se persiguen y los medios para conseguirlos.
Manifestaciones y consecuencias de esas contradicciones: las crisis en el capitalismo moderno y en el “socialismo de Estado” neo-capitalista.
El capitalista como término medio social general, paga al obrero por su fuerza de trabajo, pues necesita su reproducción para poder seguir obteniendo la ganancia -la plusvalía- que extrae del trabajo asalariado, su razón de ser, y solo puede subsistir repitiendo sucesivamente sus condiciones de existencia, invirtiendo nuevamente y cada vez más; pero como explica Marx en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (2), ésta va disminuyendo en razón inversa al aumento relativo de los medios de producción y las materias primas, capital constante, que necesita crecer incesantemente, y mucho más que el capital variable, la fuerza de trabajo, por el nivel de desarrollo tecnológico y la necesidad de mantener la competitividad.
El ciclo de reproducción del capital, lo obliga sistemáticamente a disminuir relativamente la inversión en el capital variable –la fuerza de trabajo- y es así como se materializa en el proceso de producción, el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, pues el capitalista se ve obligado a sacrificar proporcionalmente a los productores en beneficio de su capital, para mantener sus ganancias.
Por efecto de la diferencia relativa cada vez mayor entre el capital constante y el capital variable surgen y se desarrollan las crisis de superproducción, las financieras, las de los mercados y otras por el estilo, las cuales no son más que manifestaciones de la agudización de las contradicciones irreconciliables en esa relación entre el capital y el trabajo, en la organización de la explotación asalariada, en la forma cada vez más privada de la apropiación del excedente cuando la participación en la producción es más extendida, más social.
El aumento sistemático de los precios, que el capitalista evalúa sobre todo como consecuencia de la Ley de oferta y demanda en la esfera del consumo, en verdad tiene su base en el sostenido aumento del costo de producción a consecuencia del inevitable incremento de la inversión en capital constante que demanda la esencia reproductiva del sistema.
Esas crisis, ya más constantes que agudas, son las que llevan a reajustes y regulaciones en la mano de obra, los despidos masivos, el desempleo y el subempleo, las reducciones salariales, las desapariciones de plantas enteras de producción, y otros, mecanismos todos para tratar de evitar pérdidas, mantener los precios y sobre todo sus ganancias a costa de la plusvalía.
El imperialismo, trata de atenuar los efectos de sus crisis disminuyendo su inversión en capital variable (fuerza de trabajo) y también, procurando nuevos mercados y fuentes baratas de materias primas y mano de obra que conducen al reparto del mundo y las guerras de rapiña imperialistas; introduciendo el mayor planeamiento posible de la producción con sus estudios de mercado, y finalmente, acudiendo a la parcelación del capital -para poder ejercer un mejor control- y a la autogestión administrativa, en la cual, como se explica en trabajo anterior del autor (3) el capitalista moderno llega a dar alguna participación a los trabajadores en la propiedad por medio de la venta de algunas acciones y por esta vía en el excedente. Todas estas acciones alivian las crisis pero no las eliminan, en tanto persistan sus principales contradicciones.
El neoliberalismo, perfil con que se ha mostrado últimamente el sistema capitalista en su fase imperialista, tratando de mantener y aumentar sus ganancias y buscando al mismo tiempo evitar sus inevitables crisis de siempre, ha acudido a reajustes estructurales, la desregulación financiera y de los mercados, la focalización de la seguridad social, las privatizaciones, y la eliminación de los contratos colectivos e indefinidos de trabajo, y otras tantas formas de lo mismo, que nunca resolverán el fondo de sus problemas.
De hecho, las crisis no se muestran iguales, pues si en el capitalismo son de superproducción, en el socialismo de Estado se manifestaron como déficit de producción.
Marx, en la Crítica al Programa de Gotha (4) expresa: “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás? “
El socialismo de Estado neo-capitalista, retomó aquella vulgarización del socialismo e intentó erróneamente la justicia social igualitaria en la esfera de la distribución y el consumo y no en las relaciones de producción. Asumió el socialismo como una mejor distribución. Por eso y por necesitar de un enorme aparato burocrático para controlar sus recursos, el socialismo estatal precisa de un volumen de financiamiento que solo puede obtener de pagar salarios no directamente relacionados con los resultados de la producción, y por tanto, como media general social no paga con arreglo al trabajo, sino muy por debajo.
En consecuencia, el socialismo estatal tiende a una mayor explotación de los que trabajan, de la fuerza de trabajo (capital variable) para poder intentar su “vulgar socialismo distributivo”, beneficiar a los que menos producen y mantener los altos salarios, costos y prebendas de su aparato burocrático, en lo que diluye la alta cuota de ganancia que consigue súper explotando el trabajo productivo.
El Socialismo de Estado mostraba así su innata incongruencia entre las relaciones de producción esencialmente capitalistas que mantuvo, y su enunciada finalidad de satisfacer las necesidades crecientes de la población. Algunas propuestas reformistas en el socialismo de Estado, salpicadas de medidas neo keynesianas, planteaban superar esta contradicción del sistema mejorando los salarios de los trabajadores, aumentado su paga, remunerando las horas extras, focalizando –igual que el neoliberalismo- la seguridad social, estimulando el ahorro, aumentando las fuentes de trabajo y otras que atenuaban pero no resolvían el problema de fondo en las relaciones de producción y que, de aplicarse consecuentemente, según el criterio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, solo podían hacerse a costa de la “justicia social que se propone en la esfera de la distribución”.
La contradicción entre ese principio de la distribución socialista, heredado del capitalismo, y la intención de realizar la justicia social en la esfera de la distribución, es otra evidencia más de la incongruencia entre los fines y los medios del socialismo estatal, toda vez que el cumplimiento de tal principio dejaría al Estado sin los recursos suficientes para sostener su aparato burocrático, realizar su reproducción ampliada y hacer su bondadosa política distributiva. Queda así al descubierto la necesidad de un cambio en los medios, en la forma de organizar la producción, específicamente en el trabajo asalariado y la forma de propiedad.
El no pago adecuado de la fuerza de trabajo, por el socialismo estatal trajo afectaciones a la reproducción de la clase trabajadora, que se vio obligada a buscar salidas a su situación fuera del trabajo productivo para el Estado ya sea en la corrupción, el trabajo ilegal informal o en la emigración; la producción perdía así el estimulo principal que ofrecía el sistema para los trabajadores: su reproducción como clase trabajadora y la satisfacción de sus necesidades, con lo cual decaía el interés de los creadores de las riquezas por la producción sistémica y las consiguientes disminuciones relativas en la productividad y en medios producción y de consumo que provocaban los inevitables déficit de ofertas de mercancías. El socialismo de Estado trató de suplir entonces su falta de estímulo material apelando a la solidaridad social, con arengas, premios y compulsiones “morales” y otras formas extraeconómicas.
Las causas de sus desastres siempre eran buscadas fuera del sistema y lo mismo se culpaba a la naturaleza por las malas cosechas, que a los vaivenes del mercado internacional, o a las necesidades de la defensa, la seguridad y otras, todas con ocasionales reales -pero no determinantes- incidencias. Cuando no había manera de culpar a estos elementos externos, casi siempre la culpa recaía en los funcionarios “mal preparados” o los trabajadores que “todavía no tenían conciencia para sí y necesitaban ser educados política y económicamente”.
Para realizar su ciclo de reproducción, que también demanda grandes inversiones en capital constante como vía para tratar de aumentar la productividad y la producción y mantener la competitividad en el mercado mundial capitalista, el socialismo de Estado, también se ve obligado a sacrificar, y cada vez más y en forma peor a los trabajadores productivos que debían crear riquezas para toda aquella distribución voluntarista, para la reproducción ampliada del sistema y las políticas internacionales.
Como consecuencia de la aplicación de este ciclo que afecta sobre todo a los trabajadores productivos, irremediablemente se manifestaba la constante y creciente tendencia hacia la disminución de la productividad, el estancamiento económico, la inflación y la escasez constante de recursos para la adquisición de productos tanto del sector I -medios de producción-, como del sector II -medios de consumo-.
Una de las “salidas” que buscaba siempre el socialismo de Estado -que monopolizaba los mercados de ambos sectores- para garantizar su reproducción, era acudiendo a más restricciones en el sector II que, a su vez, llevaba al aumento de los precios por la ley de oferta y demanda, lo cual por término medio afectaba más a los salarios de los productores directos que a los receptores indirectos de beneficios (subsidios y prebendas) generales del sistema que van por fuera del salario.
Otras de sus “soluciones” clásicas era acudir a los créditos para adquirir medios de consumo, deudas luego impagables por improductivas y a las inversiones directas de capital extranjero, que por su naturaleza arrastran todos sus vicios y entran en contradicción con las regulaciones salariales y de todo tipo impuestas por el capital estatal, por lo cual terminan imponiéndose económicamente si se le permite el libre desarrollo –caso chino-, o complicando las relaciones sociales para finalmente retirarse si encuentra muchas dificultades para su reproducción.
De otra parte, los bajos salarios reales que precisa el socialismo estatal neo-capitalista, como condición de su reproducción, incentivan indirectamente el desplazamiento de muchos trabajadores calificados y eficientes al trabajo individual, la producción mercantil simple, que “increíblemente” se vuelve aquí más rentable y productiva, por el simple efecto del auto respeto a su reproducción, ocurriendo un proceso inverso al que se da en el capitalismo que tiende a absorber de manera natural a la pequeña producción. Esto explicaría la forma violenta en que el neo-capitalismo “socialista” de Estado reaccionaba contra la pequeña burguesía, expropiándola, tratando de imponerle todo tipo de trabas y acusándola de generar “capitalismo”, cuando en verdad se trata de aliados naturales de los trabajadores.
La fuerza de trabajo en ese socialismo de Estado era, por tanto, más explotada y, por consiguiente, la contradicción entre el Estado todo poseedor y el trabajo peor pagado, se hacía más insostenible para los que producían directamente bienes o servicios, lo que explicaría tanto la disposición mayoritaria de sus productores -especialmente los más preparados- a pasar al capitalismo clásico, como la mayor inestabilidad y debilidad -en todos los órdenes- del socialismo de Estado.
Esas eran las razones por las cuales, los obreros del socialismo de Estado europeo, cuando se comparaban con los obreros del capitalismo europeo, notaban que sus niveles de vida y consumo eran muy inferiores. Y no estamos evaluando el consumismo inherente a las clases explotadores, que nunca ha tenido nada que ver con el consumo de la clase trabajadora para su reproducción.
Esta mayor explotación relativa de la fuerza de trabajo productiva, tuvo consecuencias doblemente contraproducentes, pues ocurrió que la distribución del excedente resultante, era realizada además, en función de intereses objetivamente predeterminados por la separación real que existía entre los medios de producción y los productores, y la consecuente existencia de un aparato burocrático hiperbolizado, que haciendo las veces de dueño, se veía obligado a cuidar y responder por sus bienes y su propia reproducción como ente social, razón que lo llevaba, cada vez más, a separarse de los intereses del pueblo y los trabajadores. Este controvertido gasto burocrático afectaba a su vez la reproducción ampliada del capital estatal.
Tal aparatazo, por muy buenas intenciones que poseyera, situado fuera del control real de la sociedad -sólo posible de realizar por medio de la socialización de la propiedad y la apropiación en beneficio de los colectivos obreros y sociales- tendió por naturaleza, en razón de su posición respecto a los medios de producción, al burocratismo y a la corrupción en grados extremos.
La legalidad, las libertades, la democracia y los derechos que se suponían al Socialismo, eran violados como consecuencias de aquel régimen de explotación encubierto y de las necesidades lógicas de control del aparato burocrático para mantener su dominio en aquella sociedad. El Estado, cuando debió caminar hacia su extinción, disminuyendo sus funciones de control social y económico en beneficio de los colectivos sociales y de trabajadores, en cambio tendió a su fortalecimiento y al desarrollo de nuevos sistemas y métodos de controles cada vez más sofisticados y centralizados. En la práctica aquel socialismo estatal, particularmente en la URSS, generó formas en el comportamiento social de su burocracia, más parecidas a las de los señores feudales que a las de los propios capitalistas, como aquella de la nomenclatura cuyos miembros -una especie moderna de upátridas atenienses- eran los únicos que podían ocupar responsabilidades públicas.
Un factor adicional que comprometió la inversión en el socialismo de Estado, fue la carrera armamentista y el mantenimiento de un ejército de enormes proporciones, que en el capitalismo es un escape para la inversión de capitales ociosos y la creación de fuentes de trabajo a costa del presupuesto-parásito del Estado (5), pero para el Socialismo de Estado era un consumidor improductivo de recursos, técnicas de alta tecnología y finanzas que recaía directamente sobre los hombros y estómagos de los trabajadores.
Si en el sistema capitalista de producción, la tan cacareada “democracia representativa”, no es más que una dictadura del capital sobre el trabajo, en aquel socialismo de Estado, la dicotomía engendrada y desarrollada entre el Estado todo poseedor y el pueblo trabajador, convertía en realidad a la “democracia socialista”, en la dictadura del aparato del Estado neocapitalista sobre el trabajo, igualmente.
Como resultado, las contradicciones propias del capitalismo traspasadas al neo-capitalismo estatal creído socialismo, en lugar de ser resueltas, fueron agudizadas aun más, aunque sus manifestaciones, y consecuencias fueran distintas.
Entonces vino, necesariamente, a hacer acto de presencia la ley general del desarrollo de la historia humana, descubierta por Marx y descrita brillantemente en su Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política, según la cual: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.” (6)
Aquel intento socialista, devenido capitalismo total de Estado, mezcla de viejos métodos -“las armas melladas del capitalismo”, según el Che, entre las que se destaca como principal el trabajo asalariado- para nuevos propósitos, fue superado por el agotamiento político de las masas trabajadoras, aprovechado por los nuevos capitalistas creados por aquel mismo Estado, que buscaban un mejor despliegue de las fuerzas productivas contenidos en aquella sociedad y todavía organizadas sobre la base del trabajo asalariado. Las relaciones de producción capitalistas, fueron así depuradas de las reminiscencias feudales que surgieron con el socialismo de Estado.
La solución de las contradicciones en el capitalismo y en el socialismo de Estado. El Socialismo.
Ya en trabajo anterior citado, explicaba que la nueva forma de producción socialista había sido descubierta por Marx, en el régimen de trabajo de las cooperativas nacidas en el propio seno del capitalismo. Este sistema de producción elimina las contradicciones entre el capital y el trabajo y entre la producción social y la apropiación privada, en tanto que los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, se auto sirven (la palabra explotan ya no cabe) de su fuerza de trabajo; administran democráticamente su gestión productiva y controlan y distribuyen el excedente.
Si de Economía Política estamos tratando y no de quimeras y utopías, el socialismo es por tanto el nuevo régimen económico-social de producción basado en el cooperativismo y la autogestión, llamado a sustituir al sistema de explotación capitalista, cimentado en el trabajo asalariado y la propiedad capitalista, privada o estatal. Este nuevo régimen, que ya no tendrá como propósito la producción de mercancías para obtener la ganancia, la plusvalía, en su desarrollo conducirá al comunismo, y la lógica de su Economía Política será distinta a la de la producción mercantil.
Los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, serán los que se proyectarán en las instituciones políticas, sociales, judiciales e ideológicas de la superestructura de la nueva sociedad; tanto como los caracteres privados, antidemocráticos y autoritarios inherentes a la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción capitalistas, se manifiestan en las instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura.
Guardando dichos caracteres, ya las formas y maneras específicas que asuman las organizaciones e instituciones políticas, sociales, jurídicas y otras de la conciencia social, así como los demás aspectos de la superestructura tendrán expresiones tan variadas como diversos son la idiosincrasia, la cultura, la historia y el desarrollo económico de cada país; tal y como ocurrió en el capitalismo, que teniendo la misma forma de explotación en todas partes, sus maneras y entramados políticos y superestructurales fueron y son, muy diversos, pero manteniendo la esencia, el sello de sus caracteres sistémicos.
En consecuencia, pretender un “modelo” de estructura organizativa, estatal, política, jurídica o sociocultural, o un conjunto de normas que rijan la nueva superestructura socialista, sería tanto como intentar negar la rica diversidad de la humanidad. Algunos insisten en definir que serán sociedades humanísticas, libertarias, democráticas, inclusivas, etc., lo cual parecería una redundancia, toda vez que tales cualidades íntegramente -que siempre fueron propósitos del pensamiento revolucionario de todos los tiempos, convertidos en letra muerta en todos los regímenes prehistóricos de la humanidad- solo pueden manifestarse como fines y medios al mismo tiempo, a través del desarrollo y avance de la nueva sociedad basada en esas nuevas relaciones socialistas de producción que, como hemos visto, hasta ahora no han sido predominantes en ninguna sociedad.
C. Marx, en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, señala: “Pero estaba reservado a la Economía política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la Economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas cooperativas, creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de algunos obreros audaces.
Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales, que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase obrera; han mostrado también que no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.” (7)
Este sistema, sustentado en la autogestión obrera, que Marx y Engels identificaron en múltiples ocasiones como la nueva forma de trabajo llamada a sustituir el régimen asalariado, fue también la que señaló Lenin en 1923, como la vía para avanzar en el socialismo, en su último e importantísimo trabajo teórico relativo a la construcción socialista: “Sobre la Cooperación” (8).
Si en 1864, hace casi siglo y medio, ya Marx reconocía que no eran necesarios los capitalitas ni el trabajo asalariado para la producción en gran escala, y lo mismo expresaba Lenin en 1923 en aquella Rusia atrasada y destruida, no parece sostenible hoy el argumento de que el capitalismo (de Estado o el que sea) sigue siendo necesario para desarrollar las fuerzas productivas, toda vez que salvo las sociedades tribales selváticas que todavía quedan en África y en algunas zonas americanas y asiáticas, en el resto del mundo existen, por lo menos, niveles medios de capitalismo. Tales presunciones parecerían más bien justificar ínfulas hegemónicas de individuos o grupos, cuando no visiones consumistas del nuevo régimen.
Tan cierto es que la autogestión obrera es el camino a la solución de las contradicciones del capitalismo, que muchas empresas capitalistas modernas emplean parcialmente el sistema autogestionario surgido en el cooperativismo, para evitar el paro obrero, procurar una mayor participación de los trabajadores en la gestión empresarial y, por esa vía, tratar de preservar el sistema capitalista, lo cual fue tratado en artículo ya citado.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista, se resolverán a través del trabajo asociado cooperativo -la Autogestión Empresarial Obrera y Social- y ya vimos que las contradicciones del socialismo de Estado neo-capitalista son esencialmente las mismas, no así sus manifestaciones, la lógica indicaría que la solución de sus contradicciones podría ser, de suyo, igual también, a partir de la autogestión obrera. Sin embargo, la práctica ha traído otros resultados.
Allí -caso típico URSS- donde el desarrollo del capitalismo estatal “socialista” se hizo absoluto, total, y degeneró a formas semi-feudales, evolucionó hacia el capitalismo clásico que significaba un paso de avance, por cuanto comportaba una liberación de las fuerzas productivas que el Socialismo de Estado neocapitalista constreñía. Cuando, como en China, el capitalismo de Estado evolucionó a su forma clásica con participación también de capitalistas individuales, la tendencia ha sido a la paulatina absorción del capitalismo estatal por el capitalismo nacional e internacional. Está por demostrar aún que el capitalismo de Estado, sea capaz de conducir al socialismo, lo cual, de acuerdo con la experiencia práctica hasta el momento, podría ser posible antes de que degenere a formas semi-feudales o sea devorado por el capitalismo nacional y extranjero.
Hay una diferencia muy clara entre la experiencia rusa y la china, de capitalismo de Estado: En la URSS el capitalismo de Estado “socialista” tuvo que fracasar para que se implantara el capitalismo clásico, en China lo implantó el propio socialismo estatal.
Se trata de que acabemos de entender que nunca en el socialismo anterior, llegaron a predominar las relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión obrera y que se quedó estancado en el neo-capitalismo de Estado. Nunca se creó la base económica socialista. Esto fue así porque las Revoluciones políticas en Rusia y China que comenzaron las Revoluciones sociales con la expropiación a los expropiadores, no las culminaron al quedarse varadas en la concentración de la propiedad en el Estado y continuar aplicando el régimen de explotación asalariado, por lo cual no cambió la esencia de las relaciones de producción, no cambió la base de la sociedad al no socializar la propiedad y la apropiación. Aquel engendro resultante fue después erróneamente identificado, divulgado y aceptado como “socialismo”, no obstante las diferencias en los niveles de desarrollo, las idiosincrasias y las culturas de ambos países.
El mantenimiento y fortalecimiento del capitalismo estatal en el “socialismo”, fue el que impregnó a aquellos Estados “socialista”, a sus gobiernos y demás instituciones de sus superestructuras de sus enajenantes formas antidemocráticas, autoritarias y explotadoras.
Estas experiencias corroboraron una vez más en la Historia que las revoluciones políticas para hacerse irreversibles, deben cumplir ineludiblemente su ciclo social, pues de lo contrario se quedan en los marcos de la superestructura, que siempre tenderá a responder a la base -fuerzas productivas y relaciones de producción- sustento de la reversibilidad. Es imposible un nuevo modo de producción sin su nueva base. Son imposibles los paradigmas socialistas, sin las correspondientes relaciones de producción en su base económica.
El capitalismo de Estado, importado al socialismo con la NEP, fue concebido inicialmente solo como una necesidad temporal para sacar a Rusia del desastre de la guerra, la intervención extranjera y el comunismo de guerra, pero tanto se desarrolló y creció en lugar de las relaciones socialistas de producción -el cooperativismo y la autogestión- que las desplazó hasta llegar a imponerse casi totalmente. He ahí el germen de la debacle.
Luego de la muerte de Lenin, la concepción marxista y leninista, sobre el carácter cooperativista de las nuevas relaciones de producción socialistas, fue secuestrada y suplantada por la noción del neo-capitalismo de Estado ya analizada. Hubo cooperativas, sí, pero solo en la agricultura y limitadas en todo sentido, y se intentaron formas en línea con la autogestión, pero siempre obstaculizadas por el centralismo burocrático.
El único país europeo que avanzó a cambios importante en las relaciones de producción, en la base de la sociedad fue Yugoslavia, cuyo proceso autogestionario fracasó porque se violaron los principios mismos de la Autogestión Empresarial Obrera y Social, especialmente la democracia de la gestión y el carácter social de la autogestión, violaciones que estimularon las contracciones étnicas, regionales y religiosas de aquel Estado multinacional.
La Liga de los Comunistas de Yugoslavos (LCY) que primero apoyó la plena autogestión a nivel empresarial, no supo contrarrestar sus fuerzas centrífugas naturales con la autogestión social socialista (el cooperativismo visto como sistema social integral) capaz de promover precisamente la fuerza centrípeta que garantiza la unidad del conjunto. La LCY trató luego de remediar la situación imponiendo una mayor centralización que, en lugar de detener la desintegración, la aceleró y estimuló aun más las agudas contradicciones subyacentes en aquella complicada sociedad.
Esta experiencia es muy importante en tanto que ha permitido darle base científica a la noción de la autogestión social enunciada por los clásicos, como una combinación de la autogestión empresarial con la social.
El otro factor que torpedeó y ayudo a hundir la autogestión yugoslava fue el estrangulamiento a dos manos que escenificaron el Estalinismo y el Imperialismo. El primero aisló económica y políticamente a Yugoslavia del existente campo socialista, empujándolo al comercio y los créditos de Occidente, de lo cual el Imperialismo se aprovechaba para penetrar sus capitales y exacerbar las contradicciones internas que enfrentaba el novel sistema yugoslavo.
La experiencia del socialismo europeo, especialmente de la URSS que tomamos como modelo de análisis, demostró que la Revolución social no puede detenerse en ninguna fase y que mientras mayor sea la consolidación del capitalismo de Estado en el socialismo, mayores serán las dificultades que encuentre el avance hacia las formas socialistas de producción. Tal descarrío, resultó en un régimen mucho más contradictorio que el propio capitalismo, como ya vimos, y provocó también formas más antagónicas en la superestructura, como el totalitarismo, el abuso de poder, la superexplotación, el burocratismo aberrante, la represión, la corrupción generalizada y otras, razones por las cuales estaba destinado a desaparecer mucho más rápido que el propio sistema capitalista y derivar al capitalismo clásico.
El momento de reorientar el camino hacia relaciones socialistas basadas en el cooperativismo y la autogestión, en el caso de Rusia, lo señaló Lenin en 1923, un año antes de su muerte, en su crucial obra ya citada Sobre la Cooperación, pero para desgracia de Rusia y el socialismo mundial, el Partido Comunista dirigido por Stalin siguió el camino del fortalecimiento del capitalismo de Estado.
Cuando vino la debacle, el capitalismo clásico fue la opción a mano para aquellos pueblos, pero no porque fuera mejor que el socialismo que nunca existió, que nunca se probó, sino porque representaba algunas ventajas respecto al neo-capitalismo de Estado creído socialista, como ya se ha explicado. Aquellos trabajadores, agobiados por decenios de explotación y opresión política en nombre del “comunismo”, encontraron muchas dificultades para emprender el verdadero camino socialista pues no tenían el control necesario sobre el Estado ni sobre los medios de producción que, en su caso, intentó la perestroika en la URSS, pero que fue incapaz de concretar. Esta es una lección muy importante de aquella historia.
Fueron las contradicciones señaladas, las causantes sistémicas principales del desmoronamiento más, que las abundantes desviaciones políticas resultantes de aquellas, como la mala dirección, las “insuficiencias democráticas”, y otras razones, todas presentes, pero ninguna determinante. Toda esta sería una breve pero plausible explicación, desde el punto de vista de la economía política marxista, al desastre del “socialismo real” que, por mucho que quisiera ignorar las leyes de la producción capitalista, por basarse en la explotación del trabajo asalariado, se mantenía inevitablemente atado a ellas.
Si aquel desvarío basado en el control total del Estado sobre el capital, llevó al desastre a la Europa que pretendió el socialismo, en China el predominio mayoritario del control extranjero y privado sobre el capital, en relación con la parte que controla el Estado y donde el cooperativismo existe solo comunalmente en alguna regiones y es muy débil, está conduciendo a una forma más clásica de capitalismo de Estado, pero capitalismo al fin, donde además de éste, existen otros capitalistas privados nacionales y extranjeros que ya van siendo predominantes y se sirven de aquel y la larga tenderán, naturalmente, a devorarlo con la privatización creciente. “El desarrollo” que se aprecia en China, no es por tanto, el desarrollo del socialismo, sino el desarrollo del capital extranjero, privado y estatal, por ese orden, a costa de la explotación de los trabajadores y el pueblo chinos.
La reacción internacional ha presentado aquel desastre de los años 90 como consecuencia de la rebeldía obrera y popular contra el socialismo, para tratar de denigrarlo, cuando en verdad fue contra la desviación del socialismo y la más grande evidencia, en la segunda mitad del Siglo XX, de rechazo popular a la explotación y la conculcación de los derechos ciudadanos en que había degenerado aquel intento socialista devenido neo-capitalismo estatal.
Aunque el Imperialismo no lo entienda, no pueda entenderlo, ni tampoco muchos luchadores sociales que veneraron de lejos aquel ”socialismo” y, equivocadamente, crean que la caída del capitalismo de Estado “socialista” degenerado semi feudal sirvió para fortalecer el viejo régimen burgués, en verdad tal desastre fue más bien el anuncio del derrumbe total del sistema capitalista, casi cesariano en aquellos países, una clarinada, intangible testimonio de que la clase trabajadora moderna y los pueblos se cansaron de soportar la explotación y la falta de libertades, no importa su origen.
Como dijera el Presidente cubano Fidel Castro durante su reciente visita a Argentina, por el camino que va, al Imperialismo no debe quedarle más de medio siglo de vida. Quizás, pueda durar algún otro tiempo, su agonía, en la medida en que asuma la autogestión administrativa, una imitación parcial de la autogestión obrera, como vía para atenuar la contradicción entre el capital y el trabajo, que ciertamente solo resolverá la revolución que socialice los medios de producción y la apropiación.
Evidentes demostraciones de que vivimos la centuria final del sistema capitalista, las encontramos en la incapacidad de los partidos burgueses de la mayoría de los países del antiguo socialismo de Estado para estabilizar su pleno control y al propio régimen capitalista, la derrota político-militar norteamericana que se vislumbra ya en Irak, la agudización de todas las contradicciones del imperialismo que genera el incontrolable consumo de energía y sus consecuentes altos precios, el revés israelí en el Líbano, el desmarque de la política norteamericana en el Medio Oriente asumido por muchos de sus aliados, el rechazo al ALCA y al neoliberalismo en América Latina, el surgimiento de regímenes populares pro-socialistas en Venezuela y Bolivia que a su vez potencian el socialismo en Cuba, la aparición de gobiernos democráticos de izquierda antiimperialistas en varios países latinoamericanos y los crecientes movimientos masivos por reivindicaciones sociales y políticas en Estados Unidos, Francia, México, Ecuador y otros.
El propio avance acelerado del capitalismo en Rusia y China, a consecuencia del boom petrolero y de la explotación masiva de la mano de obra barata china por el capital internacional respectivamente, solo puede conducir en el mediano plazo a una mayor agudización de las contradicciones propias del sistema en su fase imperialista, lo cual se manifestará en nuevas y más constantes y agudas crisis económicas de superproducción y luchas por el control de los mercados y de las fuentes de materias primas.
Politólogos de la izquierda moderna escriben sobre la necesidad de un “nuevo socialismo”, la conveniencia de reformularlo y repensarlo, en la búsqueda de un socialismo “moderno”, del Siglo XXI, el del “futuro”, el “deseable” o el “posible”, buscándole mejores atributos a la forma de distribución, a sus instituciones democráticas y representativas, a sus leyes “más humanas”, a sus “libertades de creación, expresión y manifestación”, fenómenos todos de la superestructura, que en realidad se verificarán más por la práctica del perfeccionamiento de la nueva sociedad sobre su propia marcha, que por las construcciones ideales de mentes bienintencionadas o de las mejores plumas humanísticas. Algunos intelectuales han llegado a elucubrar sus “construcciones socialistas” fuera del marxismo, en banal ejercicio sibilino.
Muchas de estas “variantes” que concentran su atención en las bondades que debe presentar el “nuevo socialismo”, sobre todo en la esfera distributiva y sus alicientes libertarios, olvidan, desconocen –tal vez-, que las formas de expresión jurídica, política y social, están indisolublemente ligadas y determinadas por las relaciones de producción y propiedad que junto al desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen la base sobre la cual se erige todo el andamiaje de la superestructura social y, particularmente, la distribución del excedente.
Las relaciones de producción en las que se basará el nuevo régimen, la Autogestión Empresarial Obrera y Social, el cooperativismo, anularán las irreconciliables contradicciones del capitalismo, porque los propios dueños colectivos y asociados de los medios de producción auto “explotarán” democráticamente su fuerza de trabajo y distribuirán el excedente, sistema de trabajo que sustituirá al “trabajo asalariado forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.”
El objetivo del nuevo sistema no será ya la producción de mercancías, para obtener ganancias a través de la plusvalía, nacida del trabajo asalariado y realizada en el mercado. La lógica de la nueva organización productiva socialista, a la que se llegará a través de un proceso y no de golpe, se distanciará paulatinamente de la anterior, en la medida en que el intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el intercambio de equivalentes.
De manera que: ley del valor, trabajo abstracto, valor de uso y valor de cambio, mercancía, mercado, plusvalía, ley de oferta y demanda, ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y demás leyes y categorías de la economía mercantil, seguirán funcionando por tiempo indeterminado, mientras las relaciones de producción socialistas llegan a ser predominantes, pero se irán modificando hasta desaparecer en el traspaso del umbral del comunismo, que basará su sistema productivo en otros medios y fines, a los que corresponderán otras leyes y categorías.
Como el socialismo se irá consolidando paulatinamente por países y a escala internacional en la medida en que vayan predominando las relaciones socialista de producción (léase cooperativismo y autogestión), no parece probable ni científico definir desde ahora, cuándo sería posible considerar que se haya terminado de construir la primera fase socialista de la nueva sociedad, fenómeno que, de acuerdo con el análisis de los anteriores regímenes de producción, debería más bien ser considerado como un proceso en desarrollo, sin pretender tabiques infranqueables.
Una honesta distribución democrática del excedente, una verdadera igualdad que permita similares accesos a la cultura, la salud, la educación, el deporte, la recreación, y a una seguridad social efectiva; una auténtica igualdad ante la ley de las mujeres, las etnias, los religiosos y los discriminados por cualquier razón; una fidedigna democracia participativa que brinde a todos por igual posibilidades de ser electos para responsabilidades sociales; una real libertad de creación y expresión humanas solo son posibles en una sociedad de hombres libres, que no estén obligados a vender a nadie su fuerza de trabajo para vivir y resolver sus necesidades.
Tal sociedad irá apareciendo en la medida en que los medios de producción vayan siendo francamente socializados y primordialmente pertenezcan en propiedad o usufructo a los colectivos de trabajadores asociados, quienes se auto sirvan de su fuerza de trabajo y no ningún capitalista, sea individual o estatal.
Ciertamente, la nueva sociedad socialista sigue siendo hoy una intención. Lo ocurrido hasta ahora más bien serviría para explicar lo que no es socialismo, como muy acertadamente describe el Profesor Michael A. Lebowitz, en su reciente artículo ¿Qué es el socialismo?, casi de mismo nombre que éste (9). De manera que intentar teorizar sobre la Economía Política de la nueva sociedad, debe partir de las proyecciones que nos legaron los clásicos y precisamente de esas fallidas experiencias y de las que se mantienen en la contienda, todo lo cual permite solo ascendientes generales, a mi juicio.
Ese nuevo sistema socialista que armonizará los intereses de la sociedad con los de las regiones, los de los colectivos de trabajadores, los de los trabajadores mismos y con los de la naturaleza, es el único que puede salvar a la humanidad y a nuestro planeta de perecer a causa de la insaciable voracidad del imperialismo.
Los grandes problemas globales que enfrenta la humanidad, los múltiples problemas medioambientales, las enfermedades, la paulatina escasez de recursos no renovables, el hambre crónica de pueblos enteros, las migraciones incontrolables, la sustentabilidad, los choques de culturas y religiones, el terrorismo internacional y de Estado, el narcotráfico, las amenazas de guerras infernales, el armamentismo nuclear y de otras armas de exterminio masivo, un verdadero nuevo orden económico internacional, y las crisis de todo tipo, irán encontrando soluciones estables en la medida en que vaya avanzando, internacionalmente, el nuevo régimen económico-social socialista sobre las bases democráticas libertarias y colectivas que proporcionan la Autogestión Empresarial Obrera y Social.
Todas esas pandemias persistirán mientras existan el imperialismo y el régimen capitalista, cuya naturaleza sistémica, los engendra, reproduce, facilita o simplemente ignora. Pretender su solución a partir de la buena voluntad de los grandes y pequeños poderosos para que cambien sus políticas, ha sido una de las tantas quimeras del complejo Siglo XX, y de las elites del Socialismo de Estado.
La fuerza de los trabajadores y los desposeídos, está en su número: usémosla. La unidad internacional de todos los trabajadores, en todos los países, su frente común contra el capital internacional, debe ser retomada. Impulsemos por todas las vías posibles, principalmente en el seno de los países capitalistas desarrollados, en sus masas de trabajadores la conciencia de que el régimen de explotación capitalista y especialmente sus grandes magnates, son los responsables directos o indirectos de todo el desastre que ya vive una parte de la humanidad y hacia el cual avanza el mundo. Ese régimen es el que hay que superar. La forma de iniciar y lograr el cambio ya es cuestión de las circunstancias históricas concretas de cada país, de sus trabajadores, de sus respectivos pueblos.
Simplemente hay que rescatar a Marx. La lucha por el “nuevo” socialismo autogestionario, colectivista democrático y libertario, en el seno del Imperialismo, en las modernas sociedades capitalitas, es la clave para la solución de los grandes problemas de la humanidad. La globalización que no es otra cosa que la internacionalización y la concentración cada vez mayor del capital prevista por los fundados del Socialismo Científico (identificativo que algunos prefieren no usar) posibilita como nunca antes la unidad de las luchas contra el imperialismo entre los distintos destacamentos nacionales de la clase obrera moderna, los movimientos sociales y alter mundistas y las reivindicaciones de los países en desarrollo y más atrasados, teniendo como fin común la lucha por la autogestión social.
Solo una sociedad capaz de estructurarse sobre la base del predominio de las nuevas relaciones de producción, entendidas como el cooperativismo y la autogestión social, posibilitará la realización de todas las aspiraciones democráticas, libertarias, humanas y socialistas que las mentes progresistas de todos los hombres, en todas las épocas, han desarrollado como arquetipos de la humanidad y posibilitará superar todas las grandes contradicciones y retos que actualmente enfrenta la humanidad, derivados del capitalismo en su fase final.
Conseguir ese socialismo añorado por muchos, esos paradigmas sociales, pasa por la lucha consecuente, en todos los países, de todo el movimiento obrero, revolucionario y progresista, por el establecimiento paulatino del nuevo régimen social basado en el predominio de las relaciones socialistas de producción: la autogestión empresarial obrera y social.
Entonces, será el Socialismo y comenzará la verdadera historia humana.
Publicado en Kaosenlared el 29 de septiembre del 2006
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=24223
Bibliografía.
1) C.Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973
2) C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973
3) La forma genérica de la producción socialista es la Autogestión Empresarial Obrera. Debe extenderse socialmente. Publicado en las revistas digitales Rebelión, Insurgente, Aporrea, Kaosenlared, Analitica.com, y Lafogata el 29 de Agosto de 2006
4) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, O.E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974
5) A reservas de que los presupuestos actuales del imperialismo, merecen un análisis especial aparte, como quiera que se les mire, constituyen una institución parásita que se alimenta de los contribuyentes para beneficio general principal del sistema capitalista moderno. Nota del autor.
6) C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.
7) C. Marx. Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. OE. en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973
8) V.I. Lenin. Sobre la Cooperación. OC. T- XXXIII. Editora Política. La Habana.1964
9) Michael A. Lebowitz. ¿Qué es el socialismo? Publicado en La Haine el 11.08.06
Por Pedro Campos Santos.
Si de Economía Política se trata y no de quimeras, el socialismo es el nuevo régimen económico-social de producción basado en nuevas relaciones de producción distintas y superiores a las existentes en el capitalismo: el cooperativismo y la autogestión. Las crisis económicas en el capitalismo y en el socialismo de Estado, causas, manifestaciones, consecuencias y soluciones. El socialismo.
A la debacle del “socialismo real”, a fines del siglo pasado, siguió una indudable crisis del pensamiento socialista y del movimiento obrero y revolucionario mundial. En la gran mayoría de los partidos comunistas y en la izquierda en general cundió la desesperanza. ¿Había sido aquello Socialismo? ¿Qué era entonces Socialismo? El neoliberalismo se aprovechó de la coyuntura para “decretar el fin de la historia” y arrancar a la clase trabajadora muchas de las concesiones que había logrado en más de un siglo de luchas por el derecho a huelga, el salario mínimo, la jornada de ocho horas, y otras. El imperialismo yanqui se creyó omnipotente.
La izquierda internacional no tardó en empezar a recuperarse de la sacudida y aparecieron los movimientos antiglobalización, alter mundistas, contra el ALCA, por el respeto a los derechos humanos de los pueblos y las minorías, las etnias, los ambientalistas, y otros muchos. Como siempre, la acción, la realidad del movimiento, se fue delante del pensamiento, como el hecho precede al derecho, la práctica a la teoría, y el ser a la conciencia social.
Los pensadores -la intelectualidad de la izquierda- luego de un impasse inicial, indagaron sobre las causas de la caída del socialismo, que otros anteriormente ya habían previsto, y comenzaron a proyectar nuevos “modelos” socialistas. Una buena parte de sus análisis sustenta el desastre en las fallas del sistema político, la mala dirección del Partido y otras por el estilo y, no pocas proyecciones, partiendo de tales evaluaciones, siguen, más de una década después, haciendo énfasis en la necesidad de luchar por un “socialismo más humano, más participativo, y más democrático”, sin abordar el meollo del problema.
Las contradicciones principales del “socialismo real” deben buscarse en las relaciones de producción
No parece todavía generalizado en la izquierda un consenso que identifique el derrumbe de aquel “socialismo” partiendo de un análisis de su Economía Política. Si para buscar las profundas causas de las crisis capitalistas, debemos remitirnos a las relaciones económico-sociales que contraen los hombres en el proceso de producción, lo mismo debemos hacer, si queremos encontrar las verdaderas razones sistémicas que condujeron al desmoronamiento del “socialismo real”.
Intentar pues, encontrar las causas principales de aquel desastre en el sistema político de “democracia socialista” con sus muchos defectos y violaciones, es tanto como pretender localizar las raíces de las crisis capitalistas en sus formas de gobierno y correspondientes desperfectos.
Cuando se instauró la NEP (Nueva Política Económica) en 1921 en Rusia, en el socialismo se introdujo el capitalismo de Estado, el cual traspasó luego al socialismo de Estado el trabajo asalariado y sus demás vicios naturales como el burocratismo y la corrupción. A partir de entonces, las relaciones de producción en el “socialismo real” se caracterizaban esencialmente por la propiedad del Estado sobre los medios de producción, la planificación centralizada y el trabajo asalariado, en forma parecida al capitalismo, con la diferencia de que en el capitalismo los medios de producción (capital constante) eran aportados por el dueño capitalista y acá eran proporcionados por el Estado. En ambos casos, los trabajadores tributaban la fuerza de trabajo, que era pagada y mal pagada como una mercancía más, destinada a producir la plusvalía en el capitalismo, plus trabajo en el “socialismo”: el excedente.
Si “la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado” como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista (1), la abolición del capital implica la eliminación de la condición de su existencia: el trabajo asalariado. Esta perogrullada fue livianamente borrada de la terminología y la ideología revolucionarias por los que luego pretendieron identificar el capitalismo de Estado con el socialismo.
En verdad, tal “socialismo” que siguió basándose en el trabajo asalariado no era más que una especie de capitalismo de Estado -sin dueños capitalistas particulares- pero abigarrado, toda vez que el capitalismo tiene como finalidad a la ganancia, mientras que esta versión “socialista” de capitalismo estatal se proponía la satisfacción de las necesidades crecientes de la población, a realizar en la esfera de la distribución, en forma similar al Estado de Bienestar, por medio de la buena y sabia voluntad del aparato estatal que “representaba los intereses de todo el pueblo”. Pero lo que califica a un sistema no son sus fines enunciados, sino sus formas y medios para conseguirlos.
Un problema histórico, antiguo de la filosofía, vuelve a la palestra: la correspondencia entre medios y fines. No es posible cualquier fin con cualquier medio. Los fines no justifican los medios, como afirmaba Maquiavelo, sino que los determinan. Consecuentemente la construcción de una nueva sociedad, tiene que ser realizada por nuevos medios, los que deben corresponder a sus fines. El trabajo asalariado que es el medio de la explotación capitalista, no puede ser, por tanto, el medio para conseguir la sociedad sin explotadores ni explotados.
Así, las raíces de las crisis del capitalismo, como las correspondientes al socialismo estatal yacen en el régimen de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y la forma de propiedad, que a su vez son las que determinan las maneras en que se distribuye el excedente, todo lo cual permite que unos se apropien y dispongan de la riqueza que otros producen.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista son las que se muestran entre el trabajo y el capital, y entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada, las contradicciones fundamentales del socialismo de Estado, por basarse en el mismo sistema de explotación asalariada de la fuerza de trabajo (esencia de las relaciones de producción capitalistas) tienen –pues- orígenes similares, solo que, ahora las contradicciones son entre el trabajo y el capital estatal, y entre la producción social y la apropiación cada vez más concentrada en manos del aparato del Estado, razones por las cuales, sus manifestaciones sí que no son iguales.
A las contradicciones clásicas del capitalismo, el socialismo de Estado, basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado, agregó otra crucial: la incompatibilidad entre los fines que se persiguen y los medios para conseguirlos.
Manifestaciones y consecuencias de esas contradicciones: las crisis en el capitalismo moderno y en el “socialismo de Estado” neo-capitalista.
El capitalista como término medio social general, paga al obrero por su fuerza de trabajo, pues necesita su reproducción para poder seguir obteniendo la ganancia -la plusvalía- que extrae del trabajo asalariado, su razón de ser, y solo puede subsistir repitiendo sucesivamente sus condiciones de existencia, invirtiendo nuevamente y cada vez más; pero como explica Marx en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (2), ésta va disminuyendo en razón inversa al aumento relativo de los medios de producción y las materias primas, capital constante, que necesita crecer incesantemente, y mucho más que el capital variable, la fuerza de trabajo, por el nivel de desarrollo tecnológico y la necesidad de mantener la competitividad.
El ciclo de reproducción del capital, lo obliga sistemáticamente a disminuir relativamente la inversión en el capital variable –la fuerza de trabajo- y es así como se materializa en el proceso de producción, el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, pues el capitalista se ve obligado a sacrificar proporcionalmente a los productores en beneficio de su capital, para mantener sus ganancias.
Por efecto de la diferencia relativa cada vez mayor entre el capital constante y el capital variable surgen y se desarrollan las crisis de superproducción, las financieras, las de los mercados y otras por el estilo, las cuales no son más que manifestaciones de la agudización de las contradicciones irreconciliables en esa relación entre el capital y el trabajo, en la organización de la explotación asalariada, en la forma cada vez más privada de la apropiación del excedente cuando la participación en la producción es más extendida, más social.
El aumento sistemático de los precios, que el capitalista evalúa sobre todo como consecuencia de la Ley de oferta y demanda en la esfera del consumo, en verdad tiene su base en el sostenido aumento del costo de producción a consecuencia del inevitable incremento de la inversión en capital constante que demanda la esencia reproductiva del sistema.
Esas crisis, ya más constantes que agudas, son las que llevan a reajustes y regulaciones en la mano de obra, los despidos masivos, el desempleo y el subempleo, las reducciones salariales, las desapariciones de plantas enteras de producción, y otros, mecanismos todos para tratar de evitar pérdidas, mantener los precios y sobre todo sus ganancias a costa de la plusvalía.
El imperialismo, trata de atenuar los efectos de sus crisis disminuyendo su inversión en capital variable (fuerza de trabajo) y también, procurando nuevos mercados y fuentes baratas de materias primas y mano de obra que conducen al reparto del mundo y las guerras de rapiña imperialistas; introduciendo el mayor planeamiento posible de la producción con sus estudios de mercado, y finalmente, acudiendo a la parcelación del capital -para poder ejercer un mejor control- y a la autogestión administrativa, en la cual, como se explica en trabajo anterior del autor (3) el capitalista moderno llega a dar alguna participación a los trabajadores en la propiedad por medio de la venta de algunas acciones y por esta vía en el excedente. Todas estas acciones alivian las crisis pero no las eliminan, en tanto persistan sus principales contradicciones.
El neoliberalismo, perfil con que se ha mostrado últimamente el sistema capitalista en su fase imperialista, tratando de mantener y aumentar sus ganancias y buscando al mismo tiempo evitar sus inevitables crisis de siempre, ha acudido a reajustes estructurales, la desregulación financiera y de los mercados, la focalización de la seguridad social, las privatizaciones, y la eliminación de los contratos colectivos e indefinidos de trabajo, y otras tantas formas de lo mismo, que nunca resolverán el fondo de sus problemas.
De hecho, las crisis no se muestran iguales, pues si en el capitalismo son de superproducción, en el socialismo de Estado se manifestaron como déficit de producción.
Marx, en la Crítica al Programa de Gotha (4) expresa: “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás? “
El socialismo de Estado neo-capitalista, retomó aquella vulgarización del socialismo e intentó erróneamente la justicia social igualitaria en la esfera de la distribución y el consumo y no en las relaciones de producción. Asumió el socialismo como una mejor distribución. Por eso y por necesitar de un enorme aparato burocrático para controlar sus recursos, el socialismo estatal precisa de un volumen de financiamiento que solo puede obtener de pagar salarios no directamente relacionados con los resultados de la producción, y por tanto, como media general social no paga con arreglo al trabajo, sino muy por debajo.
En consecuencia, el socialismo estatal tiende a una mayor explotación de los que trabajan, de la fuerza de trabajo (capital variable) para poder intentar su “vulgar socialismo distributivo”, beneficiar a los que menos producen y mantener los altos salarios, costos y prebendas de su aparato burocrático, en lo que diluye la alta cuota de ganancia que consigue súper explotando el trabajo productivo.
El Socialismo de Estado mostraba así su innata incongruencia entre las relaciones de producción esencialmente capitalistas que mantuvo, y su enunciada finalidad de satisfacer las necesidades crecientes de la población. Algunas propuestas reformistas en el socialismo de Estado, salpicadas de medidas neo keynesianas, planteaban superar esta contradicción del sistema mejorando los salarios de los trabajadores, aumentado su paga, remunerando las horas extras, focalizando –igual que el neoliberalismo- la seguridad social, estimulando el ahorro, aumentando las fuentes de trabajo y otras que atenuaban pero no resolvían el problema de fondo en las relaciones de producción y que, de aplicarse consecuentemente, según el criterio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, solo podían hacerse a costa de la “justicia social que se propone en la esfera de la distribución”.
La contradicción entre ese principio de la distribución socialista, heredado del capitalismo, y la intención de realizar la justicia social en la esfera de la distribución, es otra evidencia más de la incongruencia entre los fines y los medios del socialismo estatal, toda vez que el cumplimiento de tal principio dejaría al Estado sin los recursos suficientes para sostener su aparato burocrático, realizar su reproducción ampliada y hacer su bondadosa política distributiva. Queda así al descubierto la necesidad de un cambio en los medios, en la forma de organizar la producción, específicamente en el trabajo asalariado y la forma de propiedad.
El no pago adecuado de la fuerza de trabajo, por el socialismo estatal trajo afectaciones a la reproducción de la clase trabajadora, que se vio obligada a buscar salidas a su situación fuera del trabajo productivo para el Estado ya sea en la corrupción, el trabajo ilegal informal o en la emigración; la producción perdía así el estimulo principal que ofrecía el sistema para los trabajadores: su reproducción como clase trabajadora y la satisfacción de sus necesidades, con lo cual decaía el interés de los creadores de las riquezas por la producción sistémica y las consiguientes disminuciones relativas en la productividad y en medios producción y de consumo que provocaban los inevitables déficit de ofertas de mercancías. El socialismo de Estado trató de suplir entonces su falta de estímulo material apelando a la solidaridad social, con arengas, premios y compulsiones “morales” y otras formas extraeconómicas.
Las causas de sus desastres siempre eran buscadas fuera del sistema y lo mismo se culpaba a la naturaleza por las malas cosechas, que a los vaivenes del mercado internacional, o a las necesidades de la defensa, la seguridad y otras, todas con ocasionales reales -pero no determinantes- incidencias. Cuando no había manera de culpar a estos elementos externos, casi siempre la culpa recaía en los funcionarios “mal preparados” o los trabajadores que “todavía no tenían conciencia para sí y necesitaban ser educados política y económicamente”.
Para realizar su ciclo de reproducción, que también demanda grandes inversiones en capital constante como vía para tratar de aumentar la productividad y la producción y mantener la competitividad en el mercado mundial capitalista, el socialismo de Estado, también se ve obligado a sacrificar, y cada vez más y en forma peor a los trabajadores productivos que debían crear riquezas para toda aquella distribución voluntarista, para la reproducción ampliada del sistema y las políticas internacionales.
Como consecuencia de la aplicación de este ciclo que afecta sobre todo a los trabajadores productivos, irremediablemente se manifestaba la constante y creciente tendencia hacia la disminución de la productividad, el estancamiento económico, la inflación y la escasez constante de recursos para la adquisición de productos tanto del sector I -medios de producción-, como del sector II -medios de consumo-.
Una de las “salidas” que buscaba siempre el socialismo de Estado -que monopolizaba los mercados de ambos sectores- para garantizar su reproducción, era acudiendo a más restricciones en el sector II que, a su vez, llevaba al aumento de los precios por la ley de oferta y demanda, lo cual por término medio afectaba más a los salarios de los productores directos que a los receptores indirectos de beneficios (subsidios y prebendas) generales del sistema que van por fuera del salario.
Otras de sus “soluciones” clásicas era acudir a los créditos para adquirir medios de consumo, deudas luego impagables por improductivas y a las inversiones directas de capital extranjero, que por su naturaleza arrastran todos sus vicios y entran en contradicción con las regulaciones salariales y de todo tipo impuestas por el capital estatal, por lo cual terminan imponiéndose económicamente si se le permite el libre desarrollo –caso chino-, o complicando las relaciones sociales para finalmente retirarse si encuentra muchas dificultades para su reproducción.
De otra parte, los bajos salarios reales que precisa el socialismo estatal neo-capitalista, como condición de su reproducción, incentivan indirectamente el desplazamiento de muchos trabajadores calificados y eficientes al trabajo individual, la producción mercantil simple, que “increíblemente” se vuelve aquí más rentable y productiva, por el simple efecto del auto respeto a su reproducción, ocurriendo un proceso inverso al que se da en el capitalismo que tiende a absorber de manera natural a la pequeña producción. Esto explicaría la forma violenta en que el neo-capitalismo “socialista” de Estado reaccionaba contra la pequeña burguesía, expropiándola, tratando de imponerle todo tipo de trabas y acusándola de generar “capitalismo”, cuando en verdad se trata de aliados naturales de los trabajadores.
La fuerza de trabajo en ese socialismo de Estado era, por tanto, más explotada y, por consiguiente, la contradicción entre el Estado todo poseedor y el trabajo peor pagado, se hacía más insostenible para los que producían directamente bienes o servicios, lo que explicaría tanto la disposición mayoritaria de sus productores -especialmente los más preparados- a pasar al capitalismo clásico, como la mayor inestabilidad y debilidad -en todos los órdenes- del socialismo de Estado.
Esas eran las razones por las cuales, los obreros del socialismo de Estado europeo, cuando se comparaban con los obreros del capitalismo europeo, notaban que sus niveles de vida y consumo eran muy inferiores. Y no estamos evaluando el consumismo inherente a las clases explotadores, que nunca ha tenido nada que ver con el consumo de la clase trabajadora para su reproducción.
Esta mayor explotación relativa de la fuerza de trabajo productiva, tuvo consecuencias doblemente contraproducentes, pues ocurrió que la distribución del excedente resultante, era realizada además, en función de intereses objetivamente predeterminados por la separación real que existía entre los medios de producción y los productores, y la consecuente existencia de un aparato burocrático hiperbolizado, que haciendo las veces de dueño, se veía obligado a cuidar y responder por sus bienes y su propia reproducción como ente social, razón que lo llevaba, cada vez más, a separarse de los intereses del pueblo y los trabajadores. Este controvertido gasto burocrático afectaba a su vez la reproducción ampliada del capital estatal.
Tal aparatazo, por muy buenas intenciones que poseyera, situado fuera del control real de la sociedad -sólo posible de realizar por medio de la socialización de la propiedad y la apropiación en beneficio de los colectivos obreros y sociales- tendió por naturaleza, en razón de su posición respecto a los medios de producción, al burocratismo y a la corrupción en grados extremos.
La legalidad, las libertades, la democracia y los derechos que se suponían al Socialismo, eran violados como consecuencias de aquel régimen de explotación encubierto y de las necesidades lógicas de control del aparato burocrático para mantener su dominio en aquella sociedad. El Estado, cuando debió caminar hacia su extinción, disminuyendo sus funciones de control social y económico en beneficio de los colectivos sociales y de trabajadores, en cambio tendió a su fortalecimiento y al desarrollo de nuevos sistemas y métodos de controles cada vez más sofisticados y centralizados. En la práctica aquel socialismo estatal, particularmente en la URSS, generó formas en el comportamiento social de su burocracia, más parecidas a las de los señores feudales que a las de los propios capitalistas, como aquella de la nomenclatura cuyos miembros -una especie moderna de upátridas atenienses- eran los únicos que podían ocupar responsabilidades públicas.
Un factor adicional que comprometió la inversión en el socialismo de Estado, fue la carrera armamentista y el mantenimiento de un ejército de enormes proporciones, que en el capitalismo es un escape para la inversión de capitales ociosos y la creación de fuentes de trabajo a costa del presupuesto-parásito del Estado (5), pero para el Socialismo de Estado era un consumidor improductivo de recursos, técnicas de alta tecnología y finanzas que recaía directamente sobre los hombros y estómagos de los trabajadores.
Si en el sistema capitalista de producción, la tan cacareada “democracia representativa”, no es más que una dictadura del capital sobre el trabajo, en aquel socialismo de Estado, la dicotomía engendrada y desarrollada entre el Estado todo poseedor y el pueblo trabajador, convertía en realidad a la “democracia socialista”, en la dictadura del aparato del Estado neocapitalista sobre el trabajo, igualmente.
Como resultado, las contradicciones propias del capitalismo traspasadas al neo-capitalismo estatal creído socialismo, en lugar de ser resueltas, fueron agudizadas aun más, aunque sus manifestaciones, y consecuencias fueran distintas.
Entonces vino, necesariamente, a hacer acto de presencia la ley general del desarrollo de la historia humana, descubierta por Marx y descrita brillantemente en su Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política, según la cual: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.” (6)
Aquel intento socialista, devenido capitalismo total de Estado, mezcla de viejos métodos -“las armas melladas del capitalismo”, según el Che, entre las que se destaca como principal el trabajo asalariado- para nuevos propósitos, fue superado por el agotamiento político de las masas trabajadoras, aprovechado por los nuevos capitalistas creados por aquel mismo Estado, que buscaban un mejor despliegue de las fuerzas productivas contenidos en aquella sociedad y todavía organizadas sobre la base del trabajo asalariado. Las relaciones de producción capitalistas, fueron así depuradas de las reminiscencias feudales que surgieron con el socialismo de Estado.
La solución de las contradicciones en el capitalismo y en el socialismo de Estado. El Socialismo.
Ya en trabajo anterior citado, explicaba que la nueva forma de producción socialista había sido descubierta por Marx, en el régimen de trabajo de las cooperativas nacidas en el propio seno del capitalismo. Este sistema de producción elimina las contradicciones entre el capital y el trabajo y entre la producción social y la apropiación privada, en tanto que los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, se auto sirven (la palabra explotan ya no cabe) de su fuerza de trabajo; administran democráticamente su gestión productiva y controlan y distribuyen el excedente.
Si de Economía Política estamos tratando y no de quimeras y utopías, el socialismo es por tanto el nuevo régimen económico-social de producción basado en el cooperativismo y la autogestión, llamado a sustituir al sistema de explotación capitalista, cimentado en el trabajo asalariado y la propiedad capitalista, privada o estatal. Este nuevo régimen, que ya no tendrá como propósito la producción de mercancías para obtener la ganancia, la plusvalía, en su desarrollo conducirá al comunismo, y la lógica de su Economía Política será distinta a la de la producción mercantil.
Los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, serán los que se proyectarán en las instituciones políticas, sociales, judiciales e ideológicas de la superestructura de la nueva sociedad; tanto como los caracteres privados, antidemocráticos y autoritarios inherentes a la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción capitalistas, se manifiestan en las instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura.
Guardando dichos caracteres, ya las formas y maneras específicas que asuman las organizaciones e instituciones políticas, sociales, jurídicas y otras de la conciencia social, así como los demás aspectos de la superestructura tendrán expresiones tan variadas como diversos son la idiosincrasia, la cultura, la historia y el desarrollo económico de cada país; tal y como ocurrió en el capitalismo, que teniendo la misma forma de explotación en todas partes, sus maneras y entramados políticos y superestructurales fueron y son, muy diversos, pero manteniendo la esencia, el sello de sus caracteres sistémicos.
En consecuencia, pretender un “modelo” de estructura organizativa, estatal, política, jurídica o sociocultural, o un conjunto de normas que rijan la nueva superestructura socialista, sería tanto como intentar negar la rica diversidad de la humanidad. Algunos insisten en definir que serán sociedades humanísticas, libertarias, democráticas, inclusivas, etc., lo cual parecería una redundancia, toda vez que tales cualidades íntegramente -que siempre fueron propósitos del pensamiento revolucionario de todos los tiempos, convertidos en letra muerta en todos los regímenes prehistóricos de la humanidad- solo pueden manifestarse como fines y medios al mismo tiempo, a través del desarrollo y avance de la nueva sociedad basada en esas nuevas relaciones socialistas de producción que, como hemos visto, hasta ahora no han sido predominantes en ninguna sociedad.
C. Marx, en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, señala: “Pero estaba reservado a la Economía política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la Economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas cooperativas, creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de algunos obreros audaces.
Es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales, que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos, que utiliza el trabajo de la clase obrera; han mostrado también que no es necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.” (7)
Este sistema, sustentado en la autogestión obrera, que Marx y Engels identificaron en múltiples ocasiones como la nueva forma de trabajo llamada a sustituir el régimen asalariado, fue también la que señaló Lenin en 1923, como la vía para avanzar en el socialismo, en su último e importantísimo trabajo teórico relativo a la construcción socialista: “Sobre la Cooperación” (8).
Si en 1864, hace casi siglo y medio, ya Marx reconocía que no eran necesarios los capitalitas ni el trabajo asalariado para la producción en gran escala, y lo mismo expresaba Lenin en 1923 en aquella Rusia atrasada y destruida, no parece sostenible hoy el argumento de que el capitalismo (de Estado o el que sea) sigue siendo necesario para desarrollar las fuerzas productivas, toda vez que salvo las sociedades tribales selváticas que todavía quedan en África y en algunas zonas americanas y asiáticas, en el resto del mundo existen, por lo menos, niveles medios de capitalismo. Tales presunciones parecerían más bien justificar ínfulas hegemónicas de individuos o grupos, cuando no visiones consumistas del nuevo régimen.
Tan cierto es que la autogestión obrera es el camino a la solución de las contradicciones del capitalismo, que muchas empresas capitalistas modernas emplean parcialmente el sistema autogestionario surgido en el cooperativismo, para evitar el paro obrero, procurar una mayor participación de los trabajadores en la gestión empresarial y, por esa vía, tratar de preservar el sistema capitalista, lo cual fue tratado en artículo ya citado.
Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista, se resolverán a través del trabajo asociado cooperativo -la Autogestión Empresarial Obrera y Social- y ya vimos que las contradicciones del socialismo de Estado neo-capitalista son esencialmente las mismas, no así sus manifestaciones, la lógica indicaría que la solución de sus contradicciones podría ser, de suyo, igual también, a partir de la autogestión obrera. Sin embargo, la práctica ha traído otros resultados.
Allí -caso típico URSS- donde el desarrollo del capitalismo estatal “socialista” se hizo absoluto, total, y degeneró a formas semi-feudales, evolucionó hacia el capitalismo clásico que significaba un paso de avance, por cuanto comportaba una liberación de las fuerzas productivas que el Socialismo de Estado neocapitalista constreñía. Cuando, como en China, el capitalismo de Estado evolucionó a su forma clásica con participación también de capitalistas individuales, la tendencia ha sido a la paulatina absorción del capitalismo estatal por el capitalismo nacional e internacional. Está por demostrar aún que el capitalismo de Estado, sea capaz de conducir al socialismo, lo cual, de acuerdo con la experiencia práctica hasta el momento, podría ser posible antes de que degenere a formas semi-feudales o sea devorado por el capitalismo nacional y extranjero.
Hay una diferencia muy clara entre la experiencia rusa y la china, de capitalismo de Estado: En la URSS el capitalismo de Estado “socialista” tuvo que fracasar para que se implantara el capitalismo clásico, en China lo implantó el propio socialismo estatal.
Se trata de que acabemos de entender que nunca en el socialismo anterior, llegaron a predominar las relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión obrera y que se quedó estancado en el neo-capitalismo de Estado. Nunca se creó la base económica socialista. Esto fue así porque las Revoluciones políticas en Rusia y China que comenzaron las Revoluciones sociales con la expropiación a los expropiadores, no las culminaron al quedarse varadas en la concentración de la propiedad en el Estado y continuar aplicando el régimen de explotación asalariado, por lo cual no cambió la esencia de las relaciones de producción, no cambió la base de la sociedad al no socializar la propiedad y la apropiación. Aquel engendro resultante fue después erróneamente identificado, divulgado y aceptado como “socialismo”, no obstante las diferencias en los niveles de desarrollo, las idiosincrasias y las culturas de ambos países.
El mantenimiento y fortalecimiento del capitalismo estatal en el “socialismo”, fue el que impregnó a aquellos Estados “socialista”, a sus gobiernos y demás instituciones de sus superestructuras de sus enajenantes formas antidemocráticas, autoritarias y explotadoras.
Estas experiencias corroboraron una vez más en la Historia que las revoluciones políticas para hacerse irreversibles, deben cumplir ineludiblemente su ciclo social, pues de lo contrario se quedan en los marcos de la superestructura, que siempre tenderá a responder a la base -fuerzas productivas y relaciones de producción- sustento de la reversibilidad. Es imposible un nuevo modo de producción sin su nueva base. Son imposibles los paradigmas socialistas, sin las correspondientes relaciones de producción en su base económica.
El capitalismo de Estado, importado al socialismo con la NEP, fue concebido inicialmente solo como una necesidad temporal para sacar a Rusia del desastre de la guerra, la intervención extranjera y el comunismo de guerra, pero tanto se desarrolló y creció en lugar de las relaciones socialistas de producción -el cooperativismo y la autogestión- que las desplazó hasta llegar a imponerse casi totalmente. He ahí el germen de la debacle.
Luego de la muerte de Lenin, la concepción marxista y leninista, sobre el carácter cooperativista de las nuevas relaciones de producción socialistas, fue secuestrada y suplantada por la noción del neo-capitalismo de Estado ya analizada. Hubo cooperativas, sí, pero solo en la agricultura y limitadas en todo sentido, y se intentaron formas en línea con la autogestión, pero siempre obstaculizadas por el centralismo burocrático.
El único país europeo que avanzó a cambios importante en las relaciones de producción, en la base de la sociedad fue Yugoslavia, cuyo proceso autogestionario fracasó porque se violaron los principios mismos de la Autogestión Empresarial Obrera y Social, especialmente la democracia de la gestión y el carácter social de la autogestión, violaciones que estimularon las contracciones étnicas, regionales y religiosas de aquel Estado multinacional.
La Liga de los Comunistas de Yugoslavos (LCY) que primero apoyó la plena autogestión a nivel empresarial, no supo contrarrestar sus fuerzas centrífugas naturales con la autogestión social socialista (el cooperativismo visto como sistema social integral) capaz de promover precisamente la fuerza centrípeta que garantiza la unidad del conjunto. La LCY trató luego de remediar la situación imponiendo una mayor centralización que, en lugar de detener la desintegración, la aceleró y estimuló aun más las agudas contradicciones subyacentes en aquella complicada sociedad.
Esta experiencia es muy importante en tanto que ha permitido darle base científica a la noción de la autogestión social enunciada por los clásicos, como una combinación de la autogestión empresarial con la social.
El otro factor que torpedeó y ayudo a hundir la autogestión yugoslava fue el estrangulamiento a dos manos que escenificaron el Estalinismo y el Imperialismo. El primero aisló económica y políticamente a Yugoslavia del existente campo socialista, empujándolo al comercio y los créditos de Occidente, de lo cual el Imperialismo se aprovechaba para penetrar sus capitales y exacerbar las contradicciones internas que enfrentaba el novel sistema yugoslavo.
La experiencia del socialismo europeo, especialmente de la URSS que tomamos como modelo de análisis, demostró que la Revolución social no puede detenerse en ninguna fase y que mientras mayor sea la consolidación del capitalismo de Estado en el socialismo, mayores serán las dificultades que encuentre el avance hacia las formas socialistas de producción. Tal descarrío, resultó en un régimen mucho más contradictorio que el propio capitalismo, como ya vimos, y provocó también formas más antagónicas en la superestructura, como el totalitarismo, el abuso de poder, la superexplotación, el burocratismo aberrante, la represión, la corrupción generalizada y otras, razones por las cuales estaba destinado a desaparecer mucho más rápido que el propio sistema capitalista y derivar al capitalismo clásico.
El momento de reorientar el camino hacia relaciones socialistas basadas en el cooperativismo y la autogestión, en el caso de Rusia, lo señaló Lenin en 1923, un año antes de su muerte, en su crucial obra ya citada Sobre la Cooperación, pero para desgracia de Rusia y el socialismo mundial, el Partido Comunista dirigido por Stalin siguió el camino del fortalecimiento del capitalismo de Estado.
Cuando vino la debacle, el capitalismo clásico fue la opción a mano para aquellos pueblos, pero no porque fuera mejor que el socialismo que nunca existió, que nunca se probó, sino porque representaba algunas ventajas respecto al neo-capitalismo de Estado creído socialista, como ya se ha explicado. Aquellos trabajadores, agobiados por decenios de explotación y opresión política en nombre del “comunismo”, encontraron muchas dificultades para emprender el verdadero camino socialista pues no tenían el control necesario sobre el Estado ni sobre los medios de producción que, en su caso, intentó la perestroika en la URSS, pero que fue incapaz de concretar. Esta es una lección muy importante de aquella historia.
Fueron las contradicciones señaladas, las causantes sistémicas principales del desmoronamiento más, que las abundantes desviaciones políticas resultantes de aquellas, como la mala dirección, las “insuficiencias democráticas”, y otras razones, todas presentes, pero ninguna determinante. Toda esta sería una breve pero plausible explicación, desde el punto de vista de la economía política marxista, al desastre del “socialismo real” que, por mucho que quisiera ignorar las leyes de la producción capitalista, por basarse en la explotación del trabajo asalariado, se mantenía inevitablemente atado a ellas.
Si aquel desvarío basado en el control total del Estado sobre el capital, llevó al desastre a la Europa que pretendió el socialismo, en China el predominio mayoritario del control extranjero y privado sobre el capital, en relación con la parte que controla el Estado y donde el cooperativismo existe solo comunalmente en alguna regiones y es muy débil, está conduciendo a una forma más clásica de capitalismo de Estado, pero capitalismo al fin, donde además de éste, existen otros capitalistas privados nacionales y extranjeros que ya van siendo predominantes y se sirven de aquel y la larga tenderán, naturalmente, a devorarlo con la privatización creciente. “El desarrollo” que se aprecia en China, no es por tanto, el desarrollo del socialismo, sino el desarrollo del capital extranjero, privado y estatal, por ese orden, a costa de la explotación de los trabajadores y el pueblo chinos.
La reacción internacional ha presentado aquel desastre de los años 90 como consecuencia de la rebeldía obrera y popular contra el socialismo, para tratar de denigrarlo, cuando en verdad fue contra la desviación del socialismo y la más grande evidencia, en la segunda mitad del Siglo XX, de rechazo popular a la explotación y la conculcación de los derechos ciudadanos en que había degenerado aquel intento socialista devenido neo-capitalismo estatal.
Aunque el Imperialismo no lo entienda, no pueda entenderlo, ni tampoco muchos luchadores sociales que veneraron de lejos aquel ”socialismo” y, equivocadamente, crean que la caída del capitalismo de Estado “socialista” degenerado semi feudal sirvió para fortalecer el viejo régimen burgués, en verdad tal desastre fue más bien el anuncio del derrumbe total del sistema capitalista, casi cesariano en aquellos países, una clarinada, intangible testimonio de que la clase trabajadora moderna y los pueblos se cansaron de soportar la explotación y la falta de libertades, no importa su origen.
Como dijera el Presidente cubano Fidel Castro durante su reciente visita a Argentina, por el camino que va, al Imperialismo no debe quedarle más de medio siglo de vida. Quizás, pueda durar algún otro tiempo, su agonía, en la medida en que asuma la autogestión administrativa, una imitación parcial de la autogestión obrera, como vía para atenuar la contradicción entre el capital y el trabajo, que ciertamente solo resolverá la revolución que socialice los medios de producción y la apropiación.
Evidentes demostraciones de que vivimos la centuria final del sistema capitalista, las encontramos en la incapacidad de los partidos burgueses de la mayoría de los países del antiguo socialismo de Estado para estabilizar su pleno control y al propio régimen capitalista, la derrota político-militar norteamericana que se vislumbra ya en Irak, la agudización de todas las contradicciones del imperialismo que genera el incontrolable consumo de energía y sus consecuentes altos precios, el revés israelí en el Líbano, el desmarque de la política norteamericana en el Medio Oriente asumido por muchos de sus aliados, el rechazo al ALCA y al neoliberalismo en América Latina, el surgimiento de regímenes populares pro-socialistas en Venezuela y Bolivia que a su vez potencian el socialismo en Cuba, la aparición de gobiernos democráticos de izquierda antiimperialistas en varios países latinoamericanos y los crecientes movimientos masivos por reivindicaciones sociales y políticas en Estados Unidos, Francia, México, Ecuador y otros.
El propio avance acelerado del capitalismo en Rusia y China, a consecuencia del boom petrolero y de la explotación masiva de la mano de obra barata china por el capital internacional respectivamente, solo puede conducir en el mediano plazo a una mayor agudización de las contradicciones propias del sistema en su fase imperialista, lo cual se manifestará en nuevas y más constantes y agudas crisis económicas de superproducción y luchas por el control de los mercados y de las fuentes de materias primas.
Politólogos de la izquierda moderna escriben sobre la necesidad de un “nuevo socialismo”, la conveniencia de reformularlo y repensarlo, en la búsqueda de un socialismo “moderno”, del Siglo XXI, el del “futuro”, el “deseable” o el “posible”, buscándole mejores atributos a la forma de distribución, a sus instituciones democráticas y representativas, a sus leyes “más humanas”, a sus “libertades de creación, expresión y manifestación”, fenómenos todos de la superestructura, que en realidad se verificarán más por la práctica del perfeccionamiento de la nueva sociedad sobre su propia marcha, que por las construcciones ideales de mentes bienintencionadas o de las mejores plumas humanísticas. Algunos intelectuales han llegado a elucubrar sus “construcciones socialistas” fuera del marxismo, en banal ejercicio sibilino.
Muchas de estas “variantes” que concentran su atención en las bondades que debe presentar el “nuevo socialismo”, sobre todo en la esfera distributiva y sus alicientes libertarios, olvidan, desconocen –tal vez-, que las formas de expresión jurídica, política y social, están indisolublemente ligadas y determinadas por las relaciones de producción y propiedad que junto al desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen la base sobre la cual se erige todo el andamiaje de la superestructura social y, particularmente, la distribución del excedente.
Las relaciones de producción en las que se basará el nuevo régimen, la Autogestión Empresarial Obrera y Social, el cooperativismo, anularán las irreconciliables contradicciones del capitalismo, porque los propios dueños colectivos y asociados de los medios de producción auto “explotarán” democráticamente su fuerza de trabajo y distribuirán el excedente, sistema de trabajo que sustituirá al “trabajo asalariado forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.”
El objetivo del nuevo sistema no será ya la producción de mercancías, para obtener ganancias a través de la plusvalía, nacida del trabajo asalariado y realizada en el mercado. La lógica de la nueva organización productiva socialista, a la que se llegará a través de un proceso y no de golpe, se distanciará paulatinamente de la anterior, en la medida en que el intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el intercambio de equivalentes.
De manera que: ley del valor, trabajo abstracto, valor de uso y valor de cambio, mercancía, mercado, plusvalía, ley de oferta y demanda, ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y demás leyes y categorías de la economía mercantil, seguirán funcionando por tiempo indeterminado, mientras las relaciones de producción socialistas llegan a ser predominantes, pero se irán modificando hasta desaparecer en el traspaso del umbral del comunismo, que basará su sistema productivo en otros medios y fines, a los que corresponderán otras leyes y categorías.
Como el socialismo se irá consolidando paulatinamente por países y a escala internacional en la medida en que vayan predominando las relaciones socialista de producción (léase cooperativismo y autogestión), no parece probable ni científico definir desde ahora, cuándo sería posible considerar que se haya terminado de construir la primera fase socialista de la nueva sociedad, fenómeno que, de acuerdo con el análisis de los anteriores regímenes de producción, debería más bien ser considerado como un proceso en desarrollo, sin pretender tabiques infranqueables.
Una honesta distribución democrática del excedente, una verdadera igualdad que permita similares accesos a la cultura, la salud, la educación, el deporte, la recreación, y a una seguridad social efectiva; una auténtica igualdad ante la ley de las mujeres, las etnias, los religiosos y los discriminados por cualquier razón; una fidedigna democracia participativa que brinde a todos por igual posibilidades de ser electos para responsabilidades sociales; una real libertad de creación y expresión humanas solo son posibles en una sociedad de hombres libres, que no estén obligados a vender a nadie su fuerza de trabajo para vivir y resolver sus necesidades.
Tal sociedad irá apareciendo en la medida en que los medios de producción vayan siendo francamente socializados y primordialmente pertenezcan en propiedad o usufructo a los colectivos de trabajadores asociados, quienes se auto sirvan de su fuerza de trabajo y no ningún capitalista, sea individual o estatal.
Ciertamente, la nueva sociedad socialista sigue siendo hoy una intención. Lo ocurrido hasta ahora más bien serviría para explicar lo que no es socialismo, como muy acertadamente describe el Profesor Michael A. Lebowitz, en su reciente artículo ¿Qué es el socialismo?, casi de mismo nombre que éste (9). De manera que intentar teorizar sobre la Economía Política de la nueva sociedad, debe partir de las proyecciones que nos legaron los clásicos y precisamente de esas fallidas experiencias y de las que se mantienen en la contienda, todo lo cual permite solo ascendientes generales, a mi juicio.
Ese nuevo sistema socialista que armonizará los intereses de la sociedad con los de las regiones, los de los colectivos de trabajadores, los de los trabajadores mismos y con los de la naturaleza, es el único que puede salvar a la humanidad y a nuestro planeta de perecer a causa de la insaciable voracidad del imperialismo.
Los grandes problemas globales que enfrenta la humanidad, los múltiples problemas medioambientales, las enfermedades, la paulatina escasez de recursos no renovables, el hambre crónica de pueblos enteros, las migraciones incontrolables, la sustentabilidad, los choques de culturas y religiones, el terrorismo internacional y de Estado, el narcotráfico, las amenazas de guerras infernales, el armamentismo nuclear y de otras armas de exterminio masivo, un verdadero nuevo orden económico internacional, y las crisis de todo tipo, irán encontrando soluciones estables en la medida en que vaya avanzando, internacionalmente, el nuevo régimen económico-social socialista sobre las bases democráticas libertarias y colectivas que proporcionan la Autogestión Empresarial Obrera y Social.
Todas esas pandemias persistirán mientras existan el imperialismo y el régimen capitalista, cuya naturaleza sistémica, los engendra, reproduce, facilita o simplemente ignora. Pretender su solución a partir de la buena voluntad de los grandes y pequeños poderosos para que cambien sus políticas, ha sido una de las tantas quimeras del complejo Siglo XX, y de las elites del Socialismo de Estado.
La fuerza de los trabajadores y los desposeídos, está en su número: usémosla. La unidad internacional de todos los trabajadores, en todos los países, su frente común contra el capital internacional, debe ser retomada. Impulsemos por todas las vías posibles, principalmente en el seno de los países capitalistas desarrollados, en sus masas de trabajadores la conciencia de que el régimen de explotación capitalista y especialmente sus grandes magnates, son los responsables directos o indirectos de todo el desastre que ya vive una parte de la humanidad y hacia el cual avanza el mundo. Ese régimen es el que hay que superar. La forma de iniciar y lograr el cambio ya es cuestión de las circunstancias históricas concretas de cada país, de sus trabajadores, de sus respectivos pueblos.
Simplemente hay que rescatar a Marx. La lucha por el “nuevo” socialismo autogestionario, colectivista democrático y libertario, en el seno del Imperialismo, en las modernas sociedades capitalitas, es la clave para la solución de los grandes problemas de la humanidad. La globalización que no es otra cosa que la internacionalización y la concentración cada vez mayor del capital prevista por los fundados del Socialismo Científico (identificativo que algunos prefieren no usar) posibilita como nunca antes la unidad de las luchas contra el imperialismo entre los distintos destacamentos nacionales de la clase obrera moderna, los movimientos sociales y alter mundistas y las reivindicaciones de los países en desarrollo y más atrasados, teniendo como fin común la lucha por la autogestión social.
Solo una sociedad capaz de estructurarse sobre la base del predominio de las nuevas relaciones de producción, entendidas como el cooperativismo y la autogestión social, posibilitará la realización de todas las aspiraciones democráticas, libertarias, humanas y socialistas que las mentes progresistas de todos los hombres, en todas las épocas, han desarrollado como arquetipos de la humanidad y posibilitará superar todas las grandes contradicciones y retos que actualmente enfrenta la humanidad, derivados del capitalismo en su fase final.
Conseguir ese socialismo añorado por muchos, esos paradigmas sociales, pasa por la lucha consecuente, en todos los países, de todo el movimiento obrero, revolucionario y progresista, por el establecimiento paulatino del nuevo régimen social basado en el predominio de las relaciones socialistas de producción: la autogestión empresarial obrera y social.
Entonces, será el Socialismo y comenzará la verdadera historia humana.
Publicado en Kaosenlared el 29 de septiembre del 2006
http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=24223
Bibliografía.
1) C.Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973
2) C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973
3) La forma genérica de la producción socialista es la Autogestión Empresarial Obrera. Debe extenderse socialmente. Publicado en las revistas digitales Rebelión, Insurgente, Aporrea, Kaosenlared, Analitica.com, y Lafogata el 29 de Agosto de 2006
4) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, O.E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974
5) A reservas de que los presupuestos actuales del imperialismo, merecen un análisis especial aparte, como quiera que se les mire, constituyen una institución parásita que se alimenta de los contribuyentes para beneficio general principal del sistema capitalista moderno. Nota del autor.
6) C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.
7) C. Marx. Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores. OE. en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973
8) V.I. Lenin. Sobre la Cooperación. OC. T- XXXIII. Editora Política. La Habana.1964
9) Michael A. Lebowitz. ¿Qué es el socialismo? Publicado en La Haine el 11.08.06
La forma genérica de la propiedad socialista es la del colectivo de trabajadores
El Socialismo basado en la propiedad del estado fracasó por no socializar la apropiación. La causa principal fue implantar en el Socialismo la propiedad del Comunismo y confundir propiedad estatal con propiedad de todo el pueblo, términos excluyentes. La propiedad es la base del poder. La clase trabajadora no era dueña real de los medios de producción y por ende del poder.
El Socialismo basado en la propiedad del estado fracasó por no socializar la apropiación. La causa principal fue implantar en el Socialismo la propiedad del Comunismo y confundir propiedad estatal con propiedad de todo el pueblo, términos excluyentes. La propiedad es la base del poder. La clase trabajadora no era dueña real de los medios de producción y por ende del poder.
La propiedad genérica de la etapa socialista de tránsito debe garantizar sus objetivos y responder a la clase capaz de lograrlos. La forma de esa propiedad está determinada orgánicamente por la manera en que los trabajadores se enfrentan a los medios de producción, por colectivos de trabajadores. Las formas genéricas de propiedad colectiva en la etapa de tránsito más apropiadas son: La Cooperativa, La Cooperativas Socialista y la Empresa Cogestionada (Estado-Trabajadores). Estas no excluyen otras formas de propiedad y producción minoritarias, heredadas del capitalismo y sistemas anteriores, que la práctica misma libremente demande. El yugoslavo fue el único proceso revolucionario en iniciar la construcción del socialismo luego de la toma del poder por los trabajadores, bajo el lema “la tierra para el que la trabaja, las fábricas, para los obreros”, y en ensayar la autogestión empresarial y social y las formas más precisas de propiedad de los colectivos obreros, lo cual avala a esas formas como las genéricas de la etapa socialista y califican a la Revolución Proletaria Yugoslava como la más clásica de su tipo en el Siglo XX.
La práctica del Socialismo Real, basada en la propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción, fracasó por su incapacidad para resolver la contradicción fundamental del capitalismo entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada. Al no socializar la propiedad y la apropiación por concentrarlas aun más en manos del estado, lo que consiguió realmente fue agudizar también esa contradicción.
Si ocasionalmente y “a saltos”, esta manera errática de concebir la construcción socialista obtuvo logros económicos de relevancia, nunca alcanzó a superar la productividad capitalista, justificación económica histórica del nuevo orden, ni estimular sistemática y establemente el interés obrero en la producción. Tampoco fue capaz de satisfacer las necesidades crecientes de la población, desarrollar armónica y proporcionalmente las ramas de la economía y las diferentes regiones, ni garantizar el pago según el trabajo, sus tres leyes principales.
La causa principal fue que se implantó en el Socialismo, una forma de propiedad correspondiente al Comunismo, puesto que se trató de identificar, homologar, los excluyentes términos “Propiedad estatal” y “Propiedad de todo el pueblo”. Esta última sólo es posible en la sociedad sin clases, con la extinción del estado. Desde Engels quedó claro que estatización ni nacionalización significan socialización. (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, F. Engels, 1880)
Estrechamente ligado a este grave error, la Etapa de Tránsito Socialista hacia el Comunismo, definida en términos generales por Marx en la Crítica al Programa de Gotha (1875) escrita 4 años después de la Comuna de París, no fue integralmente concebida por el Socialismo Real en su doble carácter nacional e internacional, en su relativamente prolongada extensión y en la diversidad de formas de propiedad y organización de la producción correspondientes. Igual, las previsiones de ese mismo documento, referentes a las relaciones monetario-mercantiles se relegaron y subestimaron.
Los clásicos no vieron consolidarse ningún Periodo de Tránsito y por tanto solo pudieron esbozarlo. Esto explicaría sus referencias a la propiedad en la nueva sociedad Comunista, como la propiedad colectiva de todos los trabajadores que quedaría socializada luego de la toma de poder. No obstante haber tratado en distintas ocasiones la asociación cooperativa de los trabajadores en la nueva sociedad, Marx sostuvo una fuerte lucha ideológica con los anarquistas quienes promovían la propiedad obrera directa sobre los medios de producción, pero en contraposición al estado, y no como parte de un todo autogestionado socialmente como él lo vislumbraba.
En su defensa de la necesidad del estado proletario de tránsito, la Dictadura del Proletariado, le era muy difícil sino imposible, ir mucho más allá de las definiciones que logró luego de la Comuna de París, sin haber conocido las experiencias que hoy tenemos, las cuales nos corresponde sintetizar y generalizar a los revolucionarios que vivimos el Siglo XX y parte de este XXI.
La Planificación, en la que se cifraron las esperanzas para evitar las crisis cíclicas del capitalismo, se realizó centralmente, como demandaba un tipo de propiedad centralizada, y por tanto nunca pudo corresponder a los fines de una economía verdaderamente socializada.
En cambio, la propiedad del estado sobre los medio fundamentales de producción generó una burocracia política y económica que hizo las veces de poseedora de esos medios y se apropiaba no solo del plus trabajo, sino incluso de parte de los valores producidos por los trabajadores para su propia reproducción, en nombre de la acumulación socialista y del internacionalismo proletario, y convirtió lo que debió ser la más amplia Democracia Proletaria, en Dictadura sobre el Proletariado.
La propiedad es la base del poder, el cual es ejercido por los dueños de los medios de producción. En los estados Esclavista, Feudal y Capitalista, las clases que detentan la propiedad y por ende el poder, llevan esos mismos nombres. En el Estado Socialista de Tránsito, identificado históricamente como el estado de la Dictadura del Proletariado, la clase obrera debe disponer del poder a partir de ser la poseedora fundamental de la propiedad.
Si la clase trabajadora, no se sintió dueña de los medios de producción y del poder, es simplemente porque nunca lo fue, pues como sentencia Marx en La Contribución a la Crítica de la Economía Política: No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
¿Si no es la estatal, cuáles son las formas de propiedad genéricas de la etapa de tránsito? ¿Cuáles sus cualidades más generales? La única forma de propiedad que asegura el control obrero sobre los medios de producción y la realización de los objetivos de la sociedad socialista, es la propiedad por colectivos de los trabajadores mismos, la única manera de avanzar más allá de la propiedad privada capitalista que caracteriza el régimen anterior.
La clase trabajadora se enfrenta a los medios de producción no como individuos aislados, ni como clase en conjunto, sino como grupo organizado para hacer producir una fábrica, una empresa, etc. Esta relación entre productores y medios, proyecta y demanda no un tipo de propiedad colectiva cualquiera, sino un tipo específico de propiedad colectiva que garantice la continuidad del funcionamiento y el perfeccionamiento de la producción material.
Es en esa misma forma en que la propia producción los organiza, cómo los trabajadores deben asumir la propiedad colectiva, a fin de concretar la propiedad del sujeto sobre el objeto. Esta es la razón práctica, orgánica y sistémica por la cual la propiedad capitalista no puede ser desgarrada en pedazos para repartirla, ni concentrada toda, de conjunto, en manos colectivas de toda clase trabajadora, como vías para convertir la propiedad privada capitalista en propiedad colectiva socialista. El Comunismo viene después.
Las formas genéricas socialistas deben garantizar integralmente los intereses de la nación, la región, el colectivo de trabajadores, los individuos y la naturaleza y crear la base material técnica y social de la fase superior comunista. A su vez esas formas inherentes a esta etapa deberán desarrollarse en proceso dialéctico, ascendente y continuo pero paulatino, para lograr una mayor productividad que el capitalismo, evitar las crisis cíclicas, eliminar la explotación del hombre por el hombre y forjar al hombre nuevo.
En consecuencia estos nuevos tipos de propiedad serán también temporales, como la etapa de tránsito a la que corresponden y en su ascenso irán modificándose y desapareciendo, no por decisiones caprichosas de los individuos, sino porque el avance que deberán generar en el desarrollo de las fuerzas productivas, conllevará precisamente en un futuro deseado, pero no predecible, a la nueva forma de propiedad de todo el pueblo, cuando la distribución corresponda a las necesidades, y se vaya realizando la progresiva desaparición de la división del trabajo, las clases y el estado.
Por eso, mientras mayor sea el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas logradas por una sociedad dada, más corto podría ser el período de tránsito y más rápido podrían evolucionar las formas de propiedad colectiva de las inferiores a las superiores, en la medida en que, también, el intercambio de mercancías se vaya perfeccionado hacia un intercambio de equivalentes.
Las formas de propiedad en la Etapa de Transito Socialista, deberán garantizar que los trabajadores se sientan verdaderos dueños de los medios de producción y responsables por la construcción de la nueva sociedad, defiendan sus pertenencias de cualquier intento restaurador del capitalismo, y establezcan sistemas de controles estrictos de costos, gastos y precios que garanticen la rentabilidad y competitividad de los productos del socialismo en el mercado mundial, y la acumulación y la reproducción ampliada socialistas.
De acuerdo con esa realidad y teniendo en cuenta las experiencias y ensayos realizados hasta el presente, dentro del propio proceso de construcción socialista y según la complejidad de los medios de producción, las formas genéricas de propiedad colectiva en la etapa de tránsito mas apropiadas serían:
La Cooperativa Es la cooperativa tradicional, las primeras que surgieron en el capitalismo, que puede considerarse inferior, pues los medios de producción aportados son de propiedad original de los trabajadores y generalmente de bajo de un bajo nivel de desarrollo. Corresponde a pequeños campesinos unidos, pequeñas empresas industriales o de servicios, más bien de tipo artesanales.
La Cooperativa Socialista. Aquí, la propiedad sobre los medios de producción se otorgaría directamente a los trabajadores en forma plena, por medio de un crédito, la venta o la cesión por parte del Estado. Los trabajadores determinarían autogestionadamente todo en la empresa, a través de sus órganos democráticamente elegidos. Esta forma de propiedad, generalmente ha sido referida a empresas medias a pequeñas por su nivel de desarrollo, debiendo quedar estatuido que son indivisibles e invendibles, y su fusión o unión con otras empresas quedar sujeta a leyes.
Empresa Cogestionada (entre la Comunidad y el Colectivo de Trabajadores). La propiedad se mantendría total o parcialmente en la Comunidad (el nivel correspondiente, sea nación, provincial, municipio o comunal), pero los trabajadores la administran en base a los principios de la autogestión empresarial obrera. Podrían llamarse Cooperativas de Tipo Superior. Parecen las convenientes de aplicar a las empresas de interés nacional o estratégico, con alto nivel tecnológico, que demandan una enorme cantidad de recursos y personal altamente especializado que solo puede ser aportado por el presupuesto estatal o el capital extranjero. El carácter de propiedad Comunal y en usufructo compartido con los trabajadores, garantizaría que no haya eventuales subestimaciones de los intereses generales de la nación o el surgimiento de tendencias localistas, regionales o sectoriales perjudiciales.
La Constitución y un cuerpo de leyes afines deberán garantizar este sistema de propiedad.
Así mismo, estos tipos genéricos de propiedad socialista deberán ser crecientes y predominantes; pero sin excluir otras formas de propiedad y producción minoritarias, secundarias, heredadas del capitalismo y sistemas anteriores, que la práctica misma de la producción libremente demande. Esta es la única forma de garantizar la plena liberación de todas las fuerzas productivas de la sociedad.
Otros tipos de propiedad colectiva como la sociedad anónima o por acciones, surgidas y desarrollas en el seno del capitalismo, no implican la propiedad colectiva directa de todos los productores, sino de algunos de ellos o solo de inversionistas y se basan en la explotación del trabajo asalariado. Por sus características no constituyen formas genéricas de propiedad colectiva socialista, pero podrían tener cabida en la etapa de tránsito, en empresas de pequeño tamaño, al igual que las cooperativas tradicionales, producción mercantil simple y la pequeña empresa privada.
En Rusia, China y Cuba, las tres Revoluciones consideradas Clásicas del Siglo XX, la clase obrera como tal no concurrió a esos procesos bajo el lema de apropiarse de fábricas y empresas y realizar el cambio de propiedad capitalista por la de los trabajadores, y se vio envuelta en torbellinos revolucionarios que tuvieron otros orígenes y fines. En Rusia, la Revolución se originó en la lucha por salir de la Primera Guerra Mundial; en China, por la expulsión del invasor japonés; y en Cuba, por el restablecimiento del orden constitucional y la democracia.
Razones coyunturales posibilitaron a las fuerzas políticas que lideraron esos procesos, conducirlos a iniciar desde arriba la construcción socialista. Esto, junto a otros factores socio históricos y al bajo nivel de desarrollo industrial que presentaban, puede explicar en gran parte el predominio de la concepción estatal-centrista, la debilidad de las formas de propiedad de los colectivos obreros y la búsqueda de la justicia social a través de la acción distributiva del estado más que por el acceso a las riquezas según el trabajo. Sería el propio desarrollo económico el encargado de generar a la moderna clase trabajadora que, en lucha por la hegemonía con las otras clases que participaron en esos procesos, se ocuparía de hacer avanzar el Socialismo.
En la URSS y Europa, las reminiscencias de la burguesía y sus nuevas fuerzas corruptas nacidas y desarrolladas del propio sistema burocrático que generó el estato-centrismo, predominaron e impusieron su hegemonía. China avanza en un contradictorio proceso donde un vertiginoso desarrollo de la clase obrera parece ser rebasado por la creciente mediana y gran burguesía que va controlando ya el 80 % de su economía en un estado todavía dominado por una burocracia partidista-militar. En Cuba se mantiene la misma dirección histórica que llevó al triunfo de la Revolución, la hizo avanzar y sobrevivir al derrumbe soviético, al cerco y las agresiones imperialistas y en medio de sus contradicciones y luchas internas, mantiene vigente la contienda por el Socialismo.
El único país que inició la construcción del socialismo, luego de que los trabajadores se lanzaron a la toma del poder, bajo el lema “la tierra para el que la trabaja, las fábricas, para los obreros”, fue Yugoslavia, donde correspondientemente se dieron las formas más precisas de propiedad de los colectivos obreros, y donde único se intentó la autogestión empresarial y social. Esto avala esas formas de propiedad obrera, como las genéricas de la etapa socialista y califica a la Yugoeslava como el tipo más clásico de Revolución Proletaria en el Siglo XX.
Eso explicaría el ensañamiento y la crueldad con que el Imperialismo trabajó por desmembrar al estado multinacional yugoeslavo, estimuló sus contradicciones étnicas y religiosas, lo aisló, bombardeó y destruyó hasta su casi total extinción.
Publicado en Kaosenlared
La forma genérica de la producción socialista es la Autogestión Empresarial Obrera. Debe extenderse socialmente.
La Autogestión Obrera es la forma característica del nuevo régimen de producción, surgido en las cooperativas. Autogestión Empresarial Obrera y Autogestión Administrativa Capitalista. La NEP, el Capitalismo de Estado y el cooperativismo. El socialismo se fortalece haciendo avanzar la autogestión obrera. El concepto de desarrollo económico en el socialismo. Las nuevas formas de propiedad socialista y su desarrollo. Otras formas de propiedad y producción presentes en el socialismo. La Autogestión deberá aplicarse también a toda la vida social. Otros significados de la autogestión. Algunos temores.
El sistema capitalista organiza la producción en base a la explotación del trabajo asalariado. El dueño aporta capital y el trabajador la mercancía fuerza de trabajo. En la mercancía creada por esa unión, surge la plusvalía, el excedente, del cual se apropia el capitalista.
Para eliminar esa forma de explotación, en el seno del capitalismo los trabajadores formaron las cooperativas, donde apareció una nueva forma de organización de la cooperación, distinta al trabajo asalariado, caracterizada porque los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus medios de producción, auto explotaban su fuerza de trabajo; administraban democráticamente su gestión productiva y; controlaban y distribuían el excedente.
Marx descubrió también la nueva forma de producción socialista
Carlos Marx no sólo descubrió la plusvalía y la ley general del desarrollo de la historia humana, también conocida como ley de la correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino que reveló, cómo del propio seno del capitalismo, en las cooperativas, había surgido esa nueva forma de producción, característica -genérica- del nuevo régimen, llamado a sustituir la explotación capitalistas del trabajo asalariado.
”… Las fábricas cooperativas de los obreros mismos... demuestran cómo al llegar a
una determinada fase de desarrollo de las fuerzas materiales productivas y de
formas sociales de producción adecuadas a ellas, del seno de un régimen de
producción surge y se desarrolla naturalmente otro nuevo.” C. Marx. (1)
“….el decreto mas importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización para la gran industria e incluso para la manufactura, que no se basaba solo en la asociación de obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran Unión; en resumen, en una organización que, como Marx dice muy bien en la Guerra Civil, forzosamente habría conducido en última instancia al comunismo,...” F.Engels (2)
Marx, y Engels, en éstas y en otras muchas referencias al cooperativismo, no dejaron lugar a dudas de que el sistema de trabajo, que caracteriza a las cooperativas surgidas de las propias entrañas del capitalismo -el trabajo autogestionado democráticamente de los propietarios colectivos asociados, quienes controlan el excedente, y organización que debía extenderse socialmente- era el llamado a sustituir el régimen de trabajo asalariado del Capitalismo y, es por tanto, el que corresponde a la forma de la organización del trabajo en la nueva sociedad socialista.
Ese nuevo, sistema de trabajo, la Autogestión Empresarial Obrera y Social (AEOS), es pues el nuevo régimen que caracteriza la producción socialista, como el trabaja asalariado tipifica al capitalismo.
En las cooperativas no se devenga salario, el cual esconde la explotación capitalista, sino que empieza a aplicarse por primera vez a escala individual y cada vez más precisa, el pago según el trabajo, y esto puede ser así debido al estricto control de costos y gastos que, en función de sus propios intereses, realiza directamente el colectivo de trabajadores, puesto que de ello depende el buen desenvolvimiento de la empresa o la cooperativa pues, mientras más rentable, más y mejores niveles de vida ofrece a sus trabajadores, que no siempre vienen recompensados en forma de dinero.
A propósito, en la Crítica al Programa de Gotha Marx explica: “… el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, -de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo- aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se da más que como término medio, y no en los casos individuales” (3)
No serán, pues, las decisiones voluntarias de los hombres, sino la extensión paulatina a toda la sociedad del sistema de trabajo autogestionario empresarial obrero, la que irá determinando la ampliación del beneficio, más allá del dinero devengado por trabajo, lo que a su vez llevará a la gradual modificación de las funciones del dinero y su valor, y a cambios en la ley del valor, así como en las demás categorías de la economía mercantil, incluido el mercado; en un proceso paulatino, donde el intercambio de mercancías irá cediendo terreno al intercambio de equivalentes, en la medida en que “el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos”.
Este será un proceso lento complicado y prolongado que no es otro que el período de tránsito socialista. Marx lo describió así: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde….la dictadura revolucionaria del proletariado.” (4)
Lenin lo abordó de esta manera: “Pero para lograr que, a través de la NEP, el conjunto de la población tome parte en las cooperativas, es necesaria toda una época histórica. Será una época histórica particular, pero sin pasar por ella….no podremos alcanzar nuestro objetivo...” (5)
Entre las transformaciones revolucionarias a las que Marx se refiere, de una sociedad a la otra, las más importantes son las que se realizan en la base económica, en las relaciones de producción, las cuales Lenin precisa aquí para su aplicación práctica. Las “transformaciones económicas socialistas”, no son otra cosa que la progresiva extensión de la Autogestión Empresarial Obrera a toda la actividad económica de la sociedad.
Autogestión Empresarial Obrera y Autogestión Administrativa Capitalista, son conceptos distintos.
Algunas empresas capitalistas modernas también utilizan, parcialmente, el sistema autogestionado surgido en las cooperativas, para buscar un mayor comprometimiento de los trabajadores en la solución de los problemas empresariales, pero constreñido a la forma de la gestión administrativa, y excluyendo, como norma, a los trabajadores del control de la propiedad y, desde luego, del excedente, dos principios del cooperativismo.
En esas empresas se mantiene el régimen de trabajo asalariado aunque se pagan primas y horas extras, según la labor realizada, de acuerdo con el derecho burgués de distribución vigente y, sólo algunas empresas les posibilitan participación limitada a los trabajadores, -especialmente a los empleados administrativos y altamente cualificados, o cuellos blancos- en las acciones y, por esa vía, en el excedente.
Las modernas empresas capitalistas que utilizan la autogestión administrativa, como forma de organización superior de la producción, están demostrando la natural e inevitable tendencia del sistema capitalista a brindar una mayor participación a los trabajadores en la gestión empresarial, como vía más segura para garantizar la subsistencia del sistema capitalista.
La propensión del capitalismo a la autogestión, fue identificada por Marx, en el Capítulo XXVII del III Tomo de El Capital, El papel de el crédito en la producción capitalista, al analizar las sociedades anónimas, cuando señala: “En las sociedades anónimas…..Este resultado del máximo desarrollo de la producción capitalista constituye una fase necesaria de transición hacia la reversión del capital a propiedad de los productores, pero ya no como propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad de los productores asociados, como propiedad directa de la sociedad. … Y es, de otra parte, una fase de transición hacia la transformación de todas las funciones del proceso de reproducción aún relacionadas hasta aquí con la propiedad del capital en simples funciones de los productores asociados, en funciones sociales. .. Esto equivale a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen de producción capitalista y, por tanto, a una contradicción que se anula a sí misma y aparece “prima facie” como simple fase de transición hacia una nueva forma de producción...” (6)
El desarrollo de la autogestión administrativa por el propio capitalismo, que empieza circunscrito a la gestión y se extiende luego limitadamente a la propiedad, en la medida en que brinda participación a los trabajadores en las acciones, y a través de éstas, en el excedente, es la muestra más fehaciente de que, el avance progresivo de la autogestión administrativa hasta incluir además de la gestión, también y en forma íntegra la propiedad y el excedente, es el camino de la solución de las contradicciones del sistema capitalista: la Autogestión Empresarial Obrera.
Pero el control completo de la propiedad y el excedente, por parte de los trabajadores, el paso más revolucionario en esa dirección, sólo es posible con la revolución social que realice la expropiación a los expropiadores y extienda, en proceso prolongado y complejo, el nuevo régimen de la Autogestión Empresarial Obrera a toda la sociedad.
La NEP, el Capitalismo de Estado y el cooperativismo
El proceso que debe conducir al control de los trabajadores sobre la gestión, la propiedad y el excedente, fue el que intentó en Rusia Lenin, cuando pretendió rectificar el camino de la NEP (Nueva Política Económica), que él mismo había impulsado a partir de 1921, pero siempre con un sentido de provisionalidad, como variante para salir del desastre en que fue sumida Rusia por la guerra impuesta por 14 potencias imperialistas, la contrarrevolución y la política económica del comunismo de guerra, que arruinaron el campo y la industria.
El Capitalismo de Estado, aplicado con la NEP tenía la intención de reactivar la economía mediante la liberalización del mercado y la producción agrícola e industrial, y favorecer la creación de empresas. Para lograrlo, las pequeñas y medianas fueron privatizadas y el Estado siguió siendo el propietario de los medios de producción en las ramas que se consideraron de interés nacional como el transporte y la industria pesada. Las finanzas y el comercio exterior se mantuvieron centralizados. El uso del dinero, que había sido sustituido por un sistema de trueques y cuotas en especies, fue restablecido. En las empresas del Estado, se estableció el trabajo asalariado como forma de organización de la producción, en manera parecida al capitalismo.
En 1923, en su trascendental artículo “Sobre la Cooperación” Lenin señala: “ Al pasar a la NEP nos excedimos, pero no porque dimos demasiada preeminencia al principio de la industria y el comercio libres, sino porque olvidamos la importancia de la cooperación, no la valoramos como corresponde, dejamos de pensar en su enorme significación…
Ahora debemos comprender, para obrar en consecuencia, que el régimen social al que hoy debemos prestar un apoyo extraordinario es al régimen cooperativo…
Ahora bien, el régimen de cooperativitas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los medios de producción, y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la burguesía, es el régimen socialista…Ahora tenemos el derecho de afirmar que para nosotros, el simple desarrollo de la cooperación se identifica…con el desarrollo del socialismo y al mismo tiempo nos vemos obligados a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo” (7)
El Jefe de la Revolución de Octubre se percató dos años después de iniciada la NEP, que no se le habían prestado la atención necesaria al régimen cooperativo, cuyo desarrollo y extensión “se identifica con el desarrollo del socialismo” y sin el cual no se podría alcanzar el objetivo de construir la nueva sociedad. La comprensión de que ese era el camino y no otro, lo llevó a reconocer que esto implicaba un “cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo”.
Poco después de dictar, ya no podría escribir, en enero de 1923, este documento histórico “Sobre la Cooperación”, el último de carácter teórico sobre la construcción socialista, Lenin quedó definitivamente incapacitado para poder seguir ejerciendo la dirección del Partido y el gobierno rusos, y moría un año después.
Rusia no siguió este camino indicado por Lenin. Resultado de no haber extendido el sistema cooperativo, la autogestión empresarial obrera, en Rusia se fortaleció el Capitalismo de Estado en base al régimen salarial, que fue concebido inicialmente como transitorio y que, por demás se expandió también, a las empresas agrícolas estatales. En el seno del Partido Comunista se sucedieron históricas discusiones sobre el rumbo a seguir, pero terminaron cruentamente.
Después de la muerte de Lenin, la cooperativización, que debió transcurrir como un proceso progresivo estimulado y apoyado por el nuevo Estado revolucionario, fue en cambio forzada en el campo para los pequeños productores solamente y no se desarrolló en la industria ni en los servicios. Esto provocó un aumento de la centralización de la propiedad y de las decisiones en el Estado, hasta que la NEP misma fue derogada y sustituida por los planes quinquenales en 1928, los cuales partían de la más absoluta centralización y el control estatal central, lo que vino a ser una especie de santificación de una variante del capitalismo de Estado como “sistema de producción en el socialismo”.
Aquella sociedad, en lugar de avanzar hacia la nueva forma de producción autogestionada empresarial obrera, se estancó y evolucionó a una forma distorsionada de la explotación asalariada por el Estado. Fue así como el Capitalismo de Estado, transfirió la esencia de su sistema asalariado característico de la producción capitalista, al Socialismo de Estado, en que se trastocó. Ahora, el excedente, en lugar de ser controlado por los capitalistas, era controlado por el Estado, sin participación real alguna por parte de los trabajadores mismos.
Esta deforme y nefasta herencia fue el origen de la dicotomía entre el pueblo trabajador y el estado explotador, y la que posibilitó la reversibilidad hacia el capitalismo de aquellos procesos socialistas, lo cual tuvo como base, el hecho de que no se consolidaron, extendieron ni, desde luego, llegaron a predominar en la sociedad, las nuevas formas de organización de la producción, basadas en la AEOS.
El socialismo se fortalece haciendo avanzar la autogestión empresarial
Para avanzar hacia el socialismo, Lenin había establecido claramente la necesidad objetiva de que todas las empresas pasaran al régimen cooperativo, es decir a la autogestión empresarial obrera. Esa hubiera sido la forma de realizar una verdadera socialización de los medios de producción y desarrollar el autocontrol de los trabajadores sobre el excedente y sus condiciones materiales de producción y existencia.
Esta es la esencia, en el orden interno, de la llamada revolución permanente de Marx: el continuo avance de la forma socialista de producción, a costa del capitalismo. Su violación por el socialismo fracasado, demostró en la práctica, que el proceso revolucionario sólo puede subsistir avanzando.
La experiencia del socialismo que no logró progresar hasta hacer predominar el cooperativismo, la AEOS, demostró específicamente también que es imposible avanzar en la nueva sociedad si no se democratiza el control de ese excedente, dando participación más directa en el mismo a los trabajadores y a los ciudadanos, a través de la diversificación y ampliación de la socialización de la propiedad y la apropiación, lo cual sólo es posible realizar a través del nuevo régimen de la organización de la producción.
El eventual papel obstruccionista del aparato burocrático que en nombre de la Revolución Proletaria, puede obstaculizar el avance socialista, así como las formas fundamentales de evitarlo, fueron previstos también por los clásicos, en sus análisis sobre la Comuna de París.
Sobre este particular, en su introducción de 1891 a la Guerra Civil en Francia de Marx, Engels señala: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento, que la clase obrera,….tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles era las características del Estado hasta entonces?….a la larga estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella”
La forma, sigue Engels, en que la Comuna “amputó” esos lados peores del Estado, fue: “En primer lugar cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos como los demás trabajadores…..Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y a la caza de cargos….” (8)
Ciertamente, el socialismo “real” se caracterizó por la ausencia de esos antídotos antiburocráticos: Los dirigentes estatales se añejaban en los cargos y estos significaban muchas prebendas. Los fallos en los mecanismos democráticos del gobierno de los trabajadores, posibilitaron la existencia de funcionarios en el Estado que, “de servidores de la sociedad se convirtieron en señores de ella”. De manera que, una garantía para el avance del proceso socialista, es el establecimiento de mecanismos que impidan el control de tales personas sobre el aparato burocrático, transitorio, pero inevitablemente necesario por un buen tiempo.
El concepto de desarrollo económico en el socialismo
Una de las más significativas experiencias del socialismo estatal centralizado, fue que el desarrollo económico del socialismo no radica en los avances que se logren en los descubrimientos y aplicaciones de la técnica y la ciencia, en altos niveles de producción, en las grandes inversiones en macro empresas, en el aumento de los presupuestos estatales para enfrentar al estilo paternalista del Estado de Bienestar, los problemas sociales, etc., sino en el avance de las relaciones socialistas, cooperativistas, autogestionarias en las unidades de producción y empresas de todo tipo, que ya hayan alcanzado un relativo desarrollo del capitalismo y concentren capitales de nivel medio y superior.
Es claro que mientras mayor sea el nivel de desarrollo científico-técnico del capitalismo, más aceleradamente se puede avanzar a las relaciones socialistas de producción, pero esto no niega que a partir de niveles inferiores de desarrollo capitalista, se pueda progresar en la sociedad socialista -entendida esta no como un reino de consumo o distribución, sino como una sociedad de “cooperativistas cultos”, más equitativa, humana, solidaria, democrática y justa- que a la larga va a ser mucho más productiva, eficiente, más justamente repartida, popularmente apoyada y multidesarrollada que las actuales capitalistas de alto desarrollo, pero de más altos contrastes en todos los órdenes.
El desarrollo de medios y técnicas per se, no significó ningún avance objetivo del socialismo, pues aquellos grandes rendimientos, y descubrimientos científicos y técnicos no estaban en función de las nuevas relaciones de producción cooperativistas, la AEOS, sino que partían de, y servían a otros tipos de relaciones estatales y asalariadas, cuyos máximos beneficiarios no fueron los trabajadores, sino los funcionarios de los aparatos burocráticos que terminaron por pactar con el capitalismo.
En consecuencia, de no salir de la etapa estatal primaria de la Revolución socialista, y avanzar al cooperativismo extendido, como pretendió Lenin en 1923, el progreso del nuevo régimen social de producción, puede quedar estancado en el sistema basado en la propiedad estatal, la centralización y el trabajo asalariado, con todas sus consecuencias, incluida la eventualidad de la reversibilidad del proceso socialista, como quedó demostrado en Europa.
Una concepción desarrollista del “socialismo”, que confía el eventual avance socialista, no al progreso de la AEOS, sino principalmente a la inversión de capitales extranjeros, que continúa explotando el trabajo asalariado, solo tenderá al fortalecimiento de las relaciones capitalistas de producción.
El desarrollismo capitalista, trasplantado a los intentos de hacer avanzar una economía socialista, va acompañado de todos sus vicios, especialmente la corrupción, el consumismo y el despilfarro concomitantes, que tienden, especialmente, al abuso de los recursos no renovables de la naturaleza y a la degradación del medio ambiente. Ambos excesos, consecuencias del mercantilismo propio del desarrollismo capitalista, pueden ser neutralizados solamente por el uso racional de los recursos que impone una concepción de desarrollo integral del ser humano en armonía con la naturaleza, presente únicamente en la autogestión social socialista.
Algunos teóricos de la izquierda han creído que el socialismo es la búsqueda de soluciones a los múltiples problemas sociales que aquejan a las mayorías desposeídas y desprotegidas, a partir de la actuación benevolente del Estado, en una repartición más equitativa de la renta nacional regenteada por éste, al estilo del “Estado de Bienestar”.
En general estas concepciones tienen que ver con la idea, de que la solución a los problemas de fondo en la economía, se pueden resolver con una “inteligente o correcta” distribución del ingreso nacional, con un “mejor” manejo de la dirección económica y las inversiones, o la buena voluntad y la honradez de los dirigentes, los trabajadores y otros factores éticos y morales por el estilo, correspondientes a la superestructura. Estas ideas pierden de vista que tanto la distribución como el consumo, están históricamente determinados por las relaciones de producción.
C. Marx, en el Cap. LI del Tomo III de El Capital, Relaciones de distribución y relaciones de producción, señala: “…las relaciones de distribución son esencialmente idénticas a estas relaciones de producción, el reverso de ellas, pues ambas presentan el mismo carácter histórico transitorio…..Las llamadas relaciones de distribución responden, pues, a formas históricamente determinadas y específicamente sociales del proceso de producción, de las que brotan, y a las relaciones que los hombres contraen entre sí en el proceso de reproducción de su vida humana. El carácter histórico de estas relaciones de distribución, es el carácter histórico de las relaciones de producción, de las que aquellas solo expresan un aspecto.” (9)
Es materialmente imposible, por tanto, concebir una verdadera distribución socialista, mientras las relaciones de producción no lo sean también. Y ya vimos que las relaciones de producción genéricas del socialismo no tienen que ver con el trabajo asalariado, sino con las nacidas en el cooperativismo, identificadas como la AEOS.
Las nuevas formas de propiedad socialista y su desarrollo
De acuerdo con el análisis de las experiencias socialistas intentadas en Europa y especialmente la yugoslava y la cubana, que han estado entre las que más se han acercado al cooperativismo, las nuevas formas de la propiedad socialista, de los colectivos de trabajadores, a funcionar bajo el sistema de la AEOS, pueden resumirse en tres tipos principales: las cooperativas tradicionales, las cooperativas socialistas y las empresas cogestionadas, tanto para la agricultura, como para la industria, los servicios y demás actividades del Estado. El tema: las formas de propiedad en el Socialismo ya ha sido abordado in extenso en otros trabajos (10).
Estas formas de propiedad socialistas deben verse en desarrollo, de las inferiores a las superiores, en dependencia del nivel alcanzado por las fuerzas productivas y según dicte la conveniencia práctica.
Fue expresado por los clásicos y la práctica posterior lo ha demostrado, que para desarrollarse plenamente, el sistema cooperativo, la AEOS, es necesario el apoyo del Estado producto de la Revolución, el cual debe ir inyectando y traspasando medios y recursos bajo su control, provenientes de sus distintas fuentes de ingresos, al nuevo sistema socialista, que debe ser apoyado especialmente en forma crediticia, y aprovecharse de la cooperación controlada con el capital extranjero.
El Estado, a sus distintos niveles, retendría la propiedad de las empresas que considere de importancia estratégica o de interés local del nivel correspondiente. El usufructo, la gestión y todo lo demás estarían a cargo del colectivo de trabajadores, que respondería ante el nivel comunal correspondiente, de los planes, pedidos, y sus demás intereses. Las instancias del gobierno, que atesoran la recaudación fiscal irán a su vez invirtiendo en nuevas micro, medias y mega empresas, según las necesidades y las posibilidades económicas, así como del financiamiento que consiga del banco nacional y las relaciones controladas (51-49) con el capital internacional y según las regulaciones establecidas.
El papel del Banco Central, deberá acrecentarse, diversificarse y expandirse para poder dar respuesta eficiente a las solicitudes de crédito, conocer las posibilidades de su realización y fiscalizar su ejecución.
Esta es la forma paulatina en que el aparato central del Estado se irá, a su vez, transformando, pasando sus funciones administrativas y de control de la producción a los colectivos de trabajadores y de ciudadanos, y quedando cada vez más y paulatinamente, solo para las cuestiones que vayan siendo imprescindibles, como por ejemplo: defensa y seguridad, relaciones internacionales, comercio exterior, orden interior, finanzas, sistema jurídico, instituciones de planeamiento social general, instituciones controladoras del medio ambiente y otras que la necesidad práctica demande, imposibles de precisar en un trabajo teórico.
Los tipos de propiedades de los colectivos de trabajadores podrían unirse territorial o sectorialmente, en uniones de cooperativas o uniones de empresas, en uniones de cooperativas y de empresas, para formar empresas mayores, más potentes o integrales, según convenga al desarrollo de la producción y sea decidido democráticamente por sus trabajadores, hasta convertirse todo el sistema en una gran unión de empresas autogestionadas. La práctica irá demandando lo más conveniente.
Igualmente, las cooperativas y empresas o sus uniones podrían recibir inversiones extranjeras y cooperar con cualesquiera otras de las formas de propiedad y producción existente, según el interés compartido de sus trabajadores. No se debe temer a ese intercambio, pues práctica y teóricamente se ha demostrado la superioridad de la autogestión empresarial obrera, sobre el trabajo asalariado.
Un cuerpo de leyes generales deberá regular todo el funcionamiento de la AEOS y de estas formas genéricas de la propiedad socialista, así como de las otras que todavía tienen cabida en el Período de Transito Socialista.
Otras formas de propiedad y producción presentes en el socialismo
Igualmente los clásicos advirtieron, y la práctica ha demostrado, que las nuevas formas de propiedad y producción socialistas autogestionadas, que deben tender a ser predominantes en la nueva sociedad, no son las únicas en el Socialismo, pues se trata de una sociedad de tránsito del Capitalismo a la fase superior de la nueva formación económico-social Comunista.
C,Marx. En la Crítica al Programa de Gotha, escrita cuatro años después de la Comuna de París, hace ya más de un siglo y cuarto, expuso: “De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede…” (11)
En consonancia, la AEOS no implica la eliminación automática de otras formas pre-socialistas como la producción mercantil simple, el cuentapropismo individual o familiar, ni otras que la propia necesidad de la producción demande, ni tampoco la inversión extrajera controlada. El socialismo incluye, necesita, todo eso.
En particular, tal y como ha sido demostrado por las experiencias socialistas intentadas y como ha evidenciado la incapacidad del capitalismo desarrollado para acabar con la producción mercantil simple, debe respetarse el trabajo por cuenta propia que existe por necesidad natural y, que incluye la propiedad individual o familiar; la cual, siendo privada, no explota trabajo ajeno, no permite la reproducción ampliada, y no deja de ser tampoco una forma socializada de la propiedad, en tanto y cuanto significa la extensión y repartición de la propiedad en el seno de la sociedad; en verdad, una forma de socialización de la propiedad y la apropiación. Por su esencia (auto explotación del trabajo del mismo dueño, con sus propios medios de producción, y que controla a su vez el excedente), la forma de producción del trabajo por cuenta propia, es también autogestionaria. Su tendencia natural en el socialismo deberá ser, a la creación de cooperativas y a su paulatina reducción.
La AEOS deberá aplicarse también a toda la vida social.
La AEOS, para triunfar definitivamente, debe no sólo extenderse a todas las ramas de la economía y a todas las esferas de la producción material, sino también a todo el resto de la vida de la sociedad. Esto implica a toda la gestión productiva y social del Estado a todos sus niveles, incluida la salud pública, la educación, especialmente los centros de enseñanza superior (la autonomía universitaria), y los servicios generales que brindan las instituciones comunales. Esto se hace realidad a través de los órganos de poder del pueblo que genera cada proceso revolucionario, el cual debe controlar a sus niveles correspondientes los recursos necesarios para su funcionamiento autogestionado.
El verdadero poder descansa en la propiedad y en el control de los recursos materiales y financieros. Para que el poder del pueblo fuera firme, era necesario que la propiedad, los recursos y las finanzas fueran controlados escalonadamente por los distintos niveles de ese poder popular, la nación, la provincia, la región, o la comunidad. Así la propiedad social, se hubiera hecho, efectivamente, más socializada y hubiera dotado de poder real a las instancias de gobierno a cada nivel, las que a su vez hubieran debido controlar la recaudación de impuestos y el manejo del presupuesto correspondiente a cada nivel comunal.
Esta sería la forma de hacer que las comunidades administren y gestionen recursos propios, para enfrentar sus necesidades de todo tipo, no tengan que estar esperando asignaciones de “arriba” de presupuestos o recursos que necesitan. Igual, esto permitiría que las comunidades sientan más suyos los parques, las calles, los establecimientos públicos, las escuelas, los policlínicos, las áreas de esparcimiento, y demás instituciones sociales y productivas que existan y ellos mismos desarrollen, en un territorio dado.
El concepto de propiedad comunal a nivel de nación, provincia, región o comunidad, daría sentido a la instancia de poder del pueblo correspondiente, sería más consecuente con los fines de la sociedad socialista y ayudaría a desmitificar la noción de “propiedad del Estado” que tanto daño hizo al “socialismo real”.
F. Engesl, en carta a Bebel el 18-28 de marzo de 1875, le escribre: “Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. … Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra Comunidad (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa Commune” (12)
Otros significados de la autogestión. Algunos temores.
Un Estado basado en la Autogestión Empresarial Obrera y Social, parece ser el único capaz satisfacer las expectativas socialistas, a saber: la más amplia participación social y, especialmente, de todos los trabajadores en las decisiones importantes que tengan que ver con todos los aspectos de la producción, la reproducción y la vida social; la integración de los intereses de la sociedad, las regiones, los colectivos de trabajadores, los trabajadores mismos y la naturaleza; el desarrollo armónico y proporcional de ramas y regiones y; el balance entre las satisfacción de las necesidades y la acumulación socialista.
El ánimo de lucro individual, sólo se neutraliza en un medio en el que predominen los intereses colectivos, tanto mediatos como inmediatos. En un medio social colectivista, determinado por el sistema cooperativo de producción y la autogestión comunitaria, se darían las condiciones que permitirían forjar el hombre nuevo, que soñara el Che y que debemos ir preparando para el futuro. En su avance, el sistema de Estados cooperativos a nivel internacional constituiría, en el futuro impredecible, la sociedad Comunista.
La fuerza centrífuga (desintegradora) que pueda generar la autogestión, el cooperativismo, a nivel empresarial, o regional, se compensaría con la fuerza centrípeta (integradora) que generaría la autogestión a nivel social en todos sus escalones. Por eso hay que ver la autogestión -no como un asunto de empresas cooperativas aisladas- sino como un movimiento de toda la sociedad.
Para garantizar que la AEOS se encamine por los objetivos del socialismo, y su articulación no se preste a interpretaciones contradictorias, sería necesario crear un cuerpo de leyes que regule todo el funcionamiento de los distintos tipos de cooperativas y empresas autogestionadas, sus uniones, absorciones, niveles de cooperación con otros eslabones de la economía y con el capital extranjero, sus relaciones con el Estado y otros aspectos que sean necesarios.
El Socialismo que precisa planificación eficiente, pero solo la necesaria a cada uno de los niveles, y poder producir sobre la base de criterios generales y específicos de necesidades y demandas, incluye todavía –necesita- de un mercado que, como la mercancía, la ley del valor, la ley de la oferta y la demanda y las demás categorías de la economía mercantil, tenderán a desaparecer, pero no por la voluntad de los hombres, sino como resultado de la extensión del trabajo cooperativo autogestionario socialista, el desarrollo estructural y la paulatina extinción de la división social del trabajo, las clases y el Estado.
El mercado en el socialismo, el cual no debe confundirse con el “socialismo de mercado” -concepto que trata de unir elementos estáticamente inconciliables- tenderá naturalmente a irse modificando por la propia dinámica de la economía autogestionaria cooperativista, pero seguirá funcionando como el dinero y otras categorías mercantiles -cada vez menos-, debido también a la presencia del mercado externo y a la necesaria competitividad que deberán tener los productos del socialismo, mientras el mercado mundial no se transforme en intercambio, con el advenimiento paulatino del socialismo internacionalmente.
Ya en el socialismo fracasado, que no por ello dejó de aportar importantes experiencias, el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) había establecido un sistema de trueque internacional, para compensar el intercambio desigual y favorecer a los países menos desarrollados, que tendía más al intercambio de equivalentes que al de mercancías.
Una experiencia similar podría irse aplicando entre las empresas autogestionadas socialistas, que por su naturaleza obrera y colectivista deberán ser solidarias, -de lo que también se encargarían los impuestos progresivos-. Tal adecuación podría ir favoreciendo el desarrollo de las empresas mas atrasadas, a través de intercambios compensados o uniones voluntarias de empresas de distinto nivel de desarrollo científico-técnico, para beneficiar a las menos desarrolladas, además de la concesión de créditos, inversiones extranjeras y otras vías de recepción de financiamiento. Como las empresas cogestionadas (entre la comunidad y los trabajadores) mantienen la propiedad en la comunidad, ésta debe tener capacidad para influir en esta dirección.
Algunos revolucionarios rechazan la Autogestión Empresarial Obrera y Social (AEOS), porque la consideran contrapuesta a un Estado fuerte económica y militarmente, capaz de realizar la acumulación socialista y llevar adelante la Defensa del País. Nada más lejos de la verdad. Todo lo contrario.
Una economía estructurada sobre estas nuevas bases, debe garantizar un aumento sostenido de la producción con máxima eficiencia; -como no lo puede hacer el sistema estatal asalariado, por la falta de estímulos, el burocratismo y la corrupción que lo ha caracterizado-; aportar grandes sumas de dinero y recursos a la recaudación fiscal para los planes generales de desarrollo de la sociedad y su defensa; y legitimar el respaldo popular real y efectivo de los trabajadores armados en defensa de sus industrias, su tierra, y sus comunidades, verdadera base de la defensa del proceso revolucionario. Ni más ni menos que la concepción cubana de las Guerra de Todo el Pueblo, las zonas de defensa y la Milicias de Tropas Territoriales (MTT), pero, incluso, más acentuada y con bases más sólidas.
El proceso revolucionario que no es capaz de garantizar su defensa no sobrevive. El Concepto de Defensa Nacional, que integra factores militares, económicos, políticos, diplomáticos y sociales, falló en la URSS, a pesar de todos sus cohetes atómicos, porque el pueblo no se sintió comprometido con la necesidad de defender aquel Estado.
La paulatina extensión de la autogestión empresarial obrera y social hasta hacerla predominar, lleva a la desaparición progresiva de la contradicción Pueblo-Estado que segrega el socialismo estatal; es la forma de hacer real el poder de los trabajadores y de todo el pueblo y, por tanto, un tipo de sociedad más fuerte, imposible de destruir; garantiza la irreversibilidad del proceso socialista; y es la que puede abrir al mundo la senda segura hacia el Comunismo.
Publicado en Rebelión
También en Analitica.com el 20 de agosto del 2006
Aprorrea 29 de agosto del 2006
Publicado en Kaosenlared http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=22291
1) C. Marx. El Capital, T-III, Cap. XXVII. El Papel del Crédito en la Producción Capitalista. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.
2) F. Engels. Introducción de 1891 a la Guerra Civil en Francia, de C. Marx. C. Marx y F. Engels, OE en tres Tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973.
3) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, C. Marx y F. Engles, O.E en tres tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974.
4) Idem
5) V.I. Lenin. Sobre la Cooperación. T- XXXIII. O.C. Editora Politica. La Habana.1964
6) C. Marx. Ibídem (1)
7) V.I. Lenin. Ibídem (5)
8) F. Engels.Ibídem (2)
9) C. Marx El Capital, Tomo III, Cap. LI, Relaciones de distribución y relaciones de producción. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.
10) Formas genéricas de la propiedad socialista, tomado del libro del autor, en preparación: “Urge a la Revolución Cubana avanzar hacia la autogestión empresarial obrera y social, para garantizar su continuidad histórica”: La Cooperativa ) Es la cooperativa tradicional, las primeras que surgieron en el capitalismo, que puede considerarse inferior, pues los medios de producción aportados son de propiedad original de los trabajadores y generalmente de bajo de un bajo nivel de desarrollo. Corresponde a pequeños campesinos unidos, pequeñas empresas industriales o de servicios, más bien de tipo artesanales. La Cooperativas Socialista. Aquí, la propiedad sobre los medios de producción se otorgaría directamente a los trabajadores en forma plena, por medio de un crédito, la venta o la cesión por parte del Estado. Los trabajadores determinarían autogestionadamente todo en la empresa, a través de sus órganos democráticamente elegidos. Esta forma de propiedad, generalmente ha sido referida a empresas medias a pequeñas por su nivel de desarrollo, debiendo quedar estatuido que son indivisibles e invendibles, y su fusión o unión con otras empresas quedar sujeta a leyes. Empresa Cogestionada (entre la Comunidad y el Colectivo de Trabajadores). La propiedad se mantendría total o parcialmente en la Comunidad (el nivel correspondiente, sea nación, provincial, municipio o comunal), pero los trabajadores la administran en base a los principios de la autogestión empresarial obrera. Podrían llamarse Cooperativas de Tipo Superior. Parecen las convenientes de aplicar a las empresas de interés nacional o estratégico, con alto nivel tecnológico, que demandan una enorme cantidad de recursos y personal altamente especializado que solo puede ser aportado por el presupuesto estatal o el capital extranjero. El carácter de propiedad Comunal y en usufructo compartido con los trabajadores, garantizaría que no haya eventuales subestimaciones de los intereses generales de la nación o el surgimiento de tendencias localistas, regionales o sectoriales perjudiciales.
11) C.Marx. Ibídem (3)
12) F. Engels, carta a Bebel el 18-28 de marzo de 1875. C.Marx y F.Engles. OE en tres tomos. Tomo III. Editorial Progreso, Moscú 1974
Rescate, continuidad, y renovación en el Socialismo del Siglo XXI
Necesidad epistemológica y práctica de identificar-diferenciar las construcciones socialistas de los siglos XIX, XX y XXI. Un hilo conductor esencial ha estado presente: el establecimiento de nuevas relaciones de producción.
En los últimos años discurre una polémica entre investigadores, académicos y políticos en relación con la cientificidad o no del término “Socialismo del Siglo XXI”· Sin pretender abordar toda la complejidad del tema, ni mucho menos agotar la discusión, hay algunas consideraciones de índole histórico-concreta que sugieren la necesidad epistemológica y la conveniencia práctica de establecer identidades y diferencias en las construcciones socialistas de los Siglos XIX, XX y XXI, en el aspecto determinante de las relaciones de producción.
El socialismo, que se identifica con toda claridad a partir de principios del Siglo XIX y transcurre hasta nuestros días, es una corriente de acción y pensamiento basada esencialmente en la socialización de los medios y formas de producción, como vía para alcanzar la plena justicia social y la solución de los problemas de la humanidad. A la vez se trata de un movimiento diverso en su forma y en el tiempo, de acuerdo con el desarrollo económico alcanzado por cada país, sus características socio-culturales y la época en que se ha manifestado. De manera que por su esencia es uno y por las condiciones y tiempos de su manifestación es -a la vez- diverso, si de pensamiento dialéctico estamos tratando y no de paradigmas aislados, sin relación de continuidad, ni vínculos cognoscitivos.
Lenin consideraba “Tres fuentes y tres partes integrantes del Marxismo” al socialismo utópico francés, la economía política clásica inglesa y a la filosofía clásica alemana. El pensamiento y accionar socialista, es pues anterior, contemporáneo y posterior a Marx y Engels, aunque fueron ellos quienes lo fundamentaron científicamente.
Las tendencias que se desviaron de su contenido socializante fracasaron. Pero el socialismo esencial, no sólo no ha fracasado sino que sigue siendo la matriz, el meollo, el fin que persiguen todas las luchas sociales contra el capitalismo y el imperialismo, aunque muchos de los que participen en estas luchas no estén siempre concientes de que así sea.
Fracasó sí una forma de intentar el socialismo, cuyas muchas desviaciones partían del erróneamente concebido eje quebradizo, de unas relaciones de producción estancadas y esquemáticas. Tal forma, que predominó por circunstancias históricas, llegó incluso a combatir militarmente a otros intentos socialistas en su misma época, que trataron de rebasar aquellos esquemas, renovarlos, y a los cuales el socialismo dogmático tildó de revisionistas o diversionistas, a fin de estigmatizarlos.
Una visión dialéctica de continuidad, unidad y superación, es la que permite la sistemática renovación de la gran utopía socialista sobre sus propias bases. Pero superación y renovación tampoco significan la ausencia de principios y leyes generales, fines universales y medios correspondientes. Dialéctica y renovación no pueden confundirse tampoco con inconsecuencia o falta de principios.
Se hace mal uso de la expresión de que “el marxismo es una guía para la acción”, cuando la acción se hiperboliza y no se relaciona con los fines y medios del socialismo, cuando no existe una correspondencia entre ellos.
Lo fundamental en el marxismo se encuentra brevemente resumido en el siguiente párrafo de la Contribución a la crítica de la Economía Política, redactada en 1859 por Carlos Marx: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones que son necesarias e independientes de su voluntad, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.” (1)
Esta generalización, que expresa las leyes fundamentales del desarrollo social, ha tenido plena vigencia histórica hasta el presente y se ha manifestado en el accionar socialista.
La construcción socialista del Siglo XIX fue la Comuna de Paris, la gran comprobación empírica de aquellos fundamentos, la primera Revolución Proletaria, la cual tiene lugar en vida de Marx y fue lo que le permitió confrontar sus ideas con la práctica, no siendo casual, que todos sus análisis científicos tengan – a partir de entonces- un sesgo cada vez más orientado a y por la experiencia concreta del quehacer revolucionario a partir de 1871 y que muchos de los conceptos desarrollados hasta entonces fueran luego matizados.
El Manifiesto Comunista es publicado en 1848 y la Comuna tiene lugar 23 años después, por lo cual, son aquellos acontecimientos los que les permitieron a los clásicos proyectar los esbozos principales que caracterizarían la sociedad que hasta ese momento sólo había sido un ideal. La Comuna es pues, un punto de inflexión del Marxismo a la praxis concreta del nuevo régimen socio económico que aportó significativos conocimientos a los fundadores, los cuales precisan ser valorados en todo su significado y que, en cambio, fueron considerados como “superados” por quienes pretendieron esquematizar el “leninismo” en el Siglo XX.
Para algunos, Paris 1871 queda tan lejos en el espacio y en el tiempo, que nada o casi nada nos puede aportar para las nuevas condiciones del desarrollo post industrial del capitalismo imperialista globalizado, como si no estuvieran precisamente en aquellos acontecimientos parisinos, las claves para descifrar el futuro a partir de entonces.
Toda la actividad práctica y teórica de Marx después de 1871 es un canto dialéctico finamente modulado de la Comuna de París, proyectado hacia el porvenir.
El acontecimiento duró a penas dos meses y 10 días, del 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871, pero dejó grandes lecciones generales en todos los órdenes y todos los códigos básicos que Marx, Engels y Lenin de alguna manera siempre abordaron. Las valoraciones de Marx sobre aquellos acontecimientos, obligado estudio referencial para cualquiera que pretenda un enfoque marxista de la Revolución Socialista, se concentran en la “Guerra Civil en Francia” escrita el mismo año al calor de la Comuna y en la “Crítica al Programa de Gotha” redactada en 1875.
Muchos estudiosos de la Comuna abordan ampliamente sus experiencias políticas, pero las nuevas relaciones de producción que pretendió establecer a través del cooperativismo, bien reseñada por Marx, la más trascendental enseñanza histórica de aquellos acontecimientos desde el punto de vista económico, es poco citada y muchas veces tomada solo como “testimonio del socialismo primitivo” que entonces se intentó. Los manuales de Marxismo y mucha la literatura “marxista” post leninista llegan incluso a obviar las relaciones de producción que pretendió establecer la Comuna y en el mejor de los casos, las consideraban producto de la influencia anarquista que predominó en aquel proceso.
Si nos atenemos a que la esencia del socialismo es la socialización de las formas y medios de producción y no las quimeras utópico-idealistas sobre el “bienestar” humano por cualquier vía, ello implica la adopción -no por imposición, sino por necesidad- de nuevos tipos de relaciones entre las personas que actúan en el proceso de producción, base sobre la cual se edificará todo el resto del conjunto de relaciones sociales.
En consecuencia el fundamento científico del socialismo conlleva la negación de las viejas relaciones basadas en la propiedad capitalista de los medios de producción y el trabajo asalariado que lo caracteriza y es el que le permite la organización del trabajo en función de la obtención de la plusvalía, como explica el Manifiesto Comunista. (2)
En ese sentido la Comuna delineó perfectamente el camino y Marx y Engels así nos lo explican:
En La Guerra Civil en Francia, Marx escribe: “ ... si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que el comunismo, comunismo “realizable”?...
El 16 de abril, la Comuna ordenó que se abriese un registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patrones y se preparasen los planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizándoles en sociedades cooperativas, y que se planease también la agrupación de todas estas cooperativas en una gran Unión”. (3)
F. Engels, en la introducción de 1891 a la Guerra Civil en Francia, de C. Marx, refrenda 20 años después: “….el decreto más importante de cuantos dictó la Comuna dispuso una organización para la gran industria e incluso para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación de obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también unificar a todas estas asociaciones en una gran Unión; en resumen, en una organización que, como Marx dice muy bien en la Guerra Civil, forzosamente habría conducido en última instancia al comunismo,...” (4)
De manera que en el orden de las transformaciones económicas, la enseñanza fundamental del socialismo que intentó -en aquel breve tiempo- la Comuna de Paris, implicó en lo inmediato la entrega de los medios de producción a los trabajadores de cada fábrica, de cada centro de producción, para que estructurados en formas cooperativas, integraran una gran unión nacional de cooperativas. Esa fue la idea que desarrolló la Comuna sobre la organización de la producción socialista, a nivel empresarial y social.
Errores políticos, falta de experiencia, divisiones internas, indecisiones y las propias condiciones históricas de aquella primera hornada socialista impidieron que la Comuna perdurara en el tiempo y se consolidara aquel nuevo régimen de relaciones de producción. Pero a pesar de ello, fue el primer claro intento de establecer nuevas relaciones de producción basadas en la autogestión obrera, el sistema de trabajo descubierto por Marx (5) en las cooperativas, pero llevado a todo tipo de empresas y a la vez a la administración de toda la producción a nivel de la sociedad.
La construcción socialista del Siglo XX se inició con la Revolución de Octubre y trascendió al Siglo XXI gracias a la Revolución Cubana que persiste en su proyecto de orientación socialista con predominio del sistema de propiedad estatal y trabajo asalariado, pero con presencia de relaciones cooperativas y de nuevas tendencias autogestionarias (Unidades Básicas de Producción Cooperativa y Perfeccionamiento Empresarial), en transición hacia más socialismo. El proceso cubano, ha sido potenciado por la Revolución Bolivariana de orientación socialista.
Las experiencias asiáticas al asumir el mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera como componentes dinámicos fundamentales del desarrollo económico, fueron adoptando cada vez más los métodos y vías capitalistas y desviándose, por tanto, de los objetivos y medios de la nueva sociedad socialista. Por mucho que se la quiera llamar socialista, nunca lo será una economía basada fundamentalmente en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado. De todas formas la última palabra no está dicha por aquellas latitudes. Los chinos hasta finales de siglo pasado, cuando empezaron las reformas de mercado – o para llamarlas por su mejor nombre: capitalistas- habían tenido también una economía sustentada, esencialmente, en la propiedad estatal y el trabajo asalariado.
El llamado Socialismo Real que se intentó construir en el Siglo XX, en Europa, se desarrolló –mayoritariamente- sobre una manera de concebir la socialización de los medios de producción que, como había explicado el Che en carta a Fidel 1965 (6), con la aplicación de la NEP en 1921, había introducido el capitalismo de Estado en el socialismo que luego traspasó la esencia del sistema capitalista al socialismo de Estado. La vía para salir de aquella situación, rectificar el rumbo, fue claramente planteada por Lenin en 1923 en su trascendental artículo “Sobre la Cooperación” (7).
En esa ocasión, ya muy enfermo, Lenin dictó, pues escribir no podía: “Me parece que no prestamos atención suficiente a la cooperación… dado que la clase obrera es dueña del poder estatal, y que a ésta le pertenecen todos los medios de producción, sólo nos resta organizar a la población en cooperativas. …
Entre nosotros se siente menosprecio por la cooperación, no se comprende su excepcional importancia…
Ahora debemos comprender para obrar en consecuencia que el régimen social al que hoy debemos prestar un apoyo extraordinario es al régimen cooperativo…Pero para lograr que, a través de la NEP, el conjunto de la población tome parte en las cooperativas, es necearía toda una época histórica. Será una época histórica particular, pero sin pasar por ella….no podremos alcanzar nuestro objetivo…
Ahora bien, el régimen de cooperativitas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los medios de producción, y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la burguesía, es el régimen socialista….
Ahora tenemos el derecho de afirmar que para nosotros, el simple desarrollo de la cooperación se identifica…con el desarrollo del socialismo y al mismo tiempo nos vemos obligados a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo.”
La precisa indicación del fundador de la Rusia Soviética, estaba encaminada a hacer realidad lo que también intentó la Comuna de Paris y Marx analizó entonces, como ya se ha descrito: la creación de un sistema de cooperativas integrado socialmente, como identificativo del socialismo.
Cuando el Partido Comunista y el Gobierno rusos decidieron no seguir esta premisa marxista, a partir de allí también leninista, el Socialismo de Estado asumió los gérmenes de su propia destrucción al santificar y dogmatizar la propiedad concentrada en el Estado y el trabajo asalariado heredado del capitalismo, como las esencias de las relaciones de producción en la construcción socialista en el siglo XX que, además, trataron de imponer a los otros países que intentaron la vía socialista. El cooperativismo o sistema de trabajo autogestionario, es lo que hubiera dotado de una base objetiva, realista, al control obrero del que tanto hablaban los líderes bolcheviques.
Aunque muchas otras fueron las experiencias a extraer del socialismo soviético en el campo de la política nacional e internacional y de la defensa, en el orden decisivo económico social la enseñanza principal fue la necesidad de avanzar de la nacionalización a la socialización, de la Revolución Política a la Social, la Revolución Permanente señalada por Marx en su aspecto interno, con la generalización de las nuevas relaciones de producción y propiedad socialistas fundadas en el cooperativismo y la autogestión, y en la propiedad o el usufructo por los colectivos empresariales y sociales.
La orientación leninista hacia el cooperativismo integrado, hubiera sido el camino de Rusia, si no se hubiera impuesto el desviado modelo de Socialismo de Estado que Stalin y sus continuadores siguieron hasta su agotamiento y natural autodestrucción.
Si bien se identifica la construcción socialista del Siglo XX, con la forma en que se pretendió hacerlo en la URSS después de Lenin, dada su significación, magnitud y trascendencia, aquella “variante” que evolucionó hacia el Socialismo de Estado (neocapitalista), no fue la única en que se intentó en el socialismo del Siglo pasado.
Hubo muchos otros intentos en varios países de Europa, como en España, Italia, Alemania, Hungría, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia, por citar los más importantes, de aplicar otros enfoques basados en el control obrero más menos directo y en el cooperativismo y la autogestión, que fueron desde proyectos regionales en España e Italia, hasta fenómenos nacionales, con experiencia duradera y efectiva, como en el caso de Yugoslavia. Todos esos planes fracasaron por distintas razones, básicamente asociadas a la hostilidad y la agresión externas, incluida la intervención militar estalinista y a situaciones histórico-concretas que impidieron su desarrollo.
La autogestión yugoslava, el otro tipo de experimento socialista del siglo XX de mayor duración, es un fenómeno insuficientemente estudiado que las más de las veces se identifica erróneamente con las tendencias anarco sindicalistas de gran influencia a principios del Siglo XX en Europa, que preconizaban el cooperativismo empresarial bajo control obrero en contraposición al Estado, cualquiera fuera su tipo.
El proceso yugoslavo tuvo dos etapas principales, una inicial cuando mejor logró armonizar los intereses nacionales con los regionales y empresariales y una segunda, donde predominaron el mercado, las inversiones extrajeras y los intereses regionales de la desintegración, que terminaron todos por unirse a favor de la atomización de la nación.
Tres características principales estuvieron presentes en aquella experiencia fallida:
1-Las propias condiciones históricas de la formación del Estado yugoslavo a partir de diversas nacionalidades, etnias y religiones que nunca fueron resueltas. 2-La permanente y excesiva presencia de un aparato burocrático partidista a la vez gobierno que trató siempre de garantizar sus intereses por encima de los de la nación, las regiones y los trabajadores y terminó adueñándose -como capitalista- de las empresas que, en verdad, nunca fueron entregadas en propiedad a los trabajadores ni a las comunidades. 3-La coyuntura internacional desfavorable que, desde el estalinismo aisló a Yugoslavia de la URSS y el Campo Socialista, incluida su exclusión del CAME, situación bien aprovechada por el Capitalismo internacional para estimular las tendencias centrífugas regionales y de mercado con préstamos que endeudaron la nación, y aceleraron la descomposición de todo el sistema que en su segunda fase ya se mostraba corrupto e improductivo.
Las principales experiencias yugoslavas, confirman la necesidad de garantizar la armonía entre los intereses nacionales, regionales, empresariales y de los trabajadores, el máximo respeto a la participación democrática de los trabajadores y el pueblo en las decisiones de todo tipo a todos los niveles desde la empresa hasta la nación, la obligación de establecer algún tipo de relación de pertenencia entre los trabajadores y los medios de producción, lo imprescindible de dar adecuada atención a los problemas étnicos y religiosos sobre la base del respeto mutuo y la necesidad de avanzar de las relaciones mercantiles al intercambio compensado de equivalentes.
La práctica yugoslava confirmó que la utilización de los mecanismos y medios capitalistas de la economía mercantil, juegan un papel, pero cada vez menor, como estímulo al desarrollo social puesto que la vía autogestionaria, en la medida en que se extienda, lo irá reduciendo paulatinamente. Igual evidenció la necesidad de no dejarse llevar por el capitalismo oportunista y ventajista extranjero que ofrece “mercado y capitales” para “desarrollar” el socialismo, en verdad corroerlo desde dentro.
Su más importante contribución fue refrendar el aserto previamente definido por Marx en varios de sus escritos y confirmado luego por Lenin en 1923, sobre la sociedad socialista como un sistema integrado por empresas basadas en la autogestión cooperativa. Si el sistema yugoslavo fracasó, fue precisamente porque sus circunstancias históricas le impidieron combinar adecuadamente la autogestión empresarial con la social y contar con las condiciones internacionales necesarias para su desarrollo. De ahí que para ser efectiva la Autogestión Obrera tiene que ser al mismo tiempo empresarial y social y además contar con condiciones internacionales que le favorezcan.
La única forma de organización de la producción, conocida hasta ahora, que evita o puede evitar la explotación del trabajo ajeno es la descubierta por Marx en las cooperativas, “donde aparece abolida la contradicción entre el capital y el trabajo”, basada en la propiedad o el usufructo de los medios de producción, la gestión democrática y la repartición equitativa del excedente, colectivamente aprobada.
Algunos compañeros, consideran que sería caer en otro tipo de dogmatismo, estimar que el cooperativismo y la autogestión social socialista constituyen la forma genérica de las nuevas relaciones socialistas de producción y el camino para avanzar hacia la nueva sociedad, puesto que existen “otras relaciones propiamente socialistas de producción”. ¿Cuáles?: No aparece respuesta posible. El hecho de que sea la forma genérica, no quiere decir única y que no coexista un tiempo con otras, pues sabido es que todas las relaciones de producción, a través de la historia se van desarrollando, extendiendo e imponiendo a través de largos procesos de cambios.
Hay los que quieren hacer el socialismo “ayer” y también los que quieren esperar a que el desarrollismo capitalista “cree él mismo” las condiciones, para entonces avanzar. Unos y otros impiden la adopción del camino de las transformaciones consecuentes constantes en las relaciones de producción hacia más socialismo.
La Historia ha demostrado que mientras no sean el cooperativismo y la autogestión, las relaciones de producción predominantes en una sociedad dada y en tanto el proceso no se vaya extendiendo también internacionalmente, el régimen de producción socialista no estará consolidado y será reversible.
La defensa de la idea de que el trabajo asalariado, cuando es practicado por el Estado cambia su carácter capitalista, olvida que precisamente lo que caracteriza un sistema no son sus fines enunciados sino la forma en que se organiza el trabajo productivo y el carácter de la propiedad y la apropiación, los cuales posibilitan que exista o no la explotación.
Existen compañeros que valoran la experiencia cubana como la comprobación práctica de que el Socialismo de Estado basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado es válido como vía para la construcción del Socialismo. La inexactitud de esta afirmación es fácilmente demostrable, toda vez que la economía cubana es una mezcla de formas de organización de la producción, como corresponde a la etapa de tránsito, donde conviven el socialismo de Estado, el capitalismo de las empresas mixtas, y siempre ha existido una tendencia natural hacia la socialización de la propiedad y la participación de los trabajadores en el excedente, no solo por la extensión del cooperativismo y formas de autogestión legal (UBPC y Perfeccionamiento Empresarial) y el trabajo por cuenta propia -una forma de socialización-, sino también por la existencia de un extendido sistema proto-autogestionario informal no legal y desviado, sustentado en el descontrol que propicia el socialismo estatal, que no por falta de reconocimiento deja de ser una realidad.
Tal desviado fenómeno, es en realidad una especie de rebelión de baja intensidad de las fuerzas productivas que están demandando un cambio en las relaciones sociales de producción, distribución y consumo. Es de baja intensidad porque en el fondo la gente teme un vuelco descontrolado hacia el capitalismo, inevitablemente anexionista en Cuba y –sin saberlo- están marcando, aunque deformadamente, el paso hacia más socialización.
La represión, en lugar de un tratamiento político-económico, de esa desviación, podría complicar más las ya tensas relaciones sociales. Ese fenómeno, que unos llaman corrupción generalizada y otros sustracciones compensatorias, tiene su origen en la desvinculación existente entre los trabajadores y los medios de producción, en la insatisfacción provocada por los bajos salarios y el desorden social natural que inevitablemente provoca el socialismo de Estado neocapitalista, por la contradicción entre sus fines (socialistas) y los medios (capitalistas) para lograrlos, agravado por la introducción del mercantilismo depredador de lo humano, lo material y lo divino.
El socialismo, que en definitiva lo hacen las masas, pretendido en el Siglo XX, no fue por tanto solo el “Real” y fracasado practicado en Europa. En la propia Rusia Lenin intentó el cooperativismo y la autogestión social socialista, que Stalin y los suyos impidieron y sabotearon no solo en Rusia, sino muy especialmente en Yugoslavia y otros países bajo su área de influencia, acción que incluyó el aplastamiento por medio de la fuerza militar.
De manera que, desde el punto de vista epistemológico, mucho del socialismo intentado en el Siglo XX guardó similitud con el pretendido en la Comuna de Paris, si bien es cierto que por el tiempo y la extensión territorial, el que marcó el Siglo, fue el Socialismo de Estado neocapitalista.
La noción de Socialismo del Siglo XXI, como una nueva manera de abordar la futura sociedad, pero sobre la base de los postulados económicos esenciales de Marx, comenzó a ser divulgada por el sociólogo alemán Heinz Dieterich y empezó a ser defendida públicamente desde una posición de gobierno por el Presidente venezolano Hugo Chávez. Otros, después, han tratado el tema, incluso con algunas diferencias.
Las ideas económicas centrales sobre el nuevo Socialismo como una sociedad fundada en la economía de equivalencias, están sustentadas en lo expuesto por Carlos Marx en la Crítica al Programa de Gotha cuando, refiriéndose a la primera etapa de la Sociedad Comunista, comúnmente denominada Socialismo, escribió: “Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad de trabajo, bajo otra forma destinta.
Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se da más que como término medio, y no en los casos individuales.
A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa….la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo…” (8)
En esencia se trata de precisar que el intercambio de mercancías, resultante de la producción para un mercado, es consustancial al capitalismo y debe sufrir un proceso de transformación en la sociedad de tránsito, donde ya no se producirá para un mercado, en el cual el intercambio no es realmente entre equivalentes en tanto que inciden otros factores como la ley de oferta y demanda además de la ley del valor. Este proceso deberá convertir realmente el anterior intercambio de mercancías en intercambio de iguales, equivalentes, contenidos en un producto, para que “el principio y la práctica ya no se tiren de los pelos”.
Puede o no coincidirse en cuanto a la forma de medir el valor contenido en una mercancía o un producto cualquiera. Algunos prefieren atenerse a la concepción original marxista de que el valor de la mercancía está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción, pero no es menos cierto que al dejar de producir para un mercado, el concepto de valor cambia, como bien nos explicaba el Che, por lo que será entonces necesario asumir otra forma para medir el valor de un producto. Algo así, como resolver el intercambio desigual a escala internacional entre países pobres y ricos, que el CAME enfrentó de una manera creativa en el caso URSS-Cuba.
El historiador alemán Arno Petras (9) señala que será por medio del tiempo de trabajo que se tarde en elaborar un producto, no importa el nivel de desarrollo de la fuerza productiva encargada de esa realizarlo, elemento que algunos académicos utilizan para acusar a esta concepción de conservadora y atacar toda la noción de socialismo del Siglo XXI. Otros consideran que la forma para hacer tal medición, cuando ya no sea el trabajo socialmente necesario, sería la cantidad de energía medible consumida para la realización del producto.
Lo cierto es que la forma de organizar la producción, no para un mercado sino para resolver las necesidades, modificará paulatinamente -hasta eliminar- todas las categorías de la economía mercantil, en la medida en que se vayan generalizando las nuevas formas socialistas de propiedad, producción, distribución y consumo. En este proceso la noción de “trabajo socialmente necesario” para medir el valor de una mercancía también tendrá que cambiar como todas las categorías de la economía mercantil. La práctica misma, en fin será la encargada de concretar esa forma.
La interesante discusión sobre la medición del valor de un producto en el Socialismo ya consumado, queda -sin embargo- en un segundo plano de importancia, cuando se abordan las formas (los medios) de organizar la producción para llegar a establecer las bases económicas en una sociedad socialista, toda vez que parece imposible imponer a los productores capitalistas de mercancía, un tipo de intercambio que no sea el comercial. En este punto existe una mayor coincidencia, y es hacia donde algunos preferimos dirigir la discusión sobre la esencia del Socialismo del Siglo XXI, a fin de marcar sus diferencias-identidades con la construcción socialista de la pasada Centuria.
La línea general avanzada por el Presidente Venezolano Hugo Chávez, al abordar teórica y prácticamente las relaciones de producción, concuerdan en lo fundamental con la idea de entregar en propiedad o usufructo los medios de producción a los colectivos laborales y sociales para desarrollar la cogestión obrera-estatal, la autogestión y el cooperativismo, manteniendo la propiedad de toda la sociedad sobre los recursos naturales y los medios de producción fundamentales, de valor estratégico, lo cual no sería más que una sociedad participativa y democrática de “cooperativistas cultos”, una “gran unión de cooperativas” con sus variantes.
Esta es la esencia de la concepción que intentó aplicar la Comuna de Paris, la explicada por Marx en la Guerra Civil en Francia y en el III Tomo de El Capital, la que procuró Lenin en 1923 cuando trató de reorientar la NEP según su artículo Sobre la Cooperación, la que – con sus desviaciones- pretendió Tito en Yugoslavia, la que promovió Fidel Castro en Cuba con las Cooperativas, especialmente las cañeras en 1960-62 y más recientemente con las Unidades Básicas de Producción Cooperativa y el Perfeccionamiento Empresarial, medidas limitadas de tipo autogestionario, ya en el Periodo Especial.
En toda esta secuencia se aprecia básicamente el mismo fundamento marxista, un hilo conductor, de buscar en el cooperativismo y la autogestión el sustento de las nuevas relaciones socialistas de producción, con la excepción del socialismo de Estado fracasado, que caracterizó el mayor tiempo y espacio socialista en el Siglo XX. Ése, incluso, también incluyó el cooperativismo pero en muy poca escala, nunca extendió las nuevas relaciones socialistas de producción más allá de algunas áreas rurales. De ahí la médula de su fracaso para conquistar las masas sin la presencias de otras coacciones extraeconómicas (patriotismo, amenazas externas, guerras, etc.).
Por eso, hablar del Nuevo Socialismo o del Socialismo del Siglo XXI no es desconocer los ensayos anteriores, ignorar sus relaciones epistemológicas con los diferentes intentos, renegar del pasado genuinamente socialista, ni de las grandes batallas que en nombre del socialismo fueron libradas. Tampoco se trata de presentarlo como una forma absoluta y totalmente nueva, que nada tenga que ver con la historia de todo el socialismo previo.
Las diferencias entre el socialismo fundado en la autogestión empresarial y social y el Socialismo de Estado sustentado en el trabajo asalariado, no se refieren únicamente a las formas en las relaciones de producción, sino también al conjunto de relaciones sociales y superestructurales, que tales relaciones determinan.
Si los caracteres antidemocráticos y autoritarios inherentes a la concentración de la propiedad, la gestión, y la distribución de las relaciones de producción neocapitalistas asalariadas del Socialismo de Estado, se manifestaron en las instituciones políticas, sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura; lo mismo ocurrirá con los caracteres colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las relaciones cooperativistas y autogestionarias, los cuales se proyectarán en las instituciones políticas, sociales, judiciales e ideológicas de la superestructura de la nueva sociedad.
De manera que el Socialismo del Siglo XXI rescata los postulados centrales del socialismo marxista, es heredero y continuador de las mejores tradiciones del socialismo del Siglo XX y representa la forma renovada en que se proyecta la construcción de la nueva sociedad en este Siglo. La diferenciación en parte del nombre –el ponerle apellido- es además una necesidad objetiva, política, toda vez que el socialismo de Estado que predomino en el Siglo XX, generó formas totalitarias de gobierno, antidemocráticas y burocráticas, que provocaron el rechazo en el propio seno de la clase trabajadora internacional que, por naturaleza, es democrática.
La Habana, 21 de marzo del 2007
1- C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.
2- C. Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.
3- C. Marx. La guerra civil en Francia. C.Marx y F.Engels. OE en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973.
4- F. Engels. Introducción de 1891 a la Guerra Civil en Francia, de C. Marx. C. Marx y F. Engels, OE en tres Tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú 1973.
5- C. Mar. El Capital. Tomo III. Capítulo XXVII “El Papel del Crédito en la Producción Capitalista.” Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973: “ Las fábricas cooperativas de los obreros mismos son, dentro de la forma tradicional, la primera brecha abierta en ella, a pesar de que, dondequiera que existen, su organización efectiva presenta, naturalmente, y no puede por menos de presentar, todos los defectos del sistema existente. Pero dentro de estas fábricas aparece abolido el antagonismo entre el capital y el trabajo, aunque, por el momento, solamente bajo una forma en que los obreros asociados son sus propios capitalistas, es decir, emplean los medios de producción para valorizar su propio trabajo. ...… Estas fábricas demuestran cómo al llegar una determinada fase de desarrollo de las fuerzas materiales productivas y de formas sociales de producción adecuadas a ellas, del seno de un régimen de producción surge y se desarrolla naturalmente otro nuevo. Sin el sistema fabril derivado del régimen capitalista de producción no se habrían podido desarrollar las fábricas cooperativas, y mucho menos sin el sistema de crédito, fruto del mismo régimen de producción.... El sistema de crédito, base fundamental para la gradual transformación de las empresas privadas capitalistas en sociedades anónimas, constituye también el medio para la extensión paulatina de las empresas cooperativas en una escala más o menos nacional. Las empresas capitalistas por acciones deben ser consideradas, al igual que las fábricas cooperativas, como formas de transición entre el régimen capitalista de producción y el de producción asociada;”
6- Ernesto Che Guevara. Apuntes críticos a la Economía Política. Editorial Ocean Sur.
7- V. I. Lenin. Sobre la cooperación. 1923 O.C. T- XXXIII. Editora Politica. La Habana. pag 430 a 436
8- C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, C. Marx y F. Engels O.E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974.
9- H. Dieterich. El Socialismo del Siglo XXI. Edición digital.
Publicado en Kaosenlared el 20 de marzo del 2007 y en Visiones Alternativas el 23 de marzo y en Análisis .com (http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/4975605.asp)
Para acceder a un grupo de noticias, artículos y comentarios de los problemas de la actualidad internacional, con predominio de una visión revolucionaria, recomendamos acceder a http://es.geocities.com/autohermes03/asist-politica-alternativa.htm
En importante artículo, Carlos Lanz Rodríguez valora las propuestas de CVG ALCASA, en relación con la Empresa Estatal Socialista en Venezuela. ver http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=37434
Importante artículo de Miguel Arencibia sobre la situación actual de Cuba.Ver
Interesante artículo de Félix Sautié sobre la participación de los trabajadores en la sociedad socialista. Ver. http://www.larepublica.es/spip.php?article5977
Para acceder a otros artículos de Féliz Sautié ver http://www.ricardcafe.com/Publicaciones/index.asp Félix Sautié es Teólogo Laico y profesor de Administración de proyectos ( Cooperación al Desarrollo) y profesor de Ética Cristiana, que abordan la actualidad cubana y los problemas del nuevo socialismo, desde un óptica cristina-revolucionaria, con énfasis en los problemas de la ética. Félix Sautié es militante del Partido Comunista de Cuba, fue dirigente a nivel nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas y Vice-Presidente del Consejo Nacional de Cultura.
Para conocer más de las propuestas sobre el Nuevo Socialsmo, puede encontra artículos y ensayos de académics cubanos en los sguientes vínculos.
http://www.cubasocialista.cu/ Cuba Socialista, revista teórica y política editada por el Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
http://www.eleconomista.cubaweb.cu/. El Economista. Publicación digital de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba.
http://www.cubarte.cult.cu/publi/temas/index.html. Revista Temas. Publicación trimestral, dedicada a la teoría y el análisis de los problemas de la cultura, la ideología y la sociedad contemporáneas.
http://www.filosofia.cu/. Portal de filosofía y pensamiento cubano.
http://www.eleconomista.cubaweb.cu/. El Economista. Publicación digital de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba.
http://www.cubarte.cult.cu/publi/temas/index.html. Revista Temas. Publicación trimestral, dedicada a la teoría y el análisis de los problemas de la cultura, la ideología y la sociedad contemporáneas.
http://www.filosofia.cu/. Portal de filosofía y pensamiento cubano.
http://www.visionesalternativas.com/ Revista digital de Prensa Latina.
http://www.kaosenlared.net/ Revista digital de izquierda.
http://www.insurgente.org/ Revista digital de izquierda.
http://www.rebelion.org/. Revista digital de izquierda.
http://www.rebelion.org/. Revista digital de izquierda.
http://analitica.com/ Revista venezolana de opinión.
En lo sucesivo iremos agregando otros vínculos de páginas y artículos cuya lectura, estudio y debate recomendamos.
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